Ya que el mundo se ha vuelto tan hostil, tan enemigo, tan oscuro, me estoy haciendo aficionado a las fugas (las de Bach no, otras). Si no hay confinamiento escapo solo a la orilla del mar, con el deseo de subir a una nave de tres palos como la de James Cook (originalmente un buque para transportar carbón) y poner rumbo a los mares del Sur. Me conformaría con una barca, remando hasta la deshidratación y el agotamiento hasta perder de vista la costa. Si el confinamiento no permite desplazamientos (obedecemos resignados las disposiciones de la autoridad) me queda, como al prisionero, el recurso de la imaginación. No tengo talento para las matemáticas, qué lástima. Con gusto me olvidaría de estas oscuras y agobiantes circunstancias tratando de comprender la Teoría de Grupos de Galois o la Teoría de Conjuntos de Cantor. Qué poder de abstracción, qué alejamiento del mundo sensible. Hay infinitos más "grandes" que otros. ¿No fue, por cierto, el siglo XIX el que conoció un mayor avance y consolidación de las matemáticas? Creo que sí. ¡Nada de suposiciones, tendría que demostrarlo! Hay en las matemáticas una voluntad de orden que ya conocían los apasionados griegos. Recuerdo la frase del matemático alemán y judío, judío y alemán (o prusiano más exactamente) Carl Gustav Jacobi: "el único fin de la ciencia es honrar el espíritu humano" Si hoy todo se desmorona, si parece que reina el caos, las matemáticas y su belleza ideal son, para mí que no soy creador, un excelente pasatiempo. La posibilidad de la fuga del mundo. El matemático francés Poncelet cayó prisionero de los rusos en la campaña de Napoleón. Durante su cautiverio (1812-1814), sin ningún libro a mano, estableció los fundamentos de la geometría proyectiva.
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