En el acantilado, junto al cabo rocoso, se domina un amplio horizonte marino. Van dos veces casi consecutivas que lo visito huyendo -como todos los humanos- de los humanos, de este delirio de mascarillas, irritaciones y distancias. ¿Qué busco en ese paraje extremo? A pocas millas de esta costa hay un profundo sistema de cañones submarinos que alcanzan los 4000 metros de profundidad. Silencio, tinieblas, frío. Calamares gigantes. Una noche perpetua bajo la bóveda del firmamento. ¿Busco alguna metáfora, algún nuevo pensamiento que alivie el sufrimiento, un monstruo marino que me libre por un momento de la miseria de ser hombre? Al pie del abismo miro la vasta superficie del mar, a lo lejos una banda de nubes tormentosas se deshacen en jirones de lluvia torrencial. Caen unas gotas gruesas. Las sonrisas de las olas que se deshacen en espuma en mar abierto, el ruido monótono de las rompientes. Llego a esta desolación con mis recuerdos, aquí estuve hace muchos muchos inviernos. Entonces en tierra firme no hacía estragos la peste, ni la naturaleza tenía este aspecto melancólico de ahora, aunque entonces divisara -sin darme cuenta- lugares donde hubo naufragios y acaso pasara junto al lugar por el que alguien desesperado se arrojó al vacío. No queda rastro de esas tragedias, ni de las tormentas que azotaron estos acantilados, ni de los furiosos vendavales, ni de ataques piratas, ni de lanchas de contrabando. Un hombre en el confín de la tierra, frente al mar, es una imagen de lo efímero. Como el monje junto al mar de Kaspar David Friedrich. Una estampa romántica. En un panel de esta zona protegida se indica que éste es buen lugar para la observación de diferentes tipos de cetáceos: pequeños delfínidos con pico (delfín común, delfín listado, delfín mular); delfínidos sin pico (calderón común, orca); grandes cetáceos (rorcual común, rorcual aliblanco, cachalote). Levanto la vista del cartel y miro el mar, cazando algún cetáceo. No veo ningún Leviatán. Hay otras formas de vida, existen otras criaturas, esta naturaleza ha producido seres estupendos que engendran y mueren sin que el hombre los conozca. Bastaría una hormiga o una mosca para advertir esto, ciertamente, pero ver cómo asoma entre las aguas un cachalote debe de ser magnífico. No distingo nada extraño en la extrañeza del mar, así que tengo que conformarme con la imaginación. Como me imagino la curvatura del horizonte, la coincidencia de los contrarios, el infinito de Nicolás de Cusa.
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