Aunque cada vez me cueste más creerlo también yo fui joven. Pero cuidado, que tampoco soy viejo. Mi década prodigiosa fueron los años 90. Acababa de despedirme del deporte y comencé a interesarme, con ese fervor de los muchachos, por la literatura y la filosofía. El mundo era joven. Si había viejos los veía, pero no los sentía. Trato de recordar qué personaje encarnó para mí la juventud. Quizá me engañe, pero creo que fue Rimbaud. ¡Qué entusiasmo al leerlo! No me enteraba de nada, o de casi nada, me parece. Incluso llegué a imitar su poema El barco ebrio. Pero Rimbaud sólo hay uno. El poco francés que sé me lo enseñaron Baudelaire y Rimbaud. En 1991 se celebró el centenario de la muerte de este poeta. El poeta. A mí, que tenía 23 años, ya me dejaba atrás en juventud. Es sabido que Rimbaud dejó de escribir a los 19 años. Tengo un retrato suyo en el apartamento donde vivo, el célebre que le hizo el fotógrafo Carjat hacia 1872, un año después de la Comuna. Cara de niño frágil y asustado. Ojos claros. Era un genio auténtico aunque no supiera nada de la vida aún. Es normal. Ahí está, eternamente joven en el instante detenido. En algún momento de éxtasis llegamos a creer que podríamos ser tan grandes como él. Sueños de juventud muy nobles y muy insensatos. De su terrible agonía en un hospital de Marsella no queríamos saber nada, no la entendíamos. Ese Rimbaud moribundo y derrotado no existía. De haber vivido más, ¿hubiera sentado la cabeza? La edad nos enfría la sangre. Es ridículo pretender ser un joven perpetuo. La juventud es un testigo que cedemos, por las buenas o por las malas, a los que llegan detrás. Así se hizo desde que el mundo es mundo. Qué breve y qué luminosa fue la juventud, encanto descarado de la vida. Como decía con malicia y acierto Luis Cernuda: "poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias" Estos tiempos de peste no son para jóvenes, me parece una lástima tener veinte años hoy: no pueden salir, no pueden amarse, no pueden reunirse. Están recogidos en sus habitaciones, siempre están afuera porque están conectados. Esa es su relación con el mundo. No les culpo de nada, los compadezco. Ningún vagabundeo (no se les permite). Su capacidad de aventura, su libertad, es moneda barata. ¿A dónde irán que no haya cobertura? Pueden viajar en vuelos low cost al confín del mundo (ahora ni eso pueden) pero siguen enjaulados. Paul Nizan escribió hacia 1931 un libro desengañado sobre su viaje al mismo Adén al que huyó Rimbaud buscando al salvaje, como hizo Gaugin. A finales del siglo XIX aún era posible. En tiempos de Nizan, primeras décadas del siglo XX, esto ya era una quimera. Un Nizan hastiado regresó a la vieja Europa, como Rimbaud, entrando por el puerto de Marsella: le crecle bouclé, je vis un matin le château d'If, et devant des collines blanches, Notre-Dame-de-la-Garde. J'étais servi: les premiers emblèmes venus à ma rencontre étaint justement les deux objets les plus révoltants de la terre: une église, une prison. Iglesias ya ni quedan, están vacías. Prisiones hay, gozan de muy buena salud. Y no sólo son esos edificios siniestros. El control que se ejerce sobre nosotros, Rimbaud, es algo que ni llegaste a imaginar. ¡Buen viaje al África colonial, muchacho! ¡Huye, huye tú que pudiste!
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