La flor desconocida

Andréi Platónov es un escritor ruso que pasó a mejor vida a los 51 años. Para un ruso nacido en 1899, al que le tocó vivir (y sigue una larga enumeración de desdichas): la Revolución de Octubre, la guerra civil, la tiranía de Stalin, la guerra con la Alemania nazi, la hambruna de Ucrania, los años de Yezhov (jefe de la NKVD), el Gulag, etc etc la expresión eufemística "pasar a mejor vida" cobra un sentido muy fuerte. No quisiera recordar sin el debido respeto el monstruoso sufrimiento que padecieron millones (millones) de eslavos, judíos, polacos en el siglo XX. Joseph Brosdky decía que a un ruso que llegara a las puertas del paraíso debería dejársele pasar sin más averiguaciones. 
      Platónov es conocido por dos libros, principalmente: "Chevengur" y "La excavación". Son una novela y un relato desencantados de las promesas de la revolución. Sobra decir que se le prohibió publicar. Platónov narra el desvalimiento de los individuos en un mundo que se ha vuelto delirante. Pero Platónov también escribió relatos infantiles. De uno de ellos quisiera hablar aquí. Se titula "La flor desconocida". Es un cuento muy corto, no lleva más de quince minutos leerlo. Narra la historia de una pequeña flor: "Vivió en el mundo una pequeña flor. Nadie sabía que estaba en la tierra. Creció sola en el erial, ni las vacas ni las cabras iban allí, ni los niños del campamento de los pioneros jugaron nunca allí" Así empieza el cuento. La flor crece milagrosamente, contra el viento y las heladas, entre piedras y arcilla, en el terreno estéril. Un día una niña, Dasha, se acerca a la flor, atraída por su perfume. La descubre entre las rocas y le pregunta su nombre. La flor desconocida contesta que no tiene nombre, que vive sola. Dasha conduce a los pioneros al erial y les dice, mucho antes de llegar a la flor, que escuchen cómo huele, así es cómo respira. Los pioneros estuvieron, se dice, largo tiempo admirando esa criatura. Pero llegó la hora de irse. Dasha pasó el invierno recordando la flor y al verano siguiente regresó al erial donde la había encontrado. En el mismo lugar florecían entonces muchas flores fragantes, la hierba cubría el terreno y volaban pájaros y mariposas. Pero la flor desconocida no estaba. "Y a Dasha le pareció, termina el cuento, que la flor la atraía, que la llamaba con la silenciosa voz de su perfume."

Gutenberg Spiegel

Ayer me llevé un disgusto que, felizmente, se ha convertido en susto. Como todos los días abro la página web del diario Der Spiegel que tiene un archivo inmenso de autores alemanes y extranjeros traducidos al alemán. Es la página Gutenberg Spiegel. Hay un calendario de autores donde aparecen los natalicios y defunciones del día, y yo soy amigo de las efemérides. Ayer, decía, (decíamos ayer) que cliqué distraídamente en el enlace y ví que la página no estaba disponible. Una ominosa frase en alemán anunciaba un fallo en el servidor o cosa parecida. Soy irritable y esto me disgustó bastante. ¿Ya no podré intentar descifrar a tantos autores alemanes como hay allí? ¿Se han borrado para siempre? ¿Quién ha sido? Sobra decir que volví a intentarlo numerosas veces con el mismo resultado. Hasta que hoy, por fin, hace un par de horas, abro la página y aparece de nuevo. 
        Por favor, señores del Espejo, no vuelvan a darme ese susto.
 
https://gutenberg.spiegel.de/

Robinson Jeffers

Robinson Jeffers (1887-1962), gran poeta norteamericano. Se le considera precursor de la conciencia ecológica. Era solitario y misántropo. Robison Crusoe: Robinson Jeffers. Milosz confesó su admiración por este poeta, aunque no compartía su visión del mundo. En un lugar de California, al borde del Pacífico, construyó una casa de piedras para vivir en ella. Es bastante fea, la verdad, pero ¿cuántos de nosotros podemos decir que vivimos en una casa fabricada con nuestras manos? Tan acostumbrados estamos que no caemos en la cuenta: a Chesterton le parecía lamentable que el hombre moderno viviera en casas que no había construido él mismo. Para Jeffers el hombre es una especie destructiva que vive centrada en sí misma, indiferente a "la asombrosa belleza de las cosas" No sé si le hago un favor traduciendo así asá estos dos poemas suyos.

FIN DEL MUNDO
Cuando era joven, en la escuela, en Suiza, hacia la época de la guerra 
de los Bóers.
Dábamos por sabido que la especie humana
duraría tanto como la Tierra, sin morir hasta que ella muriera. Escribí un poema escolar
sobre el último hombre caminando con estoica dignidad por la orilla muerta
del último mar, solo, solo, solo, recordando todo
el pasado de su especie. Pero ahora no pienso así. Morirán sin rostro en rebaños
y la Tierra florecerá largo tiempo después de que la humanidad haya desaparecido. 

EL OJO
El Atlántico es una fosa tormentosa y el Mediterráneo
un estanque azul en el viejo jardín,
más de cinco mil años ha bebido el sacrificio
de barcos y sangre, y brilla al sol. Pero aquí, en el Pacífico,
nuestros barcos, aviones y guerras son perfectamente irrelevantes.
Ni la presente enemistad mortal con los valientes enanos
ni ninguna futura pelea mundial entre el hombre occidental 
y el oriental, migraciones sangrientas, codicia del poder, choque
de creencias 
todo eso es una mota de polvo en el gran platillo de la balanza.
Aquí, desde esta costa escarpada, promontorio tras promontorio
zambulléndose como delfines a través de la bruma marina
en el pálido mar -miro al oeste, a la montaña de agua, es la mitad
del planeta:
esta cúpula, esta mitad del globo, este abultado
globo ocular de agua, arqueado hasta Asia,
Australia y la blanca Antártida. Estos son los párpados que nunca
se cierran,
este es el agudo y el vigilante
ojo de la Tierra, y lo que mira no son nuestras guerras. 

Moral y literatura

Miro la histórica Historia de la littérature française de Gustave Lanson, completada desde 1850 hasta 1950 por Paul Tuffrau. Tiene un índice de varias páginas, el libro es muy grueso y huele muy bien. (Los libros huelen, por cierto). Esta clase de libros me gustan: libros de historia (de la ciencia, de la filosofía, de la música, etc) con un índice onomástico abundante. Me gustan los libros eruditos, el culturalismo es mi debilidad. Tiendo peligrosamente a la pedantería, qué le vamos a hacer. Pienso un autor que me parezca bizarro y compruebo si aparece en el índice. Vamos a ver: ¿Alfred Jarry? Está. Muy bien. ¿Lautréamont? Está. Excelente. ¿El marqués de Sade? Bueno, en una frase, no se le dedica más. (Era un pervertido y un vicioso, será eso). Julio Verne está en la página 1079, lo busco pero no lo encuentro. Ahí se habla de Flaubert. ¿Sartre? Está. Vale. ¿Camus? Está. ¡Muy bien! A Camus se le admira y se le ama. Busco Céline. Silencio. Busco Robert Brasillach. Silencio. Busco Drieu la Rochelle. Silencio. Estos autores son importantes, pienso, merecerían estar en una historia de la literatura francesa. ¿Qué sucede entonces? Tienen una mancha. Fueron colaboracionistas durante la ocupación alemana de Francia: una vergüenza nacional. Me temo que esta es la razón de su ausencia y no la falta de calidad literaria. La mejor manera de anular a un escritor o a un artista no es vapulearlo sino no hablar de él. (Aquí los autores prohibidos constituyen un índice que se deduce de la ausencia, al revés que el "Índice de libros prohibidos" de la Iglesia Católica que puede considerarse una excelente guía de lectura. Veo en Wikipedia que lo suprimió Pablo VI en 1966. Qué tiempos aquellos en que la Iglesia era fuerte y dogmática). Comprendo que si esta historia de la literatura francesa apareció en los años 50 no se mencionara a estos autores indeseables. Las heridas estaban abiertas. Quizá ahora sea el tiempo de revisarla, aunque esto es obvio: siempre se revisa la historia. El pasado cambia constantemente. El futuro es más uniforme. En 2011 se cumplía el cincuentenario de la muerte de Céline, se pensó en dedicarle algún acto oficial, pero al final no se hizo. Sigue siendo un apestado. La posteridad es caprichosa: encumbra a unos, entierra a otros. No siempre quedan los mejores o al menos no quedan algunos que lo merecen. 
         Hay motivos ajenos a la calidad literaria. Hay motivos políticos y morales. Esto es falsear las cosas. Uno puede ser un miserable y un gran escritor, lo contrario también es cierto: uno puede ser una bellísima persona y un pésimo escritor. Confundir moral con literatura es un error de fariseos. Son legión los escritores e intelectuales mediocres que se abrazan a causas solidarias y enarbolan la noble bandera del compromiso para sostenerse. Quitadles ese aparato y se vienen abajo. La literatura no tiene nada que ver con las opiniones políticas, con firmar manifiestos o con acudir a manifestaciones por la defensa de vaya usted a saber qué. Estos autores suelen moverse en manada atacando o defendiendo, les horroriza escribir solos.
         Finalmente a todos, buenos y malos (a éstos antes) se los tragará el olvido. ¡Ah vanidad de vanidades! ¡Ah, melancólica y triste verdad! Que no quede nada de nuestro paso en la tierra... Contra el voraz olvido ya escribió Heródoto. Yo tengo una cuenta pendiente con el olvido y no sé si podré resolverla.

Kafkiano

De frente cerraba el paso una verja. Había que dar la vuelta, volver sobre nuestros pasos. Regresar por el camino solitario de la presa que embalsa el agua del río. Uno de nosotros siguió andando hasta descubrir un paso estrecho, junto a una roca, que sorteaba la verja de hierro. Al mirar desde el otro lado de la verja descubrimos que aquello era la entrada. Estábamos dentro del recinto de la central eléctrica sin saberlo. Esto me recordó una reflexión de W.H. Auden sobre Kafka. Cuenta Auden que durante la guerra pasó un día en el Pentágono. Estaba cansado y quería volver a casa. Caminó por largos pasillos hasta que llegó al puesto de un guarda. "¿A dónde va usted?", le preguntó. "Estoy tratando de salir" contestó Auden. "Ya está usted fuera" le dijo el guarda. También nosotros nos sentimos como K. pero, al revés que Auden, nos creíamos fuera cuando estábamos dentro.  

Nadaritmos

Somos solitarios sin intimidad. Estamos -dicen los expertos (habrá que creer a los expertos en esta época hiperespecializada)- asistiendo a la revolución digital. Creo que esto lo advierte el hombre de calle de manera más o menos consciente. En este blog han aparecido algunas entradas que tratan de la importancia fundamental que tienen en nuestras vidas dispositivos como el smartphone. Subrayo la soledad, el individualismo, que esto produce. No cambia nuestra forma de relacionarnos con la realidad (seguimos siendo humanos y nos mueven las emociones) lo que cambia es la realidad. Como se sabe la realidad es una convención, no viene dada de suyo, es algo que se construye. Esta nueva realidad nos priva del cuerpo. Somos seres sociales, pero el intermediario, el entrometido, es la tecnología. Se nos insta a que "compartamos" nuestras experiencias, gustos u opiniones con nuestros prójimos (el prójimo ya no es el "próximo" es un ente abstracto y remoto). Ya vayamos de viaje, subamos a una montaña, estemos en familia o asistamos a un pogromo hacemos fotos o grabamos vídeos con el móvil; lo subimos (o bajamos) a las redes sociales. Así estamos condicionados: nos mueve el deseo de agradar, de conmover o de provocar a esa comunidad del ciberespacio. En ese proceso la inteligencia artificial, de mirada fría, divina en su carácter omnisciente (aspira al dominio absoluto que no nos engañen) está aprendiendo nuestros gustos, conoce nuestra situación financiera, estudia nuestra personalidad. Por medio de los famosos "algoritmos" el capitalismo digital dispara con mira telescópica en nuestra frente de consumidores. Vivimos en un espejismo de libertad. Probablemente nos encontremos en un proceso acelerado de deshumanización. Cada uno en su casa y dios en nuestro bolsillo. Miremos en nuestro móvil la lista de los contactos de whatsapp. Es nuestro universo de relaciones y cada vez cobra más fuerza. ¿En qué conversación familiar no se entromete un vídeo gracioso que alguien nos ha enviado? Contactos de whatsapp. ¿Son una comunidad de amigos, familiares, conocidos, amantes o vivimos cada uno por nuestro lado radicalmente solos? ¿Nos hacen compañía o son fantasmas? Es desconcertante que aparezcan en esa lista -y creo que no exagero- personas con las que no tenemos trato desde hace años. Incluso, yendo más lejos, que existan sujetos a los que no hemos llegado a ver en nunca en persona. No los borramos por miedo, probablemente. Esto es totalmente desconcertante. Uno de los resultados, a mi entender, de esta revolución digital (las consecuencias de esta revolución las ignoramos pero no parecen halagüeñas) es que nuestro trato con los demás es cada vez más pobre y decepcionante.

¿Alguien conoce a Max Weber?

Un año antes de su temprana muerte, en 1919, Max Weber pronunció, en el clima revolucionario de Baviera, una conferencia en Munich para una asociación de estudiantes. La guerra había terminado el año anterior. Weber y otros oradores se proponían servir de guías para las diferentes formas de actividad basadas en el trabajo intelectual a una juventud recién licenciada del servicio militar y profundamente trastornada por las experiencias de la guerra. Esta frase que copio procede de aquella conferencia titulada "La política como vocación": 
... recurriendo a la simple tesis de que de lo bueno sólo puede resultar el bien y de lo malo sólo el mal. Si esto fuese así, naturalmente, no se presentaría el problema, pero es asombroso que tal tesis pueda aún ver la luz en el día de hoy, dos mil quinientos años después de los Upanishads. No solamente el curso todo de la historia universal, sin también el examen imparcial de la experiencia cotidiana, nos están mostrando lo contrario. El desarrollo de todas las religiones del mundo se apoya sobre la base de que la verdad es lo contrario de lo que dicha tesis sostiene. El problema original de la teodicea es el de cómo es posible que un poder que se supone, a la vez, infinito y bondadoso haya podido crear este mundo irracional de sufrimiento inmerecido, la injusticia impune y la estupidez irremediable. O ese Creador no es todopoderoso, o no es bondadoso, o bien la vida está regida por unos principios de equilibrio y sanción que sólo pueden ser interpretados metafísicamente o que están sustraídos para siempre a nuestra interpretación. Este problema de la irracionalidad del mundo ha sido la fuerza que ha impulsado todo el desarrollo religioso. La doctrina hindú del Karma, el dualismo persa, el pecado original, la predestinación y del Deus absconditus, han brotado todos de esta experiencia. También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando.
        Hace cien años de estas sabias palabras. Que cada cual saque sus conclusiones.

Paisaje

El paisaje se ofrece hoy como posesión, no como contemplación. Capturamos su imagen con un ojo electrónico. Todo paisaje es un escenario amenazado por la acción del hombre. Antes de la época de la contemplación el paisaje no existía. El paisaje es un invento romántico, presupone un sujeto capaz de emoción estética. El campesino es insensible al paisaje: al campesino le interesa saber si mañana lloverá. Es una pieza más del ciclo natural, no puede salir fuera para deleitarse con las montañas, los bosques o los valles. La vida del campesino, oscura, trabajosa, elemental, es una contínua lucha con la naturaleza. No tiene nada de bello. La églogas de Teócrito, Virgilio o Garcilaso son típicos productos de una sociedad urbana. La nostalgia del hombre de ciudad por la vida rural es un error. Fue Van Gogh, un extraño, el que descubrió los colores de Provenza, no los vecinos de Arlés. La inmensa mayoría de los hombres han pasado por el mundo sin conciencia del paisaje. El paraíso siempre es un paraíso perdido.

Divagación sobre la novela

Aunque no la he leído conozco la historia: Germinie Lacerteux es la novela de los hermanos Goncourt en la que la protagonista, esta mujer de eufónico nombre, es una sencilla criada. Se cuenta la vida de una humilde mujer, un individuo insignificante en la gran capital, París. Alguien que pasa (como en el soneto de Baudelaire) por la calle y que pasa por la vida sin dejar rastro, lo que, por otra parte, es el destino de la inmensa mayoría de nosotros. No se trata de los héroes y personajes míticos del teatro de Racine, alzados sobre el coturno. Esta novela tiene un propósito moral, es una denuncia de la pobreza, lo que explícitamente declaran los Goncourt en el prólogo del libro. Este camino fue desarrollado posteriormente por Zola, como ya se sabe, que metió las manos en el vientre de París. Todos hemos sentido alguna vez, por oscura que sea nuestra vida, que somos personajes de una novela. Manhattan Transfer de Dos Passos inventa una técnica para tejer la complejísima red de vidas entrecruzadas en el inmenso laberinto de Nueva York. El Ulises de Joyce es la historia de un día en la vida de un hombre normal y corriente en el Dublín de 1904 (creo que esa es la fecha). Los mutilados, de Hermann Ungar trata de un empleado de banca, totalmente anónimo, devastado por la rutina: Franz Polgar, se llama el personaje. Pariente suyo en la nulidad es el Alfonso Nitti de Una vida de Italo Svevo, novela que originalmente se titulaba Un inepto. Otro ejemplo es El súbdito de Heinrich Mann, donde se cuenta la vida de un representante de la burguesía de la época guillermina alemana, poco antes de la Primera Guerra Mundial. De toda esta estirpe el más célebre es Josef K, de El proceso. Aquí la insignificancia del protagonista llega a ser metafísica. O bien, con el giro existencialista, se trata de Roquentin, el personaje de La náusea de Sartre, o de Meursault de El extranjero de Camus. Otro ejemplo es Babbitt, de Sinclair Lewis, que cuenta la vida de un vendedor en un estado del medio oeste americano. Todo monotonía y conformismo. Son personajes urbanos, mimetizados en la masa, con sus debilidades, sus miserias, sus vicios, sus anhelos. Recuerdo la obra del músico Aaron Copland, Fanfarria para el hombre corriente, pieza orquestal de encargo, escrita poco después del ataque a Pearl Harbor. Creo que este título encaja bien con la idea general que se pretende dar. A partir del siglo XIX hay un progresivo empequeñecimiento de los protagonistas de la novela. Para decirlo como Robert Musil, es el "hombre sin atributos". Uno de esos tipos comunes, sin nada de particular. Gógol insiste en que Akaki Akákievich, el protagonista de El abrigo, es un hombre que no destaca por nada. Ni siquiera la desgracia que le destruye tiene sentido heroico, muere de pena y abandono por perder su abrigo. Eso es todo. La mitología moderna no trata de Hércules, ni Andrómaca, ni Aquiles; trata de nuestro vecino, de cualquiera de nosotros. Considera el medio, el ambiente, generalmente hostil, en el que se desenvuelven los personajes. Se sitúa en la Historia. Y la Historia no es precisamente la Arcadia feliz.

El valor de creer

Creer, como crecer, son dos verbos que, sin más examen y un poco atolondradamente, suenan bien. Son caricias al oído. "Creo en tí" "Cree en tí mismo" "Creo -o no creo- en Dios" "Creo en el socialismo" "Creo en el libre mercado" "Creo en la independencia" ¿Qué es creer? Voy a decir lo que no es: creer no es pensar, ni examinar, ni razonar. Aunque se pueden aducir razones: "creo en x, porque esto y lo otro". Es un acto volitivo, no intelectual; puede ser consciente o no. Se puede creer en un sistema, en un objeto, en una persona, en una misión, en una tarea. Al que no cree en algo, como al que no cree en nada, se le llama "descreído" (Los hombres somos de tal forma que no nos gusta ver en alguien una muestra de desánimo, indiferencia o desesperación. Es bastante cómico que nos pasemos la vida dándonos ánimos unos a otros). Si la cosa es seria se le llama "infiel". La importancia de aquello en lo que se cree es diversa: podemos intentar hacer creer a alguien que es capaz de hacer algo (escribir un libro, resolver un problema de física, vender seguros, dejar de fumar, adelgazar, conquistar a una mujer). Se podría medir el afecto que una persona siente por nosotros por la importancia de aquello que pretende hacernos creer que somos capaces de lograr. El afecto es máximo cuando el objeto de la creencia es uno mismo: el amor nos hace decir a otra persona "creo en tí" 
        Uno de los versos más hermosos de la literatura es el último de la Divina Comedia: "el Amor que mueve el sol y las demás estrellas" Hay otro de Shakespeare, que aparece en esa tormenta de ambición, locura y crimen que es Macbeth, digno de memoria: "la leche de la bondad humana". El amor nos redime de la miseria, del error, del orgullo y la vanidad. Lo dijo San Agustín: "ama y haz lo que quieras". Pero... pero recuerdo una frase de los Relatos de Kolyma, de Varlam Shalamov que es muy inquietante. Está escrita por alguien que sobrevivió en circunstancias extremas de inhumanidad: "Todos los sentimientos humanos -el amor, la amistad, la envidia, el ansia de gloria, la misericordia o la honradez- nos habían abandonado con la carne con la que nos vimos privados durante nuestra prolongada hambruna. En la insignificante capa muscular que aún quedaba adherida a nuestros huesos, y que aún nos permitía comer, movernos, respirar, e incluso serrar leña o recoger con la pala piedras en la carretilla por los inacabables tablones de madera en las mimas de oro, en esta capa muscular sólo cabía el odio, el sentimiento humano más imperecedero" ¿Tendrá razón Shalamov? Me gustaría creer que no.

El sexo débil

 Cantando come donna innamorata
Purg. XXIX, 1

El antes llamado "sexo débil" está revolucionado. El feminismo es un movimiento emancipador que apoyo en mi modesta medida. Me parece bien, siempre que la cosa sea sensata y no caiga en extremismos, ni ridiculeces, como, por ejemplo, querer reescribir los cuentos infantiles, o pretender imitar lo vulgar propio del sexo masculino, como la competición deportiva. Creo que las mujeres son muy superiores al varón en casi todo: son más fuertes, más seguras, más duras, más disciplinadas, más ascéticas, más trabajadoras, más prácticas. No tienen ni gota de romanticismo. Tienen los pies en la tierra. Soportan más el dolor. La mujer tiene mucho más autocontrol que el hombre, sobre todo en lo que se refiere a la cosa sexual. En muchas situaciones, donde un varón se hunde, la mujer resiste y sale adelante. Encajan con más virilidad los golpes de la vida. A su lado muchos hombres son tarambanas y quejicas. Sin una mujer al lado muchos de ellos van dando tumbos, desorientados. La mujer, sin el hombre, se las apaña mejor. 
       En la sociedad machista que impuso el régimen de Franco era la mujer, en la mayoría de los casos, la que gobernaba la casa, la que administraba, la parte inteligente y civilizada del hogar. Dedicadas a "sus labores" mientras el varón era una máquina de ganar dinero al que había que poner las zapatillas y la comida cuando llegaba a casa. 
         Como todo dios sabe, millones de mujeres en el mundo padecen hoy esta penosa situación y otras peores, sobre todo en los países islámicos. Considero una desgracia para la Humanidad el dominio social que ostentan las religiones organizadas, entre otras razones porque todas tienen a la mujer por inferior al hombre.
      Si vamos al terreno de la Filosofía, pensemos en las mujeres que se carteaban con Descartes o Leibniz. Muchas ideas deben estos filósofos a sus amigas. Recuerdo que Stuart Mill dedica palabras de encendido elogio a su mujer. No quiero imaginar la cantidad de ellas que no pudieron desarrollar su talento por dedicarse a la crianza de los hijos. En esto Sor Juana Inés de la Cruz fue lista: prefirió meterse monja, aunque no tenía vocación, para seguir estudiando, que era lo suyo.

La voz viva

De vuelta del trabajo, en la burbuja del coche, escucho la voz de Auden, de Frost, de Robert Lowell o de Stephen Spender recitando sus poemas. Cualquier momento es bueno para escuchar a estos poetas de lengua inglesa. Hubiera sido espléndido, claro, poder escuchar a Baudelaire o Whitman, pero nacieron antes de este invento.

Karl Kraus, regrese usted

Con Karl Kraus no cabe término medio: o lo adoras o lo detestas. ¿Karl Kraus? Hoy nadie sabe quién fue este señor. En su época y su ciudad, en esa fabulosa eclosión de genio que fue la Viena de principios del siglo XX, KK fue el centro de todas las polémicas. Nadie le compadezca, porque nada deseaba más que eso. Este poeta aforista dramaturgo conferenciante actor editor panfletario y algunas cosas más -entre ellas judío- vivió en la Viena del "alegre Apocalipsis" la Primera Guerra Mundial y la desintegración del Imperio Austrohúngaro. Para KK su época fue una sucesión de catástrofes. 
        Satírico, violento, mordaz, reaccionario, misógino, justiciero, lúcido, temerario. Era un espíritu a la contra. Su talento se despertaba si encontraba algo que atacar, y como nunca faltan cosas que hagan comestible la mierda derrochó una inmensa cantidad de talento y energía. En un mundo feliz KK se hubiera marchitado y aburrido. KK fue editor de "La Antorcha" una revista medio artesanal que al principio contaba con algunos colaboradores que fueron desapareciendo hasta que la escribió él solo. Número a número durante varias décadas. Llegaba a los kioskos sin regularidad, cuando salía. KK escribía de noche. Odiaba la vida burguesa. Sus ataques iban dirigidos a la prensa oficial (Neue Freie Presse), al psicoanálisis, a la modernidad, al nacionalismo, a la guerra, a la estupidez, a la codicia. Disparaba a todo lo que se moviera. KK tiene mucho en común con el berlinés Kurt Tucholsky (ambos judíos) que también era un agudo crítico, tan mordaz venenoso brillante y ácido como KK. Pero Tucholsky (que según Erich Kästner pretendía detener la catástrofe -entiéndase el triunfo de Hitler- con su máquina de escribir) era incapaz de gritar. Tucholsky no pierde nunca la elegancia ni la compostura. KK, sin embargo, llega al paroxismo de la furia, lo que Tuchoslky no lograba, por carácter, supongo. Tucholsky era un leise Mensch, KK era un wütende Mensch. A las conferencias de KK asistió el joven Elías Canetti, del que se habló aquí en la entrada anterior. Un tomo de su autobiografía se titula "La antorcha al oído" Acabo de escuchar en youtube una grabación de KK en la que lee un texto que denuncia los viajes de turismo, en 1921, terminada la guerra, al frente de Verdún: Reklamefahrten zur Hölle. (Viajes promocionales al Infierno). No lee: aúlla. Si no fuera porque son polos opuestos podría confundirse con Hitler. Lo que me recuerda ese verso de Brecht: "también el odio contra la vileza enronquece la voz" Como muestra de que KK era una persona cabal está el elogioso poema que Georg Trakl le dedicó:

Weißer Hohepriester der Wahrheit,
Kristallne Stimme, in der Gottes eisiger Odem wohnt,
Zürnender Magier,
Dem unter flammendem Mantel der blaue Panzer des Kriegers klirrt

Blanco sumo sacerdote de la Verdad
cristalina voz en la que habita el helado aliento de Dios
iracundo mago
bajo cuyo flameante manto resuena la azul coraza del guerrero

Ad ora incerta

Hojeo en una librería El libro contra la muerte de Elías Canetti. Escribir ese libro es una idea que no llegó a realizar. Lo que queda es un proyecto interrumpido por la muerte. "Ya somos el olvido que seremos" es un verso de Borges. Gocemos, mientras podamos y nos dejen, de esta existencia breve. Un estoico diría que al sabio nada le perturba. Gocemos, alma mía, del agua, de la luz del sol, de la brisa, del mar, de una flor, de un paisaje, de algún libro, de la música. Mientras el corazón siga latiendo.

David Hume

Del breve ensayo De la inmortalidad del alma de David Hume tomo estas frases: 
-"La condenación de un hombre es en el universo un mal infinitamente mayor que la destrucción (subversion) de mil millones de reinos" (Dicho sea con permiso de Juan Calvino).
-"La mitad de la humanidad muere antes de alcanzar la edad de la razón" 
-"La debilidad del cuerpo y de la mente en la infancia están exactamente proporcionadas; su vigor en la edad adulta; su mutuo desorden en la enfermedad; su común decadencia gradual en la vejez. El paso siguiente parece inevitable: la común disolución en la muerte" 
-"Nada es perpetuo en este mundo. Cada ser, aunque parezca firme, está en continuo flujo y cambio. El propio mundo da señales de fragilidad y disolución" 
-"Nuestra insensibilidad, antes de la composición del cuerpo, parece a la razón natural una prueba de un estado semejante después de su disolución"
         Hume concluye que no se puede saber, por la mera razón natural, si el alma es inmortal. Sólo la revelación divina, termina diciendo, puede arrojar luz sobre esta gran e importante verdad.  Quizá esto lo dijera para estar a bien con la Iglesia y no por auténtico convencimiento. Lo que sí hizo fue sembrar suficientes dudas sobre nuestra pervivencia después de la muerte.  Los materialistas ateos de Francia, como D'Holbach o Helvétius, fueron tajantes en este asunto. Negaban la existencia del alma. Hoy este problema ha dejado de serlo, no porque se haya alcanzado una solución cierta, sino porque no existe como problema. La exaltación de la vida (de lo inmanente frente a lo trascendente) sin ninguna finalidad sobrenatural -la destrucción de la metafísica- fue realizada por Nietzsche.
        Para la época en que vivió está claro que David Hume era un pensador muy audaz. La filosofía era entonces una profesión peligrosa. Que se lo digan a Giordano Bruno, a Descartes, a Spinoza, a Servet o a Vanini. 
         Kant decía que Hume le había despertado de su "sueño dogmático"

Gaviotas

Un poema de Primo Levi habla de las gaviotas de Turín. Si la gaviota es una ave marina, Turín no es una ciudad costera. Creo, no recuerdo bien, que Primo Levi lamenta que las gaviotas hayan dejado de comer peces para alimentarse en los vertederos. Es triste, claro, cambiar el paisaje marino (los vastos horizontes, los espacios abiertos, la libertad) por los sucios tejados de una ciudad del interior. Pero aquí hay comida (en la basura) y es más fácil de encontrar. Esas gaviotas desplazadas de su hábitat natural, ¿son bioindicadores de la degradación medioambiental que los humanos provocamos? 
         De uno en uno (o de huno en huno) quizá los hombres seamos razonables y acaso tengamos nobles sentimientos; pero es evidente que como especie, como hormiguero, somos el mayor depredador que ha conocido la Tierra. Allí donde ponemos el pie causamos estragos.
         Las gaviotas llaman a nuestra ventana, como el cuervo de Poe. Da lástima verlas, aunque ellas no se enteren. Ser ciego a la propia miseria es una penosa ventaja. ¿Cuánto habrá de gaviota urbana en cada uno de nosotros? ¡Quizá estéis bien alimentadas pero habéis perdido el mar! 
          Como habrá adivinado el avisado lector esta entrada es una parábola sobre la libertad.