En caída libre

La pantalla de TV con el sempiterno programa de cotilleo donde cuatro analfabetos cotorrean sobre sus miserias morales. Todo sea por ilustrar al pueblo. En el trabajo, a primera hora, un jefe con actitud hostil y mala entraña, que rebuzna:"no estamos aquí para pensar" No se pueden decir palabras más ofensivas que ésas. Quien dice eso es un enemigo. Trabajar y callar. Obediencia ciega. Rebaño de ovejas. El viejo cuento, la vieja historia. No podemos imaginar la cantidad de miedo y humillación que existe en los trabajos. Acabaremos, como ocurrió tantas veces en el pasado, dando gracias por poder respirar. La víctima inocente de un abuso (y esto es terrible) puede llegar a sentir vergüenza de sí misma; por un mecanismo psicológico absolutamente perverso puede llegar a sentirse culpable. De fracaso en fracaso, no tenemos remedio. Para la gente humilde (descontemos los Trump, los Putin, las Familias Reales, por ejemplo) la vida es una penitencia, una larga humillación silenciosa interrumpida por dos o tres alaridos de horror. Si naces pobre debes ser ignorante  y resignado, ay de tí si llegas a saber lo que te estás perdiendo. La ignorancia no deja ver la miseria en la que uno vive. Vendrá Goethe y dirá: "prefiero la injusticia al desorden". ¿Qué se puede responder a eso a estas alturas de nuestra degradación como especie? Cuánta pasión, cuánta ilusión, cuánto sacrificio, cuánta crueldad puestos al servicio de ideales que resultaron funestos. Siempre acaban engañados los mismos. Los que mueren y matan por una mentira. ¡Aquello era mentira! Puede ser el comunismo, el fascismo, la cristiandad o, como ahora, el neoliberalismo -así lo llamo a falta de concepto mejor. Todo perfecto. Así hasta el momento en que, solitarios e injustificados, uno por uno, somos absorbidos por el remolino de la muerte.

Unamuno

Unamuno está de moda, quién lo iba a pensar. Durará poco la fiebre, por supuesto. El vértigo de la actualidad lo sumiriá pronto en el olvido. Vuelvo al cine a ver "Mientras dure la guerra" creo que por sexta vez. Todo cansa, no creo que incurra en una séptima, pero ya queda bastante claro que la película me gustó. No tenía una idea clara de Unamuno, lo que vi en la película de Amenábar me indica que ese Unamuno, salvo error, era el auténtico, es decir, un intelectual de prestigio, con numerosa familia, que se vio totalmente desbordado por los trágicos acontecimientos de julio de 1936. Si no recuerdo mal Unamuno escribió "Del sentimiento trágico de la vida" hacia 1912. En ese libro se toma en serio la cuestión de la inmortalidad personal, se da valor a la vida del individuo. Pero esa era una canción que perdió su música. Unamuno está abrumado, confundido, temeroso en esos meses de 1936 en los que se enfrentan dos ideologías totalitarias. Si fue durante décadas un faro de la sociedad de su tiempo ya no tenía luz. Sospecho que para Unamuno la catástrofe española fue un puñetazo en la cara. Debió de perder o al menos debieron de tambalearse sus creencias más íntimas. No tenía idea de lo que sucedía. Los poemas de Leopardi, poeta que tanto admiraba, parecen juegos románticos; el pesimismo cósmico, un lujo. Los tiempos eran -y son-  tan tenebrosos que no había lugar para el pesimismo más radical. El individuo había sido aniquilado y la muerte, como dijo Péguy, había sido envilecida. Envidio a Unamuno su familia, eso por lo que se mordía la lengua hasta que no pudo soportarlo más y se enfrentó con los generalotes que le consideraban "el más grande escritor español vivo". Como se sabe Unamuno murió repentinamente dos meses después, el 31 de diciembre de 1936. Entre fascistas y rojos, ¿qué podía decirle Kierkegaard?