Aunque no la he leído conozco la historia: Germinie Lacerteux es la novela de los hermanos Goncourt en la que la protagonista, esta mujer de eufónico nombre, es una sencilla criada. Se cuenta la vida de una humilde mujer, un individuo insignificante en la gran capital, París. Alguien que pasa (como en el soneto de Baudelaire) por la calle y que pasa por la vida sin dejar rastro, lo que, por otra parte, es el destino de la inmensa mayoría de nosotros. No se trata de los héroes y personajes míticos del teatro de Racine, alzados sobre el coturno. Esta novela tiene un propósito moral, es una denuncia de la pobreza, lo que explícitamente declaran los Goncourt en el prólogo del libro. Este camino fue desarrollado posteriormente por Zola, como ya se sabe, que metió las manos en el vientre de París. Todos hemos sentido alguna vez, por oscura que sea nuestra vida, que somos personajes de una novela. Manhattan Transfer de Dos Passos inventa una técnica para tejer la complejísima red de vidas entrecruzadas en el inmenso laberinto de Nueva York. El Ulises de Joyce es la historia de un día en la vida de un hombre normal y corriente en el Dublín de 1904 (creo que esa es la fecha). Los mutilados, de Hermann Ungar trata de un empleado de banca, totalmente anónimo, devastado por la rutina: Franz Polgar, se llama el personaje. Pariente suyo en la nulidad es el Alfonso Nitti de Una vida de Italo Svevo, novela que originalmente se titulaba Un inepto. Otro ejemplo es El súbdito de Heinrich Mann, donde se cuenta la vida de un representante de la burguesía de la época guillermina alemana, poco antes de la Primera Guerra Mundial. De toda esta estirpe el más célebre es Josef K, de El proceso. Aquí la insignificancia del protagonista llega a ser metafísica. O bien, con el giro existencialista, se trata de Roquentin, el personaje de La náusea de Sartre, o de Meursault de El extranjero de Camus. Otro ejemplo es Babbitt, de Sinclair Lewis, que cuenta la vida de un vendedor en un estado del medio oeste americano. Todo monotonía y conformismo. Son personajes urbanos, mimetizados en la masa, con sus debilidades, sus miserias, sus vicios, sus anhelos. Recuerdo la obra del músico Aaron Copland, Fanfarria para el hombre corriente, pieza orquestal de encargo, escrita poco después del ataque a Pearl Harbor. Creo que este título encaja bien con la idea general que se pretende dar. A partir del siglo XIX hay un progresivo empequeñecimiento de los protagonistas de la novela. Para decirlo como Robert Musil, es el "hombre sin atributos". Uno de esos tipos comunes, sin nada de particular. Gógol insiste en que Akaki Akákievich, el protagonista de El abrigo, es un hombre que no destaca por nada. Ni siquiera la desgracia que le destruye tiene sentido heroico, muere de pena y abandono por perder su abrigo. Eso es todo. La mitología moderna no trata de Hércules, ni Andrómaca, ni Aquiles; trata de nuestro vecino, de cualquiera de nosotros. Considera el medio, el ambiente, generalmente hostil, en el que se desenvuelven los personajes. Se sitúa en la Historia. Y la Historia no es precisamente la Arcadia feliz.
Y el hombre del subsuelo dostoievskiano... Inolvidable.
ResponderEliminarUn abrazo
Ander,
Otro ejemplo de antihéroe. El mundo de Dostoievski es bastante tenebroso. Los rusos, desde esa perspectiva en la periferia de Occidente -y España está en situación parecida- son muy profundos.
EliminarUn saludo
Que "la Historia no es precisamente la Arcadia feliz" me parece a mí una frase un poquitín tramposa, o al menos unilateral. La Historia de la Arcadia feliz, si pudiera escribirse, tampoco sería la Arcadia feliz: son cosas distintas. Y la primera de las dos, muy cambiante: tiene de todo. Si preferimos mirar en una sola dirección, el problema es nuestro, no de la Historia.
ResponderEliminarEn la última entrada digo que todo paraíso es un paraíso perdido. Por eso creo que la Arcadia no tiene historia y, por tanto, carece de narración. Nuestra historia comienza con la expulsión del jardín del Edén. Como decía Hegel, las épocas felices son hojas en blanco en el libro de la Historia. Elimina de un cuento infantil a la bruja o al ogro o al lobo y el niño se aburrirá.
EliminarEs muy posible, lo de que el niño se aburra. Pero si en ese mismo cuento infantil dejamos sólo a la bruja, el ogro o el lobo, y eliminamos lo demás, el niño no se aburrirá menos.
EliminarRespecto a si la Arcadia tiene o no Historia, conviene no dejarse llevar por los tópicos, que afirman quie efectivamente no la tiene. Pero el hecho es que la dicha Arcadia (que suele llamarse "Arcadia Feliz", para distinguirla de la región griega real) es una invención de los poetas, y quizá particularmente de Virgilio. Y no por eso les faltan historias que contar, y aun Historia.
Historia en la Arcadia no lo veo posible. Que haya sepulcros sí, con sus pastores atónitos. Recordemos el cuadro de Poussin: "et in Arcadia ego"
EliminarLa acción de las Bucólicas está situada en la Arcadia, a cuyos habitantes se refiere, por ejemplo, Galo en la Bucólica X diciendo que son "soli cantare periti", los únicos que saben cantar. Y en la Bucólica I, sin ir más lejos, se trata de las confiscaciones de tierras ordenadas por Augusto, y de cómo eso afecta a la propia Arcadia, a algunos de cuyos habitantes alcanzan, mientras que a otros no.
EliminarTengo que releer esa Bucólica I de Virgilio. De esas confiscaciones de Augusto no sabía. Por Arcadia entiendo, lo repito, un lugar de fantasía donde la historia no acontece.
EliminarHombre, decir que la Arcadia es "un lugar donde la historia no acontece" hace obviamente innecesario añadir que "la Arcadia no tiene historia": es decir dos veces lo mismo, afirmar únicamente que la Arcadia es la Arcadia, literalmente, o sea, que A = A, un pleonasmo.
EliminarSi aplicamos eso a la vida real, y llamamos "Arcadia" a un tiempo en el que de algún modo nos sentíamos bien y echamos de menos en el presente, es muy habitual que ese tiempo evocado no lo sea como una abstracción, una pura duración vacía, sino como una serie de acontencimientos concretos que conservamos (con más o menos fidelidad, claro, que ésa es otra) en el recuerdo. Y, de hecho, suele ser el recuerdo CONCRETO lo que dispara la evocación emocionada, detalle que los escritores que entienden su oficio tienen siempre muy presente. Las abstracciones tienen poco tirón emotivo, como es normal, puesto que también les falta contenido emotivo.