No salgo de mi asombro

Oigo el chirrido de los vencejos: lo único alegre que hay en este mundo de locos en el que vivimos. El confinamiento, el uso obligatorio de las mascarillas (no se discute aquí la necesidad de esas medidas) nos está alterando notablemente. Es evidente, se objetará. Una guerra (la caída en un estado de naturaleza, creo que diría Hobbes) nos convierte en criminales o en víctimas de crímenes. Quizá sean figuraciones mías, pero me parece escuchar el grito habitual en los naufragios: "¡sálvese quien pueda!" Cierto es que hay individuos que no atienden a esa llamada de pánico ni se dejan embrutecer. Goya, precioso, ven a pintar nuestra romería de San Isidro.
    Cuesta mantener el equilibrio mental y la cabeza clara. Vivimos en un mundo muy extraño. No me sorprende lo malo que nos está ocurriendo y, sin embargo, no salgo de mi asombro. Yo, que tendría que estar curado de espantos (de los espantos uno no se cura). No entiendo nada. Estoy perplejo. Mantengamos la calma.

Tiempos oscuros

Soporta y renuncia, decían los estoicos. 
Si tienes éxito tendrás amigos. Si te golpea la desgracia te quedarás solo. 
Nadie escarmienta en cabeza ajena.
A quien tiene se le dará, al que no tiene, aún lo poco que tiene se le quitará.
A nadie tendría que sorprender la ruina de un hombre, en los más afortunados esa ruina se llama vejez. Es decir, nadie se libra. Y el colmo de la miseria: la muerte. Para qué poseer nada si todo lo que tienes lo dejarás aquí, a saber en qué manos. Todo lo que tenemos se nos ha dado prestado por muy poco tiempo.
Y mientras desgranas estas perlas de sabiduría la pobreza aumenta y la pandemia entristece la vida. 
Hay que conformarse con la piscina municipal. El virus nos ha bajado los humos. Si son tan amables, dejen de anunciarnos ese vulgar paraíso de la satisfacción consumista. 
"Vivimos tiempos oscuros", dijo alguien. Qué original.

Moralistas

Este mundo es tan calamitoso que, de vez en cuando, hay que ser frívolo. Una persona permanentemente seria se parece más a un burro que a Séneca. Sí, vayamos de tiendas, compremos esa camiseta que nos gusta, esos zapatos que nos quedan bien. Al ermitaño le sienta bien, de tarde en tarde, una excursión por el consumo y la frivolidad. Es verdad: somos polvo y ceniza. Pero qué camiseta tan chula, ¡la quiero! ¿Y los niños de Somalia? ¿Y las ballenas? Salvemos a las abejas, a los delfines. Darfur. La guerra de Siria. Las pateras... Ahora déjame un poco en paz, conciencia pedante, alguien te enseñó mal. 
     Dedicado a sermoneadores, hipócritas y moralistas de todo pelaje. Esos que juegan con una idea, su idea, y pretenden inculcarla en los prójimos. Solemnes y moralistas, exigen que se les tome en serio y se les siga, como hicieron las ratas con el flautista.

Mascarillas

La muchedumbre es hermética: en la calle la gente no tiene expresión, al menos para una mirada distraída, que es la mirada de la gente. Sin corazón, sin emociones, robotizados, movimientos mecánicos: los semáforos, p. ej. En esto hay un automatismo terrible que es un rasgo de la modernidad. En las calles de nuestras ciudades el hombre está ausente. (Este enunciado no es ninguna novedad, basta leer algo a Musil). No lo estuvo en el pasado, creo: el ágora, el foro, la era de los pueblos. ¿Dónde encontramos hoy a tan paradójico ente? En el mundo virtual que él mismo ha creado. No nos deshumaniza un gato, ni un árbol, ni una tormenta: lo único que nos deshumaniza es el mismo hombre. Y se le da muy bien, por cierto. Hombre, humano, deshumanizar: quizá sean conceptos modernos, invenciones. El "hombre", sostenía Foucault, es una invención. Mientras escribía esto tuve que cortar la llamada a una mujer (trabajadora inocente aunque molesta) que quería "mejorar el precio de mi seguro" Esto nos ha pasado a todos muchas veces, pues el móvil es un imán y el dinero otro mayor. 
     ¿Nos ha mejorado la pandemia?, anda en el aire esta curiosa pregunta. Una escritora responde a la cuestión del periodista "Tras la experiencia vivida, ¿hemos cambiado? ¿Nos hemos convertido en mejores personas?" lo siguiente: "Hemos adquirido una sensibilidad distinta (...) La idea de que lo que nos salva es ayudarnos los unos a los otros." Pues bien, esto es música celestial; es completamente falso.
       Las mascarillas (necesarias, eso no se discute) han hecho aún más hermética a la muchedumbre. Es una visión tétrica, qué le vamos a hacer. Estamos como locos por escapar a la montaña, al campo, a la costa, al pueblo (anywhere out of the world, decía Baudelaire); como locos por poner tierra por medio entre nosotros y nuestros seres queridos por un lado y la multitud pestífera por otra.

Envidia

Vivo en un sexto piso: "qué suerte tiene el vecino del séptimo que vive más alto que yo. Y aún más afortunado el que vive en el divino octavo, con esa terraza que sólo puedo adivinar. Seguro que tiene telescopio".  
         -En el primer piso también vive gente. ¿No ves el primer piso? 
        -¿Eh?

Mañanas de domingo

Paso caminando al lado de unas terrazas, en la hora del vermuth o vermú o como se escriba. Mañana de domingo en un barrio de clase trabajadora: hay familias en las mesas, niños. En este momento todo es lujo, calma y voluptuosidad. Parece incluso que la vida es bella (ahora lo es). Estas dos horas de tertulia son lo mejor que puede ofrecer la vida a esta gente: el pueblo, la clase obrera o como se quiera llamar. Éstos por los que dice pelear la izquierda (yo no me fiaría nada) y a los quiere exprimir hasta el tuétano la derecha. Ellos no dirigen empresas, no son altos cargos, no tienen doctorados, ni estudios, ni prestigio. Son vidas oscuras. Nuestras vidas son los ríos... En las televisiones: fútbol o el deporte que toque. También tocan a misa, pero van muy pocos. Me da algo de pena Dios: se ha quedado sin fieles. Qué espejismo. Qué ilusión. El sol parece detenido (en realidad va a toda velocidad). Darán las tres de la tarde, quedarán desiertas las terrazas, pasará la tarde del día festivo. Y el lunes regresará para borrarles la sonrisa.

Cabo de Gata

Es noticia que se ha concedido permiso para habilitar un cortijo como hotel muy cerca de la playa de los genoveses, en el parque natural del cabo de Gata. Esto me hace recordar unos días de noviembre del 2009. En aquel mes del año las playas estaban desiertas, el hotel desierto, las carreteras sin tráfico. El paisaje volcánico era fascinante, como el azul profundo del cielo. Tenía aquel lugar un halo de misterio y de encanto. En una vuelta de la carretera vimos a una pareja que lloraba alguna muerte reciente. Ahora, en el recuerdo, la melancolía es mucho mayor, por el tiempo transcurrido y sobre todo por mi compañera. Nos gustó mucho aquel viaje. Fuimos allí muy felices. Toda aquella belleza intemporal para nosotros dos, en el amor correspondido. Con la historia de la pandemia los que aún estamos vivos andamos como locos por escapar, escapar, escapar a un sitio como el cabo de Gata. Pero si todos deseamos lo mismo (huir de las ratoneras de las grandes ciudades) no habrá lugar que se salve. 
     A mí me da igual no volver a disfrutar de aquello: ya he tenido mi parte de felicidad.

Mandan los burros

Si quieres que un burro asome las orejas, hazle escribir. Hay jefes analfabetos (parece que la condición principal para ser jefe, jefecillo, pequeño tirano, reyezuelo o gallo de un sucio corral, es la de ser ignorante, persona estúpida, con la sensibilidad de una piedra). Va uno y escribe a sus subordinados: "Mirar como van las ventas. Esto no puede seguir así." Burro, no destroces el español, usa bien la lengua que mamaste. No se dice "mirar" sino "mirad", que es imperativo: el modo verbal que mejor conoces. 
       Estos asnos microscópicos -¡hay tantos!- se pasean ufanos por su establo, ignorantes y desvergonzados como políticos.

Unos versos de Randall Jarrell

        Pain comes from the darkness
And we call it wisdom. It is pain.

Guitarra

Del salón en el ángulo oscuro... pero no es del salón, sino del dormitorio. Al regresar del trabajo el hombre vio impresa la forma de la guitarra en la manta de la cama. La asistenta la había colocado allí y volvió a ponerla en el rincón. La guitarra lleva años sin tocarse, silenciosa y cubierta de polvo. Conoció días mejores esa guitarra: días de alegría, de canciones juveniles. El hombre recuerda. Sirvió como motivo para un cuadro "Composición en rojo con guitarra" de alguien que ya no está. Ahora una mujer extranjera, que empujada por la necesidad limpia en casas ajenas de un país extraño, aparta esa guitarra en un vacío apartamento.