El hospital

De vuelta de un paseo reparo en el edificio del hospital junto al que vivo. Conocemos esta práctica: mirar las cosas como si las viéramos por primera vez, digamos desconociéndolas. Una cosa cotidiana nos aparece de pronto como novedosa, como extraña y surge como problema. Algo así me ha sucedido hoy: ahí está el hospital, sobre una colina, como un monstruo blanco con reflejos de vidrio. Es un edificio pensado para atender a los enfermos; está dedicado al cuidado de la salud del Homo sapiens. Creo que Foucault fue el filósofo que se interesó por la historia de este tipo de edificios (clínicas, manicomios, cárceles). Es hermético: desde el exterior es difícil distinguir para qué sirve este edificio. Imagino que lo veo por primera vez e intento descifrarlo. Visto a distancia no lograría, pienso, adivinar qué sucede en su interior. Uno se maravilla del grado de organización, complejidad y alejamiento de la naturaleza que ha alcanzado este mamífero capaz de levantar semejante construcción en medio de campos verdes y árboles dispersos.  Contiguos coexisten las granjas de vacas con el acelerador de partículas, los corrales de gallinas con el reactor nuclear, los nidos de jilguero con los radiotelescopios. Una de las características del hombre actual es que no conoce (o conoce mal) el principio y funcionamiento de la mayoría de las cosas con las que tiene que ocuparse. Nos manejamos entre computadoras y otras prendas tecnológicas; en ellas vivimos, nos movemos y somos. ¿Hay más complicación en un smartphone que en una catedral gótica? No siendo arquitectos podríamos comprender y admirar el sentido de los arbotantes, los contrafuertes y los equilibrios de la catedral. Un móvil no se presta a una intuición semejante. El mundo no es extraño porque sea en sí mismo extraño sino porque nos resulta extraña la idea que tenemos de él. Paradójicamente nunca ha existido tal cantidad de información. (Y supongo que la "información" como idea es más o menos reciente). Por la morfología de un órgano o una parte del cuerpo podemos deducir su función: el riñón es un filtro, el corazón una bomba, los pulmones son sacos de aire, los huesos y músculos palancas. Pero el cerebro es impenetrable. Pues bien, ese hospital que vi hoy -no digo ya un acelerador de partículas- me produjo la misma impresión que tendría si viera un cerebro encima de una mesa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario