En la cola kilométrica para la tercera dosis. Uno siente que solamente ocupa un espacio que no importa. Para no ser cadáver o propagador de la enfermedad hay que pasar por esa humillación.
Solterita
Pueblo revisitado
¿Qué es la vida del hombre sobre la tierra? Paso breve. Esto se advierte mucho mejor cuando se regresa fugazmente, un corto paseo en una tarde de otoño, por un pueblo donde hace años trabajamos y al que no habíamos regresado desde entonces. Pueblo pequeño donde unas caras rimaban con otras. Caminé otra vez, con unos años más encima, mirando los edificios. Están más gastados. Algunos negocios habían cerrado (la floristería de Laura, el bar Marcelo) otros permanecían. Cuando iba diariamente a este pueblo habría como mucho una sola tienda de animales: hoy hay al menos siete, incluida una peluquería canina y un dormitorio para gatos. Negocios que cierran, nuevos negocios. Reconocí algunas caras: qué estragos hace con nosotros el tiempo. Me acordé del último tomo de "En busca del tiempo perdido" de Proust. Muchos de los que conocí han muerto y no lo sabré. Había bastantes niños que aún no habían nacido cuando yo me fui del pueblo, bruscamente, de un día para otro. Con toda normalidad llegué a trabajar un viernes y ya no volví más. Desaparecí sin dejar rastro. Seguramente nadie me recuerda, aunque trabajé en ese pueblo más de once años. El paso del tiempo lo arrastra todo. Creo que estoy imitando, sin darme cuenta, a Azorín.
Cambios
Las condiciones de vida actuales son adversas para la construcción de un hogar. Aparte de esto el hogar está desapareciendo: no sólo porque nos lo amuebla IKEA o porque no hay fuego en la cocina ni tampoco vida vecinal, sino porque cada individuo de la familia vive encerrado en el interior de la burbuja autista que es su teléfono móvil. Nos enseñan egoísmo y distracción permanente. Desconocidos bajo el mismo techo, ausentes y presentes a la vez, progenitores e hijos coexisten sin relacionarse. Para los millones de solitarios esta situación es catastrófica pues les hace casi imposible salir de esa condición de anacoreta urbano para vivir en compañía del otro (haya o no relaciones sexuales). El solitario se acostumbra a la incomodidad de su vida individual y por una ley natural pierde el interés por encontrar a una persona con la que convivir. Esto es muy triste. Aplicaciones como Tinder, con millones de usuarios, son vertederos del amor: la inmensa mayoría (no todas supongo) son aventuras vacías, efímeros chateos; insatisfacción, fracaso y tedio. Exposición de un mercado digital en el que el cuerpo está ausente. No es culpa de los "usuarios", es el medio el que les utiliza. Esta es una sociedad insociable (rasgo que ha acentuado la pandemia). Se arroga el derecho de entrar "hasta la cocina" en el espacio privado de cada vivienda familiar tanto en el ocio como en el trabajo, que cada vez es más invasivo. El teletrabajo difumina los límites entre tiempo productivo y descanso: oficina y dormitorio se confunden. Podemos conectarnos en pijama. Todo esto hará estallar la cabeza a muchas personas: son cambios demasiado violentos y rápidos como para que podamos asimilarlos. No tengo ni idea de hacia donde vamos, pero me parece que no vamos por buen camino. Por otra parte, la historia no ha sido, precisamente, "ir por buen camino"
Canción sobre un poema de Lermontov
Creo que a todos nos ha sucedido que nos enamoramos de una música o de una canción como en un flechazo. Al principio es una pieza aún misteriosa, de contornos borrosos. Como sucede que la escuchamos, si tenemos ocasión, una y otra vez, la música se va definiendo y va entrando en la memoria sin las lagunas del principio. Así es como se enamora uno de alguna canción. Esto me ha sucedido ayer al escuchar en internet por pura casualidad una canción desconocida. Me fascinó desde las primeras notas. Es una canción rusa cuya letra es el poema "Oración" del poeta Mijaíl Lérmontov. La letra dice más o menos: "En momentos difíciles de la vida/ si la tristeza oprime el corazón / repito de memoria una plegaria maravillosa. / Hay una fuerza bendita /en la armonía de esas palabras vivas / y respira una incomprensible / y santa delicia en ellas/ El alma se libera de su carga/ la zozobra queda lejos / y creo y lloro / y es tan fácil tan fácil... " Voy a escucharla otra vez, que anda uno muy falto de emoción auténtica.
Otra vez la playa
En esta tarde de mediados de octubre volví a pasear por la orilla del mar. Estaba en calma y me fui calmando yo. El día despejado, azul profundo del cielo. Pensaba que la vida es trágica, que los dioses también mueren, que el agua es la sangre de un dios muerto. Recordé los versos de Rimbaud en la reverberación de la luz en el agua: Elle est retrouvée. Quoi? -L'Eternité. C'est la mer allée avec el soleil. No conozco una sola persona que sea libre. Es probable que jamás haya existido. Pensé que si los dioses me enviaban la muerte en ese momento -no después, no mañana- no me importaría demasiado. Caer fulminado, sin dolor ni angustia, en ese instante luminoso, profundo y solitario. No me han concedido esa gracia, me han mandado a la mierda los dioses. De vez en cuando juego a ser pagano. No se me entienda mal: no deseo morir. "No deseo morir pero me es indiferente estar muerto", dijo un antiguo. También dijo el poeta: "es sólo de los vivos el deseo de la inmortalidad" ¿Habrá tanta diferencia entre estar vivo y muerto? Al menos el muerto se ha liberado "de la triste costumbre de ser alguien y del peso del universo". Por lo menos no he tirado la tarde a la basura verde
Pastillas de John Donne
Servirá menos que un reloj de sol en una tumba
Ojos que a todos miran, no miran sino sudan
Los que son algo sabios son los mejores tontos
Por exceso de calor Amor mata a más jóvenes que a viejos mata la Muerte por exceso de frío
¿Quién no se reiría de mi si dijera que vi arder un día entero la pólvora de un frasco?
El mismo honor, cuando tú a mi te rindas, se perderá, como vida te quitó la muerte de esta pulga
Amor es luz creciente y duradera y su primer instante, tras el mediodía, es noche
Pero no llames a esto larga vida, sino piensa que soy, estando muerto, inmortal
El mismo Sol que crea el tiempo mientras pasa
En las almas crecen los misterios de Amor y sin embargo el cuerpo es su libro
Brilla aquí para nosotros y estarás en todas partes, esta cama es tu centro, estos muros tu esfera
¿Y cuándo ese calor que me inunda las venas añadió un sólo hombre al balance de la peste?
Haz saber tus pensamientos, fuera yo te estudiaré como lejos se sitúa quien gran altura mide
Pregunta y orden
García Márquez
He tenido que esperar a los 53 años para leer Cien años de soledad. No había leído la historia de Macondo. Me ha parecido la mejor novela de la literatura castellana después del Quijote. No he leído Fortunata y Jacinta, es verdad, que tal vez sea candidata al segundo lugar. Creo que no hace falta decir más. Es absolutamente grandiosa. Ya, si ya sé que no descubro nada, señora. Pero, qué manera de escribir, qué imaginación tiene Gabriel García Márquez.
Obrar o escribir
Nunca me tomé en serio mi vocación literaria, en realidad no me gusta escribir. Lo que de verdad me gusta es leer. Pero, además, a cuántas cosas se renuncia por seguir un camino entre libros. Hombres de acción hay pocos, es cierto. Escribir consiste simplemente en poner con el mayor acierto posible una palabra detrás de otra. Pienso en lo frágiles que son la salud y la vida. Vivo en espera de la muerte, lo que pasa entretanto, lo que me viene quedando de vida, se lo reparten las visitas al supermercado, las horas de trabajo, los desplazamientos por carretera, los paseos por las redes sociales, las consultas al móvil (wasap, hotmail, etc). Mi mente está inquieta. Mi cuerpo sufre frecuentes dolores. Esto es mi vida a día de hoy. Si sigo así me temo que caeré en el olvido eterno a los tres días de mi muerte (muerte que sólo llorarían de verdad cuatro o cinco personas, o tal vez me equivoco y me aprecia más la gente de lo que supongo). Hay algo agradable en pensar que seremos olvidados y que no dejaremos huella ninguna. ¡No hace falta esperar a la muerte! Por experiencia sé que no hace falta morirse para ser olvidado de muchos. ¿Dónde están aquellos amigos de mi lejana juventud? Imposible imaginar las muchedumbres de personas anónimas que ya han pasado por este mundo y los que empujan por entrar en él. Ayer vi una grabación de un cámara, soldado alemán en el frente del Este. Año 1941, quizá. Las imágenes mostraban a unos hombres jóvenes, judíos, que corrían hacia una fosa. La siguiente imagen, a distancia, recogía el momento en que eran asesinados. Seguramente alguno quedó malherido. Justo después del crimen se cubría con tierra la fosa común. ¿Quiénes eran esos hombres que corrían hacia su propia muerte? Yo soy cada uno de esos hombres; soy yo, que ahora escribo estas líneas. Tengo las mismas pasiones que ellos: deseo, miedo, esperanza, alegría. Eran individuos, fueron irrepetibles. Qué maravilla banal, insignificante. Pero también soy cada uno de los asesinos. Es terrible el juicio de la historia, porque es inapelable. Cartago siempre perderá ante Roma. Muchas veces me pregunto: con un material tan deleznable como es el tiempo, ¿qué podremos construir duradero en esta vida efímera, rodeada de peligros, donde cada día que se mantiene uno con vida es una victoria? La teoría de la Relatividad no se inventa todos los jueves. ¿No habrá sido todo un sueño? ¿No estaremos soñando?
El tambor de hojalata
Para que no muera este blog (que tengo muy descuidado) dejo aquí escrito que hace unos días terminé de leer El tambor de hojalata, de Günter Grass. A pesar de los desastres del mundo (lo de Afganistán clama al cielo) o tal vez por eso, me aferro a la lectura. Novela publicada en 1959 sobre la Alemania de los años de la Segunda Guerra Mundial. El libro goza de una merecidísima fama. Me parecía imposible escribir un libro que pudiera estar a la altura de aquellos años terribles en Europa, sin embargo el genio de Günter Grass consigue presentar una historia memorable. Oskar Matzerath es un personaje inmortal. Es un libro que recomiendo vivamente leer. La traducción de Miguel Sáenz me parece admirable.
Sin límites
Suelo escribir estas notas después de la cena. Cada cena, por cierto, es la última cena, por lo menos hasta el día siguiente. Soy uno de los millones de solitarios que desayuna, come, cena y duerme solo casi todos los días. Hay algo de castigo en eso. No me extraña que la palabra "resistencia" esté de moda. Resistencia como manual o incluso como estilo de cocina. Pandémicos o no, nuestra pequeña sociedad planetaria lleva un camino de rosas. Pero nos vamos arreglando, como se arreglan en el Congo o en cualquier otro país en el que la vida de un pobre vale menos que... (convoco a la imaginación para que me proporcione ese algo minúsculo que vale más que la vida de un pobre). No he visto el horror de Gaza o del Congo o de un poblado de chabolas sabe dios dónde; no he vivido en Colombia, ni en México. Poco conozco y conozco demasiado. Hay algo, además de la estupidez (la mía incluida desde luego), para lo que no parece existir límites.
Será el instinto
No sabemos por qué hemos nacido, ni para qué. No pedimos nacer y moriremos cuando nos llegue la hora. Cada uno de estos centros del universo, en la mayor soledad. Mientras tanto (esos millones de segundos que son nuestra vida) estamos en el mundo sin entenderlo, partículas infinitesimales de la naturaleza y ahora de la sociedad global. Antes para "aniquilar nuestra importancia" tenían el cielo estrellado (Kant), ahora es la propia sociedad humana la que aniquila nuestra importancia, con la diferencia de que el cielo estrellado elevaba el ánimo, mientras que el hormigueo de la masa (menos presente en la calle que en internet) es más humillante que otra cosa. Pasaremos por este mundo sin comprender la inmensa violencia de la naturaleza y la historia; creo que no advertimos, al menos yo no lo advierto, la infinita potencia de creación y destrucción que opera en cada momento. Como dijo el poeta Carlos Marzal: "salvar la piel un día es un milagro" Seremos borrados de la faz de la tierra como si fuéramos un montón de polvo por el huracán terrible que sopla en todo momento. Nos iremos y no habremos entendido para qué nacimos, para qué vivimos, para qué sufrimos y para qué morimos. Como decía otro poeta; "...y seguirán los pájaros cantando..." O no, ya podemos imaginar una aniquilación total de la vida. Existe un nuevo concepto que se refiere al exterminio de toda vida provocado por el hombre: "omnicidio". Sea como sea, que no me distraigan posibles apocalipsis: lo único cierto es que cada uno de nosotros será borrado y olvidado. A vivir, si nos dejan, que son dos días. ¿Podemos entregarnos a un despreocupado hedonismo? Con lo cara que está la luz, lo difícil que es aparcar, el control que ejerce sobre nosotros el Big Data, este frenético ritmo de vida... ¿En serio nos dejarán tranquilos? En absoluto. En el siglo XX, ayer como quien dice, perecieron millones de personas por culpa de guerras y otras catástrofes. Nada indica que esto no vuelva a suceder. No comprendo, la verdad, qué insistencia es la nuestra (la de la especie humana a la que pertenecemos) en crecer y multiplicarnos, aunque no es racional, está arraigada en nosotros, en lo más íntimo de las células, no depende de nosotros: no somos libres. Es más poderosa que la muerte. Será el instinto, qué sé yo.
El corto verano de la clase media
El trabajo es un valor ya que se trata de la actividad que nos permite ganarnos la vida realizando una tarea que redunde en beneficio de la sociedad. Gracias al trabajo digno y seguro una persona puede tener un hogar y fundar una familia si le apetece (en la inmensa mayoría de los casos lo hará). Un trabajo así da importancia, seguridad, sentido a la persona que lo tiene. Esto es un derecho fundamental. Ese es el principio y el ideal. Hoy se ha alcanzado tal grado de corrupción y podredumbre que ningún trabajador -salvo una minoría privilegiada- puede estar seguro de no ser despedido mañana por la mañana. No hay honradez en los trabajos que se desarrollan actualmente, no porque los trabajadores sean tramposos sino porque obedecen a un sistema que supura. Si para estar bien considerado en una empresa hay que ser un estafador es que algo no funciona. Esto sucede en muchas empresas. Aparte de esto, el margen de iniciativa del trabajador es cada vez más escaso: no se puede dar un paso sin que el sistema (configurado por imbéciles) lo permita o lo "autorice" como dice ese espantoso verbo. De esta forma el trabajador es un simple apéndice del ordenador al que está conectado. Es terrible que la experiencia laboral esté completamente despreciada cuando es el principal valor de un trabajador (sea médico, abogado, empleado, mecánico, piloto, profesor, funcionario, etc). Qué riqueza humana se pierde cuando se despide prematuramente a un trabajador (¡a decenas de miles!) que ya no es rentable. El trabajo muy rara vez es alegría (así lo pintaba la propaganda del horroroso estado soviético) y casi siempre es humillación, tedio, desafección del trabajador con respecto a su empresa. Es lamentable que un trabajador de cincuenta años -que está en la plenitud de su capacidad- no piense más que en prejubilarse o en irse de su empresa en buenas condiciones económicas. No hay forma más perversa de despertar un egoísmo atroz y un deseo mezquino. Muy podrido tiene que estar el trabajo para que suceda esto. Tengamos claro lo siguiente: tener trabajo no es simplemente recibir un salario a final de mes. Es, además, tener la confianza de que ese puesto de trabajo no va a perderse, no sólo por despido, sino por traslado. Trabajar sin esa confianza fundamental, con el temor a ser despedido o trasladado, no es tener trabajo. Vivir en vilo es también miseria. Considero esta degradación del trabajo una señal clara de la decadencia de nuestra civilización. Progresarán la inteligencia artificial, las computadoras, pero los hombres se están viendo reducidos a algo superfluo y a ser esclavos de la propia máquina. Monstruosa paradoja. Esto no es nuevo, un tal Samuel Butler ya lo observó hacia 1872. La situación es estupenda: en el pasado un sociedad de esclavitud, en el futuro lo mismo. El corto verano de la clase media. Qué puto desastre.
Lugares deprimentes
Lo único agradable a la vista es el río. En ambas laderas casas destartaladas, ruinosas, desordenadamente dispersas. En el valle la monstruosidad de una población con edificios de 8 plantas y planta urbana, ni pueblo ni ciudad. No es insólito: es el mismo desarrollo que tuvieron las comarcas industriales desde mediados del siglo XIX. Aquí no hay más que ruinas y abandono. La población que queda son ancianos (la mayoría), algunos jóvenes de clases baja y los pocos supervivientes de la heroína. Se paga el nicho en el cementerio como se paga el alquiler de un trastero, es una costumbre del lugar. Todo es pobreza y grisura en estas poblaciones, quien vive contento aquí es porque ha perdido por el camino (si es que la tuvo alguna vez) la luz del intelecto. Cualquier persona inteligente y sensible siente la necesidad de huir de ese valle sofocante. Es inútil allí tratar de cultivar la sensibilidad y la inteligencia, ¿para qué? ¿Quién entendería una fina ironía o una alusión culta? Infiernos como éste son, por desgracia, muy numerosos. Aunque no haya guerra. En estos lugares la vida, cuando florecía, era dura y áspera. Ahora que la decadencia es completa están la estupidez, el aislamiento, la tristeza. Hay muchos cuerpos envilecidos por la sobrealimentación. Las mujeres son vulgares, no saben vestirse. En esta comarca cerrada la expresión más corriente de los vecinos, empleada como muletilla, como un tic, es "cagondios". Nunca saldrán de la miseria en la que viven y no se dan cuenta de la miseria en la que viven. Sobre todo es una miseria intelectual. La injusticia de la vida les ha colocado en ese pozo, porque más que valle es un pozo, como el pozo de una mina. Compadezco a cada niño que nace en ese valle.
Vanidad
Los actores, actrices, cantantes, gentes del espectáculo, esta clase de personajes públicos tienen el vicio de la vanidad en altísimo grado. (De los políticos que hacen carrera a la sombra de un partido ya ni hablamos) Bajo la sagrada etiqueta de "cultura" -que es de lo que comen, ni más ni menos- ya pueden ejecutar las más ridículas obras que un aura de respeto les protege. En general los actores, actrices, cantantes etc son gentes de una inteligencia mediana y escasísima cultura. No serían graves estas limitaciones sino fuera porque la vanidad les empuja a dar su opinión sobre cuestiones de las que no tienen ni idea. Son entrometidos, especialmente en política. Aunque digan barbaridades exigen atención, hablan con autoridad. No se tratan más que con sus compañeros de profesión, se casan entre ellos, tienen muy arraigado el instinto de rebaño (son corporativistas como médicos, jueces, militares, etc). Como suelen tener una agradable apariencia física imponen a las miradas más inocentes: si se les observa con atención se verá que son muñecos vacíos de intelecto. El cine nos ha acostumbrado a creer que a la vuelta de la esquina nos espera una maravillosa historia de amor. Muchos han esperado toda su vida una ocasión semejante (engañados por el cine) y murieron sin tropezar con esa bella actriz o ese galán. Porque todo es mentira cuando no se llega al arte. En la llamada "cultura" hay vulgo como lo hay entre los sacerdotes o entre los científicos. Que una actividad sea prestigiosa (la ciencia, el arte, las letras, la religión -ésta en el pasado) no quita para que la mayoría de los que la ejerzan no posea un especial talento. Un comediante discreto e inteligente es la cosa más rara que existe.
Estuvo bien
El sentimiento de apocalipsis no es nuevo, desde luego. Lo tienen los vivos, esto también es obvio. Es darse mucha importancia esperar el fin del mundo: podríamos ser más modestos, sería sólo el fin de la humanidad. Este es un sentimiento (y un deseo) cada vez más anhelado. A la vista del horror cotidiano en las noticias (odio y estupidez sin descanso), de la pesadilla del pasado y de lo fácil que es olvidarlo, de tantos fracasos, dolores, esfuerzos inútiles y mentiras, ¿no es ya suficiente? Sí, yo creo (es mi opinión personal) que ya es suficiente. Nos iremos masacrando otras especies, todo lo que pillemos por delante. Ya no habrá más humillaciones ni más bajezas ni más gobiernos de Vichy, por poner un ejemplo. Sin embargo es un error desear el fin de la humanidad por desaliento o pesimismo, aparte de que esta idea no tiene nada de original y parece el delirio de un solitario resentido con todo. Así que me retracto de lo dicho. No sé si me explico.
Luces
La ciudad y los perros
En plena distopía
El gitano y Pascal
Tengo mucho que agradecer a los gitanos del rastro, me refiero a los que se especializan en libros de segunda o de tercera o de enésima mano. Los precios están tirados, como los libros. Son libros que se recogen con misericordia, más que comprarlos se rescatan. En León compré uno fabuloso, era un libro del físico Werner Heisenberg de la editorial Rowohlt; en alemán, claro. Me costó 50 céntimos. Fue uno de los mayores hallazgos librescos de mi increíble existencia. Hoy, en el mercado semanal de ese pueblo de la cuenca minera asturiana donde no abundan los catedráticos precisamente, había un puesto similar. Es la primera vez que veo en ese mercado un tenderete con algunos libros. Lo llevaban una mujer gorda y una muchacha, su hija, medio tumbada en una silla plegable. Entre cacharros, coches de juguete, quincalla y todo tipo de menudencias había unos cuantos libros de bolsillo. A un euro el libro. A mi lado estaba un gitano de unos 60 años rebuscando como yo entre los libros. Agarró del suelo una edición de Sarpe de los "Pensamientos" de Pascal. La estuvo mirando un momento y la compró.
Tumbarse en la arena
La playa se va llenando de gente, todos huidos de la ciudad. El mar cambia de color. No hay una nube en todo el cielo. Detrás de las dunas sólo se oye el oleaje. Se tumba en la arena sin quitarse el abrigo negro, con la cabeza mirando al mar. Parece un mendigo. La mochila le hace sombra. Es tan grato soñar con la libertad, sobre todo en estos tiempos de peste. La arena es limpia y además hay que aprender a ser sucio. Pretender ser inmaculado en este universo loco es una pedantería moral. ¿O no es así? Una playa del Cantábrico, una playa del Pacífico o del mar de China. Son las mismas dunas de la película "La mujer de la arena" (1964) de Hiroshi Teshigahara. Las obras maestras, como esta película, tocan símbolos universales y no se pueden explicar por la razón.
El odio
Lo que se decía en la entrada anterior del amor, ¿no sirve, en parte, para el odio? El objeto odiado es también una obsesión. El odio es muchísimo más frecuente que el amor. Basta repasar la Historia.
El amor
Una persona está enamorada de otra cuando comienza a confundir al objeto amado con un paisaje o con los elementos de la naturaleza. El amor no es de este mundo: de este mundo, creo, son los impuestos, el comercio (si un barco bloquea el canal de Suez se pierden cada minuto millones de euros, yenes, dólares, rublos) las cosas cotidianas que son a ras de suelo. El amor es un dios que transporta a su presa a un estado de sueño en el que la realidad aparece transfigurada. Se da en los jóvenes, sobre todo, porque están llenos de ilusiones, no tienen experiencia y son dados a la ensoñación. Además por sus jóvenes arterias puede correr mejor este dios de la sangre que embriaga como el vino. El amor exige un gasto enorme de energía, es una prueba para la salud. El objeto amado puede causar que el contorno de unos montes, una playa, una calle en una ciudad o un objeto estén cargados de una inmensa fuerza evocadora. Es una monomanía. La emoción y el intelecto van juntos siempre en las cosas que merecen la pena. Lo mejor de nuestra breve vida no pertenece a este mundo. Con acierto exhortaba Baudelaire a embriagarse de vino, de poesía o de virtud. Podría haber añadido de "amor" aunque el tiempo apague los delirios eróticos. El amor es una rebeldía, un desafío a la autoridad milenaria de los sacerdotes, jueces, notarios y demás personas respetables. Todos los grandes amores son trágicos. Nada hay que nos haga más felices ni más desgraciados que el amor. Las personas sensatas, las ya entradas en años, huyen de él.
Somos iguales
Apuntes
El progreso: un pasito adelante y tres atrás.
Le viene a la mente esta frase: "espectro de su propia tiniebla" Le suena de algo y no sabe de qué.
Un poema en prosa de Baudelaire trata (si es que los poemas "tratan" de algo) de una mujer vieja que al acercarse cariñosamente a un niño para hacerle arrumacos le espanta con su fealdad: "Ay, para nosotros, desgraciadas viejas, ha pasado la edad de agradar incluso a los inocentes y causamos horror a los niños que quisiéramos amar" Esa estampa se titula "La desesperación de la vieja". Conocí de niño a una vieja así. Tenía la cara desfigurada por una quemadura que sufrió en su infancia. No sabía hablar, emitía una especie de gemidos. Le llamaban La mudina. La mujer se acercó para darme un beso y me aterrorizó. Baudelaire muestra el doloroso conflicto entre la fealdad física y la amabilidad del alma. Es una variación del tema de la bestia que detrás de una apariencia horrible encierra un alma generosa y llena de afecto: el Quasimodo de Víctor Hugo o el Hombre Elefante. La figura inversa es la persona de gran belleza física y alma depravada. Esta idea trastoca nuestra natural inclinación a considerar lo bello como bueno y lo feo como malo. Lucifer era un ángel bellísimo; el demonio, en cambio, es monstruoso.
La fuerza divina que empuja hacia las alturas a la Virgen en la Asunción de Tiziano. Frente a esa fuerza trascendente el despegue de un cohete espacial se queda en casi nada. Es una ley de la dinámica: acción y reacción. No existe la Gracia. El combustible es el hidrógeno líquido. La luna de Leopardi o el claro de luna de la sonata de Beethoven frente a Neil Armstrong.
Orwell, Camus y Oscar Wilde sólo vivieron 46 años. Ya les superas en edad. Cada vez te parecen más jóvenes. Aún siguen brillando y brillarán largo tiempo. Vidas breves pero muy bien aprovechadas.
Importancia de la belleza para la vida civilizada. El poder que llena de zonas verdes la ciudad y abre caminos de piedra entre árboles que respeta es un benefactor de los hombres. Espacios donde el alma se solaza. Encontrar la relación directa entre la superficie de parques y la salud mental de los ciudadanos. A más clorofila menos agresividad y estupidez. ¿Es necesariamente así? No he conocido ningún árbol que fuera estúpido, dijo un poeta.
Se derrumba la convivencia
Los efectos de estos tiempos oscuros de peste que vivimos, de abrumadora fealdad, comienzan a notarse en la conducta de cada uno de nosotros. Afloran ya sin ningún disimulo las pulsiones violentas. Guerra en las familias, guerra en el trabajo, guerra en la calle. Odio, irritación y resentimiento. Cada día que vivimos (que sobrevivimos) es una conquista. Hasta este grado de miseria hemos caído como civilización. La deshumanización es imparable, vertiginosa. No sólo España, también sucede en Europa. Como especie parecemos condenados. Hasta alivia pensar que el mundo ha empezado sin el hombre y se terminará sin él. O, como decía Foucault, que el hombre desaparecerá como se borra un rostro en la arena. Mientras eso llega (que no lo veremos nosotros) este ruido furioso, este desierto de amor, esta maldita discordia, esta procesión de espectros.
Perder el respeto
En una conferencia sobre el Ulises de Joyce dice Borges que los irlandeses fueron geniales escritores en inglés porque no se sentían obligados por la tradición inglesa. No le tenían respeto y eso les permitió desafiar ciertas convenciones que un inglés consideraría intocables. Sagrado, profano. Joyce era, en este sentido, un "profanador", se atrevió a romper moldes, a ir más lejos en la invención literaria. Lo mismo, agrega Borges, ocurre con los judíos asimilados en el ámbito germánico. Se sabe que las bases de la teoría de la Relatividad especial ya eran conocidas por varios físicos, pero sólo Einstein se atrevió a dar el paso a lo desconocido. Un caso semejante es el de Freud, que fue en su terreno tan revolucionario como Einstein. El caso de Kafka me parece significativo. No era alemán, ni checo, ni judío ortodoxo. Este desarraigo personal le permitió advertir como nadie la condición del hombre moderno: el individuo insignificante aplastado por la maquinaria burocrática. Aunque es mucho más que eso, pues su obra tan original toca la esencia metafísica de nuestra naturaleza. No sé si me explico. La física moderna, uno de cuyos padres (o madres) es Galileo, comenzó su camino refutando las teorías de Aristóteles sobre el movimiento y los cuerpos celestes. A Galileo le bastaron unas noches observando el firmamento con un telescopio para demostrar la falsedad de la cosmología del griego. En su tiempo esto era una herejía. Galileo se fiaba de los experimentos no de la autoridad; interrogaba a la naturaleza y si Aristóteles estaba equivocado peor para Aristóteles. Copérnico, claro está, sacudió los cimientos del mundo al poner al sol en el centro. No es cuestión, por tanto, sólo de talento, hace falta audacia. Otro ejemplo que se me ocurre es el de Nietzsche. Siendo un joven filólogo desafió la manera que se tenía hasta entonces de entender a los griegos. No eran sólo "noble sencillez y serena grandeza" como afirmaba Winckelmann, sino que tenían un fondo pesimista y oscuro. No sólo Apolo, sino también Dioniso. Esto chocaba con el ideal clásico helénico que tenían Goethe, Schiller o Schopenhauer. Lo resume bien el título del libro del filólogo británico E.R. Dodds Los griegos y lo irracional. Que yo sepa Nietzsche fue el primero en ver ese lado orgiástico, demente y pesimista de los antiguos griegos. Más tarde Nietzsche atacó furiosamente al Cristianismo. Hay que tener mucho coraje para atreverse, como hizo Spinoza, a someter al examen de la razón a las Sagradas Escrituras. Esto hizo Spinoza en el Tratado teológico-político. Se granjeó el odio de su comunidad religiosa, como es sabido, y fue expulsado de su seno con terribles maldiciones. Otro ejemplo: los pintores impresionistas provocaron un escándalo cuando se dieron a conocer. La obediencia no es la virtud de los descubridores. ¿Qué prejuicios morales, estéticos, científicos tendremos hoy? Que los tenemos es seguro. ¿Qué falsos ídolos existen hoy? ¿Quién se atreverá a demostrar que el rey está desnudo? Que el socialismo soviético era una patraña creo que pocos lo dudan ya. ¡Y a cuántos intelectuales engatusó! ¡Qué ciegos estaban! Una nota importante: es posible que alguno de estos audaces destructores de prejuicios fuera en su vida privada un buen padre de familia. Joyce y Freud, por ejemplo, eran así. Orwell también. Tenemos la idea de que un revolucionario es un alborotador que da voces en público. Nada es más falso que eso. Suelen ser cautos, por la cuenta que les tiene. A la mayoría de los hombres no les gusta nada que le muevan el suelo que tienen bajo los pies.
Rimbaud
Aunque cada vez me cueste más creerlo también yo fui joven. Pero cuidado, que tampoco soy viejo. Mi década prodigiosa fueron los años 90. Acababa de despedirme del deporte y comencé a interesarme, con ese fervor de los muchachos, por la literatura y la filosofía. El mundo era joven. Si había viejos los veía, pero no los sentía. Trato de recordar qué personaje encarnó para mí la juventud. Quizá me engañe, pero creo que fue Rimbaud. ¡Qué entusiasmo al leerlo! No me enteraba de nada, o de casi nada, me parece. Incluso llegué a imitar su poema El barco ebrio. Pero Rimbaud sólo hay uno. El poco francés que sé me lo enseñaron Baudelaire y Rimbaud. En 1991 se celebró el centenario de la muerte de este poeta. El poeta. A mí, que tenía 23 años, ya me dejaba atrás en juventud. Es sabido que Rimbaud dejó de escribir a los 19 años. Tengo un retrato suyo en el apartamento donde vivo, el célebre que le hizo el fotógrafo Carjat hacia 1872, un año después de la Comuna. Cara de niño frágil y asustado. Ojos claros. Era un genio auténtico aunque no supiera nada de la vida aún. Es normal. Ahí está, eternamente joven en el instante detenido. En algún momento de éxtasis llegamos a creer que podríamos ser tan grandes como él. Sueños de juventud muy nobles y muy insensatos. De su terrible agonía en un hospital de Marsella no queríamos saber nada, no la entendíamos. Ese Rimbaud moribundo y derrotado no existía. De haber vivido más, ¿hubiera sentado la cabeza? La edad nos enfría la sangre. Es ridículo pretender ser un joven perpetuo. La juventud es un testigo que cedemos, por las buenas o por las malas, a los que llegan detrás. Así se hizo desde que el mundo es mundo. Qué breve y qué luminosa fue la juventud, encanto descarado de la vida. Como decía con malicia y acierto Luis Cernuda: "poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias" Estos tiempos de peste no son para jóvenes, me parece una lástima tener veinte años hoy: no pueden salir, no pueden amarse, no pueden reunirse. Están recogidos en sus habitaciones, siempre están afuera porque están conectados. Esa es su relación con el mundo. No les culpo de nada, los compadezco. Ningún vagabundeo (no se les permite). Su capacidad de aventura, su libertad, es moneda barata. ¿A dónde irán que no haya cobertura? Pueden viajar en vuelos low cost al confín del mundo (ahora ni eso pueden) pero siguen enjaulados. Paul Nizan escribió hacia 1931 un libro desengañado sobre su viaje al mismo Adén al que huyó Rimbaud buscando al salvaje, como hizo Gaugin. A finales del siglo XIX aún era posible. En tiempos de Nizan, primeras décadas del siglo XX, esto ya era una quimera. Un Nizan hastiado regresó a la vieja Europa, como Rimbaud, entrando por el puerto de Marsella: le crecle bouclé, je vis un matin le château d'If, et devant des collines blanches, Notre-Dame-de-la-Garde. J'étais servi: les premiers emblèmes venus à ma rencontre étaint justement les deux objets les plus révoltants de la terre: une église, une prison. Iglesias ya ni quedan, están vacías. Prisiones hay, gozan de muy buena salud. Y no sólo son esos edificios siniestros. El control que se ejerce sobre nosotros, Rimbaud, es algo que ni llegaste a imaginar. ¡Buen viaje al África colonial, muchacho! ¡Huye, huye tú que pudiste!
Ferlosio
Rafael Sánchez Ferlosio es un personaje que era enormemente simpático. Si me oye decir esto se iba a enojar. Porque precisamente su categoría o su elegancia le haría repelente ese adjetivo cursi. Me gusta de él que no tenía pelos en la lengua. Detestaba el deporte, el nacionalismo, el papel social del literato, la moderna pedagogía, etc. Con las zapatillas puestas disparaba contra todo. Tenía un punto de loco pero se quedó en el límite así que fue más lúcido que nadie. Era original. En eso que llamó "pecios" y se conoce como "aforismos" es un consumado maestro. Yo disfruto leyéndolos, muchos no los entiendo pero me agradan igual. Hay una foto de él sentado en una butaca con bata y zapatillas -quien está en bata y zapatillas es Ferlosio, no la butaca, perdón, maestro- que es memorable. (Unos segundos de pausa). La he buscado en internet (desde donde escribo) y tengo que rectificar. No llevaba bata. Mira desafiante al frente. ¿Con quién relacionaría a Ferlosio con su preocupación por el lenguaje, su afán de derribar ídolos reconocidos por la sociedad y la época yendo siempre a contracorriente y con su talento para la frase corta y acerada? Pienso inmediatamente en Karl Kraus.
El fin del mundo
El fin del mundo no es tan fácil. Qué va. A la vista de los acontecimientos de los últimos meses, de los cambios "disruptivos" que están en pleno desarrollo (la vida individual y social volcada a lo virtual; internet nuestra ágora, escuela y mercado), aparte, naturalmente, de la pandemia, observo que terminar con el mundo es muy difícil. Grosera imaginación la de quien cree que esto sucede en un instante. No con un trueno, sino con un susurro. Así termina el mundo. Relaciones a distancia (muchas con desconocidos) con intervalos de días, semanas o meses. Creo que estamos ante un cambio antropológico de dimensiones desconocidas. Pronto dejaremos de ser corpóreos. Aunque sigamos necesitando comer tres veces al día, ir al baño y hacer cola para echar la bonoloto.
Matemáticas
Ya que el mundo se ha vuelto tan hostil, tan enemigo, tan oscuro, me estoy haciendo aficionado a las fugas (las de Bach no, otras). Si no hay confinamiento escapo solo a la orilla del mar, con el deseo de subir a una nave de tres palos como la de James Cook (originalmente un buque para transportar carbón) y poner rumbo a los mares del Sur. Me conformaría con una barca, remando hasta la deshidratación y el agotamiento hasta perder de vista la costa. Si el confinamiento no permite desplazamientos (obedecemos resignados las disposiciones de la autoridad) me queda, como al prisionero, el recurso de la imaginación. No tengo talento para las matemáticas, qué lástima. Con gusto me olvidaría de estas oscuras y agobiantes circunstancias tratando de comprender la Teoría de Grupos de Galois o la Teoría de Conjuntos de Cantor. Qué poder de abstracción, qué alejamiento del mundo sensible. Hay infinitos más "grandes" que otros. ¿No fue, por cierto, el siglo XIX el que conoció un mayor avance y consolidación de las matemáticas? Creo que sí. ¡Nada de suposiciones, tendría que demostrarlo! Hay en las matemáticas una voluntad de orden que ya conocían los apasionados griegos. Recuerdo la frase del matemático alemán y judío, judío y alemán (o prusiano más exactamente) Carl Gustav Jacobi: "el único fin de la ciencia es honrar el espíritu humano" Si hoy todo se desmorona, si parece que reina el caos, las matemáticas y su belleza ideal son, para mí que no soy creador, un excelente pasatiempo. La posibilidad de la fuga del mundo. El matemático francés Poncelet cayó prisionero de los rusos en la campaña de Napoleón. Durante su cautiverio (1812-1814), sin ningún libro a mano, estableció los fundamentos de la geometría proyectiva.
Engañados
En el apocalipsis zombi que fue el asalto al Capitolio de Washington hubo -que yo sepa- una víctima mortal, una mujer de San Diego que había dejado su residencia para asistir al magno acontecimiento. La pobre mujer era partidaria acérrima de Trump. Recibió un balazo en el pecho. Sacrificio inútil. No será una mártir de nada, había puesto sus esperanzas en un miserable al que la vida de los rednecks no le importa lo más mínimo. Es terrible pensarlo, pero ha muerto en vano. Trump se apresuró, forzado por las circunstancias, a renegar de sus propios y salvajes entusiastas. Estremece pensar que uno pueda poner toda su ilusión en una persona o una causa que son completamente falsas. ¿Cuántas veces nos han engañado? La Iglesia ha sido especialista en eso. Tomando como ejemplo a esa mujer me pregunto si no habré sido engañado también yo. Si no me habré inclinado ante un poder arbitrario, si no soy capaz de conocer la realidad social y mis propias circunstancias. Por ejemplo, la literatura es cosa de señoritos. Quizá el engañado se culpe a sí mismo de su situación vital o de su fracaso cuando no es más que la víctima de un orden social injusto. Ya sabemos que en la carrera de la vida una minoría de señoritos nace con privilegios e inmunidad moral y una masa anónima tiene que luchar por subsistir. La idea de "lucha" por cierto, tan enaltecida por los sindicatos -cuando existían- es un error. Nadie puede cambiar nada si está en el fondo del pozo. Luchar, para esta gente, es simplemente mantenerse en pie. Eso es todo. Pero los pobres no tienen moral. Quienes han hecho las revoluciones han sido señoritos con mala conciencia. Sin embargo la simpatía, más o menos sincera, que pudieran tener por los marginados, los más humildes, no confunde sus destinos. Ciertamente, la rebelión tendría que ser una inevitable urgencia, pero su inutilidad es desesperada. Hacer que el individuo salga de la infancia, que sea una persona autónoma que piense por sí misma y sepa guiarse sola en la vida, fue el ideal de la Ilustración. Lo que nos enseñaron nuestros mayores, pienso, era falso. No engañaban por mala fe, sino por ignorancia. Derribar falsos ídolos.
Terror
Bastan 15 individuos brutales, fanáticos y poderosos para aterrorizar a una nación considerada "culta" de millones de personas. Viendo hace poco un documental sobre la II Guerra Mundial, con imágenes de archivo que no conocía, se me quedó grabada la cara de desprecio y asco que tiene Goebbels al visitar un campo de prisioneros rusos. ¿Podemos imaginar cómo sería vivir en Alemania entre 1933 y 1945? No se movía ni una mosca. El Terror era absoluto. La mentira, la única verdad. Mentían sin el menor escrúpulo. A Hitler y sus cabecillas les importaba un rábano la vida de sus propios compatriotas; poseídos por una furia absolutamente asesina no admitieron la derrota y prolongaron hasta el final el inmenso sufrimiento de millones de personas. Es tremendo ver cómo teniendo la guerra perdida (hacia 1944) siguen organizando desfiles victoriosos para engañar a la población, celebrando conciertos, fiestas, inaugurando factorías, haciendo como que seguían gobernando para la futura Alemania, como si la victoria fuera segura, cuando lo seguro era la derrota. No es sólo que engañaran a los que respiraban la misma cultura que Kant, Schiller o Beethoven, es que convirtieron en asesinos sanguinarios a muchísimos, a miles de ellos. Se conocen más o menos las masacres de los soldados alemanes y las SS en el frente oriental. ¿No había nadie en toda Alemania al que se le cayera la venda de los ojos y saliera a la calle a protestar contra la dictadura nazi? El nazismo tuvo, desde luego, adversarios, pero más fuera que dentro. No todos se creían las mentiras de la propaganda. ¿Quién se atrevía en Alemania a levantar la voz? Un puñado de héroes lo hizo. Pero el régimen no cayó desde dentro, tuvo que ser la fuerza de los aliados -los bombardeos, la destrucción- la que terminara esa pesadilla. En ese documental se puede imaginar el absoluto desprecio que sintieron Hitler y sus cabecillas y Stalin y los suyos por la vida de millones de personas. Les enviaban a matar y a morir y eso hicieron aquellos infelices. Millones de personas se negaron a sí mismas y obedecieron ciegamente a un grupito de criminales. Miles de ellos mataron a civiles, mujeres, ancianos y niños hasta que las armas quemaban, agotados de tanto matar. Otros tuvieron que callar hasta que un obús los reventó o una bala les voló la cabeza. ¿Cuántos desertores hubo? ¿Dónde estaba la libertad individual? ¿Quién se atrevía a decir "yo no participo" "yo no hago el saludo"? El muchacho ruso mal equipado, sin instrucción, que mandaban a Stalingrado tenía una orden tajante: "ni un paso atrás" Un icono del siglo XX es Einstein. ¡El progreso científico! ¡El genio humano! Por un Einstein original -¡uno! ¡uno!- hubo unos 50 o 60 o 70 millones de muertos (no se sabrá nunca cuántos) en cinco años de guerra de exterminio desde Stalingrado a Japón y el Pacífico, desde Londres hasta Alejandría y el Cáucaso. Eso sin contar los supervivientes que quedaron destrozados física o anímicamente. Es cierto que en esa guerra perdieron quienes tenían que perder, por suerte para la humanidad que aún conservaba la vida y por suerte para sus descendientes. Extraños aliados fueron las democracias occidentales y la Unión Soviética, otra dictadura del terror, monstruosa maquinaria de triturar hombres. El poder magnético (¿el poder no es el mal?) que unos pocos hombres pueden ejercer sobre millones de ellos -que son sus iguales por nacimiento- puede llegar a ser inmenso y revela algo inquietante de nuestra naturaleza. ¿Quién se atrevió a escupir a Hitler a la cara? ¿Quién se atrevió a abofetear a Stalin en público?
Demasiados intereses
En una biblioteca o en una librería bien surtida voy de los estantes de literatura a los de historia, de los de historia a los de ciencia, de los de ciencia a los de arte. Y entre tanto que leer quedo abrumado y me bloqueo. Me gustaría saber de todo, excepto de derecho y economía que me parecen aburridos saberes. Cuánto tiempo perdido atendiendo al cuerpo, al sueño, a la vagancia, la distracción y la voluptuosidad. Quien mucho abarca, poco aprieta. En literatura tengo especial interés por la germanística: poetas, escritores, filósofos en esa lengua alemana que suena tan bien. Tengo mis preferencias: Kleist (poco conocido en España): me gustan los ensayos de Schiller, conozco poco su teatro, me parece que ha envejecido mal Schiller; de Goethe me interesa su vida (recuerdo aquel viaje loco que hice a Weimar sólo para ver su casa am Frauenplan); y los filósofos: Kant, Schopenhauer (otra deuda con Borges). Hegel me interesa poco, su Fenomenología del Espíritu me pareció incomprensible, lo que no es de extrañar, y aburrida. Algo de los románticos, sobre todo Novalis. Y en el ámbito austrohúngaro, todos aquellos súbditos del Emperador que orbitaban alrededor de Viena: Kafka, Freud, Joseph Roth, Stefan Zweig, Hermann Broch, Musil o Celan. Hay más y no es cuestión de citarlos a todos. ¡Me olvidaba de Heine! Y entre los modernos Thomas Bernhard y algo anterior, Thomas Mann. Y, por supuesto, Georg Büchner, ese genio de vida tan breve que revolucionó el teatro. Y hablando de teatro, Brecht. Luego están los anglosajones y los rusos. No voy a dar más nombres, que me fatigo. La literatura francesa: sólo leer a Balzac o a Zola llevaría meses o años. No hay tiempo. De Italia, Dante, Petrarca y Leopardi. También Ariosto. Me temo que dejaré sin leer la Jerusalén liberada de Tasso, porque quién lee hoy poemas épicos en octavas reales. No sé, hay muchos, dejo a tantos en el tintero. Claro, la literatura hispánica, con eso ya tengo para toda la vida. El Siglo de Oro. Galdós. Baroja. Y los hispanoamericanos, empezando por Rubén Darío y terminando por Ricardo Piglia. Todo un continente de letras, desde Tijuana a la Tierra del Fuego. Además de literatura me interesa la ciencia: la historia de la ciencia. La ciencia, qué superstición contemporánea. Un terreno vedado para los españoles, al menos hasta ahora. El país de los sueños perdidos es el título de una historia de la ciencia española escrita por José Manuel Sánchez Ron. No sé qué pasa al sur de los Pirineos que no prenden ecuaciones, ni polinomios, ni logaritmos, ni geometrías, ni el cálculo diferencial. La ciencia es una empresa colectiva, necesita un suelo fértil donde desarrollarse. En esto han destacado los franceses (Fermat, Descartes, Pascal, Fourier, Lagrange, Poincaré, Laplace, Galois, Cauchy...). Francia es una nación versátil, en todo ha destacado: ciencia, literatura, artes. Y Alemania, la tierra de los cabezas cuadradas -como dice el tópico (Leibniz, Gauss, Riemann, Jacobi, Dirichlet, Hilbert, Weierstrass, Cantor...). En fin, Italia, el Reino Unido, Suiza, Rusia y otros países europeos cuentan con bastantes matemáticos de importancia. No puedo pasar por alto a Euler y Lobachevski. Y podría decirse otro tanto de la Física y la Química. Lo que hay de bueno y de malo en el mundo actual se debe, en gran medida pero no sólo, a los que siguieron el camino abierto por Francis Bacon, Galileo, Giordano Bruno, Descartes o Lavoisier. En el siglo XX, que ha sido uno de los más fecundos en la Física, destacan dos ramas: la Relatividad, que no hace falta decir a quién se debe, y la Mecánica Cuántica. Me gustaría que en España se prestara atención a las ciencias. O acaso haya que decir como Unamuno: "que inventen ellos" si es cierto que pronunció ese exabrupto. ¿Y los españoles a qué nos dedicamos? ¿Seguimos ignorando a Descartes y machacamos la Escolástica, estilo Francisco Suárez, y comentamos la obra, magnífica por otra parte, de los grandes místicos San Juan de la Cruz o Santa Teresa? He perdido el hilo de lo que decía. Empecé con los demasiado amplios, inabarcables intereses, en esta época de hiperespecialización, y termino entonando el treno de los sueños perdidos del país que perdió todos los trenes de la investigación científica. ¿O estoy exagerando?
Cazando cetáceos
El hospital
De vuelta de un paseo reparo en el edificio del hospital junto al que vivo. Conocemos esta práctica: mirar las cosas como si las viéramos por primera vez, digamos desconociéndolas. Una cosa cotidiana nos aparece de pronto como novedosa, como extraña y surge como problema. Algo así me ha sucedido hoy: ahí está el hospital, sobre una colina, como un monstruo blanco con reflejos de vidrio. Es un edificio pensado para atender a los enfermos; está dedicado al cuidado de la salud del Homo sapiens. Creo que Foucault fue el filósofo que se interesó por la historia de este tipo de edificios (clínicas, manicomios, cárceles). Es hermético: desde el exterior es difícil distinguir para qué sirve este edificio. Imagino que lo veo por primera vez e intento descifrarlo. Visto a distancia no lograría, pienso, adivinar qué sucede en su interior. Uno se maravilla del grado de organización, complejidad y alejamiento de la naturaleza que ha alcanzado este mamífero capaz de levantar semejante construcción en medio de campos verdes y árboles dispersos. Contiguos coexisten las granjas de vacas con el acelerador de partículas, los corrales de gallinas con el reactor nuclear, los nidos de jilguero con los radiotelescopios. Una de las características del hombre actual es que no conoce (o conoce mal) el principio y funcionamiento de la mayoría de las cosas con las que tiene que ocuparse. Nos manejamos entre computadoras y otras prendas tecnológicas; en ellas vivimos, nos movemos y somos. ¿Hay más complicación en un smartphone que en una catedral gótica? No siendo arquitectos podríamos comprender y admirar el sentido de los arbotantes, los contrafuertes y los equilibrios de la catedral. Un móvil no se presta a una intuición semejante. El mundo no es extraño porque sea en sí mismo extraño sino porque nos resulta extraña la idea que tenemos de él. Paradójicamente nunca ha existido tal cantidad de información. (Y supongo que la "información" como idea es más o menos reciente). Por la morfología de un órgano o una parte del cuerpo podemos deducir su función: el riñón es un filtro, el corazón una bomba, los pulmones son sacos de aire, los huesos y músculos palancas. Pero el cerebro es impenetrable. Pues bien, ese hospital que vi hoy -no digo ya un acelerador de partículas- me produjo la misma impresión que tendría si viera un cerebro encima de una mesa.