La condición obrera

El niño que nace con un destino de trabajador para más de treinta años no nace. No ha nacido jamás. Podrá tener un mes de vacaciones al año, podrá descansar los fines de semana. Pero no ha nacido jamás. Cuando se jubila no sabe si reír por los días de fiesta que tiene por delante (no son muchos) o si llorar por los días que ha dejado atrás (son demasiados). Un hombre son sus hábitos. Quien ha desempeñado tareas rutinarias -labores de empleado, por ejemplo- siete u ocho horas al día durante más de treinta años no ha nacido. La música de nuestra vida es el hilo musical de un supermercado. El trabajador tiene al tiempo en su contra. Las horas son enemigas. Los minutos siempre le acercan a la puerta de la oficina o del puesto de trabajo. Los minutos que le acercan al viernes o a las vacaciones son engañosos. A la vuelta de esa ilusión está el tiempo que corre de nuevo hacia el trabajo, hacia el despertador. Al dejar el trabajo por jubilación el tiempo corre hacia la muerte. El trabajador no ha nacido y ha perdido las ilusiones, pero aún sueña. De todos los sueños posibles el del amor es el más miserable y engañoso. El amor necesita tiempo y de tiempo es precisamente de lo que carece el trabajador. El trabajador alienado y agotado debe convertirse en una máquina ya que una máquina puede hacer su trabajo. Ni demasiado joven para adaptarse ni demasiado viejo para que lo jubilen. Delante, la pared de un día gris tras otro día gris en la cárcel de los días. 

Otro accidente

De la cuenca del Nalón sólo llegan malas noticias, especialmente sucesos y datos económicos deprimentes. Más allá de los túneles de Riaño se entra en otra dimensión, el contraste es muy fuerte. Llegando desde Siero el túnel comienza dejando atrás un paisaje montuno que empieza a plegarse y se sale a una especie de pozo con un pueblo a mano derecha que es un monumento a la fealdad, el horroroso Riaño. A partir de ahí hasta Laviana el aire es pesado, denso, oscuro, sucio, malsano; de Caso en adelante, en la subida al puerto de Tarna, el aire se depura: el bosque sustituye del todo a las poblaciones urbanas que se suceden casi interrumpidamente desde Riaño a Pola de Laviana. Los turistas, que cada vez llegan más a Asturias, no visitan estos lugares. Aquí viven los indígenas y numerosos inmigrantes de Marruecos, Polonia, algún ruso, ucraniano, italiano. Todos clase obrera, trabajadores, gente sencilla. Desde Riaño a Laviana se percibe que la vida vale menos que en el resto de Asturias. Es una comarca deprimida y abandonada. Aquí la esperanza de vida es sensiblemente más baja y la desesperación mayor. La carretera que soporta diariamente un tráfico de más de veinte mil vehículos (eterno ruido de motores y neumáticos) se cobra muchas víctimas en el tramo entre Riaño y Laviana. Hay muchos accidentes y son muy graves. Hace unos días un conductor de 67 años, que iba drogado, invadió el carril contrario y chocó frontalmente contra otro auto. Causó la muerte de una madre y su hijo, además de dejar heridas a otras dos personas. Los ocupantes del vehículo inocente iban a un funeral. El conductor drogado que provocó el accidente salió prácticamente ileso. Qué resumen perfecto de lo que es ese valle de lágrimas. No es que viviendo en estos pueblos -que tienen lo malo de la ciudad sin lo bueno del campo, con inconcebibles edificios de hasta ocho plantas- te vayas a hacer fatalmente idiota, pero todo sopla a favor. Allí todo tiene un aire triste, pobre, derrotado. Eso es contagioso. O te vas de allí o te conviertes en un vencido. (Para qué cojones esforzarse si luego viene un conductor drogado y te mata en la carretera y encima él sale ileso). Lo notará tu forma de hablar: las blasfemias se profieren con la naturalidad de un saludo. No hace mucho un joven orinaba en la calle a plena luz del día. Como un perro. Nunca se ve a nadie con un libro en la mano, hay tertulias de ancianos en el parque, algún grupo de yonquis, pocos niños (tristes niños los nacidos allí). Gran parte de la población está en el umbral de la pobreza o bien dentro de ella. Se reconocen bien: cabizbajos, mirada sin brillo, rostros sin expresión, sin gracia en los movimientos, vulgaridad en el lenguaje, pobreza y mal gusto en su indumentaria (chándal, gorra, playeros baratos). Un chico sentado en un banco, con la cabeza hundida: fuma sin parar tabaco de liar con una litrona de cerveza a los pies. Este es el régimen de la miseria y la depresión. Lo único grato a la vista es el constante río Nalón y las aves que allí viven (cormoranes, mirlos acuáticos, garzas, martines pescadores, lavanderas, patos, etc). Las casuchas se caen de abandono, fachadas ruinosas, sucias. Manchas de pobreza en las laderas abruptas que cierran el angostísimo valle donde rara vez brilla el sol y la pobreza y la muerte son las señoras. La reconversión industrial, el desmantelamiento de la minería que fue durante más de cien años el principal motor económico de esa comarca, se hizo desastrosamente mal. Una vergüenza para los sindicatos mineros y el partido socialista, principalmente. Una ignominia. Esto es evidente. Los han dejado en el total abandono. Los poderes públicos permiten que se maten en esa carretera. Un conductor drogado, vía de doble sentido, tráfico muy denso, ocupantes de camino a un funeral. Algunos vecinos, con el penoso humor que da la resignación, hacen chistes malos: "iba drogado, sí, pero no dio positivo en alcohol"