Cantando come donna innamorata
Purg. XXIX, 1
El antes llamado "sexo débil" está revolucionado. El feminismo es un movimiento emancipador que apoyo en mi modesta medida. Me parece bien, siempre que la cosa sea sensata y no caiga en extremismos, ni ridiculeces, como, por ejemplo, querer reescribir los cuentos infantiles, o pretender imitar lo vulgar propio del sexo masculino, como la competición deportiva. Creo que las mujeres son muy superiores al varón en casi todo: son más fuertes, más seguras, más duras, más disciplinadas, más ascéticas, más trabajadoras, más prácticas. No tienen ni gota de romanticismo. Tienen los pies en la tierra. Soportan más el dolor. La mujer tiene mucho más autocontrol que el hombre, sobre todo en lo que se refiere a la cosa sexual. En muchas situaciones, donde un varón se hunde, la mujer resiste y sale adelante. Encajan con más virilidad los golpes de la vida. A su lado muchos hombres son tarambanas y quejicas. Sin una mujer al lado muchos de ellos van dando tumbos, desorientados. La mujer, sin el hombre, se las apaña mejor.
En la sociedad machista que impuso el régimen de Franco era la mujer, en la mayoría de los casos, la que gobernaba la casa, la que administraba, la parte inteligente y civilizada del hogar. Dedicadas a "sus labores" mientras el varón era una máquina de ganar dinero al que había que poner las zapatillas y la comida cuando llegaba a casa.
Como todo dios sabe, millones de mujeres en el mundo padecen hoy esta penosa situación y otras peores, sobre todo en los países islámicos. Considero una desgracia para la Humanidad el dominio social que ostentan las religiones organizadas, entre otras razones porque todas tienen a la mujer por inferior al hombre.
Si vamos al terreno de la Filosofía, pensemos en las mujeres que se carteaban con Descartes o Leibniz. Muchas ideas deben estos filósofos a sus amigas. Recuerdo que Stuart Mill dedica palabras de encendido elogio a su mujer. No quiero imaginar la cantidad de ellas que no pudieron desarrollar su talento por dedicarse a la crianza de los hijos. En esto Sor Juana Inés de la Cruz fue lista: prefirió meterse monja, aunque no tenía vocación, para seguir estudiando, que era lo suyo.
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