Los efectos de estos tiempos oscuros de peste que vivimos, de abrumadora fealdad, comienzan a notarse en la conducta de cada uno de nosotros. Afloran ya sin ningún disimulo las pulsiones violentas. Guerra en las familias, guerra en el trabajo, guerra en la calle. Odio, irritación y resentimiento. Cada día que vivimos (que sobrevivimos) es una conquista. Hasta este grado de miseria hemos caído como civilización. La deshumanización es imparable, vertiginosa. No sólo España, también sucede en Europa. Como especie parecemos condenados. Hasta alivia pensar que el mundo ha empezado sin el hombre y se terminará sin él. O, como decía Foucault, que el hombre desaparecerá como se borra un rostro en la arena. Mientras eso llega (que no lo veremos nosotros) este ruido furioso, este desierto de amor, esta maldita discordia, esta procesión de espectros.
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