Una persona está enamorada de otra cuando comienza a confundir al objeto amado con un paisaje o con los elementos de la naturaleza. El amor no es de este mundo: de este mundo, creo, son los impuestos, el comercio (si un barco bloquea el canal de Suez se pierden cada minuto millones de euros, yenes, dólares, rublos) las cosas cotidianas que son a ras de suelo. El amor es un dios que transporta a su presa a un estado de sueño en el que la realidad aparece transfigurada. Se da en los jóvenes, sobre todo, porque están llenos de ilusiones, no tienen experiencia y son dados a la ensoñación. Además por sus jóvenes arterias puede correr mejor este dios de la sangre que embriaga como el vino. El amor exige un gasto enorme de energía, es una prueba para la salud. El objeto amado puede causar que el contorno de unos montes, una playa, una calle en una ciudad o un objeto estén cargados de una inmensa fuerza evocadora. Es una monomanía. La emoción y el intelecto van juntos siempre en las cosas que merecen la pena. Lo mejor de nuestra breve vida no pertenece a este mundo. Con acierto exhortaba Baudelaire a embriagarse de vino, de poesía o de virtud. Podría haber añadido de "amor" aunque el tiempo apague los delirios eróticos. El amor es una rebeldía, un desafío a la autoridad milenaria de los sacerdotes, jueces, notarios y demás personas respetables. Todos los grandes amores son trágicos. Nada hay que nos haga más felices ni más desgraciados que el amor. Las personas sensatas, las ya entradas en años, huyen de él.
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