Miro la histórica Historia de la littérature française de Gustave Lanson, completada desde 1850 hasta 1950 por Paul Tuffrau. Tiene un índice de varias páginas, el libro es muy grueso y huele muy bien. (Los libros huelen, por cierto). Esta clase de libros me gustan: libros de historia (de la ciencia, de la filosofía, de la música, etc) con un índice onomástico abundante. Me gustan los libros eruditos, el culturalismo es mi debilidad. Tiendo peligrosamente a la pedantería, qué le vamos a hacer. Pienso un autor que me parezca bizarro y compruebo si aparece en el índice. Vamos a ver: ¿Alfred Jarry? Está. Muy bien. ¿Lautréamont? Está. Excelente. ¿El marqués de Sade? Bueno, en una frase, no se le dedica más. (Era un pervertido y un vicioso, será eso). Julio Verne está en la página 1079, lo busco pero no lo encuentro. Ahí se habla de Flaubert. ¿Sartre? Está. Vale. ¿Camus? Está. ¡Muy bien! A Camus se le admira y se le ama. Busco Céline. Silencio. Busco Robert Brasillach. Silencio. Busco Drieu la Rochelle. Silencio. Estos autores son importantes, pienso, merecerían estar en una historia de la literatura francesa. ¿Qué sucede entonces? Tienen una mancha. Fueron colaboracionistas durante la ocupación alemana de Francia: una vergüenza nacional. Me temo que esta es la razón de su ausencia y no la falta de calidad literaria. La mejor manera de anular a un escritor o a un artista no es vapulearlo sino no hablar de él. (Aquí los autores prohibidos constituyen un índice que se deduce de la ausencia, al revés que el "Índice de libros prohibidos" de la Iglesia Católica que puede considerarse una excelente guía de lectura. Veo en Wikipedia que lo suprimió Pablo VI en 1966. Qué tiempos aquellos en que la Iglesia era fuerte y dogmática). Comprendo que si esta historia de la literatura francesa apareció en los años 50 no se mencionara a estos autores indeseables. Las heridas estaban abiertas. Quizá ahora sea el tiempo de revisarla, aunque esto es obvio: siempre se revisa la historia. El pasado cambia constantemente. El futuro es más uniforme. En 2011 se cumplía el cincuentenario de la muerte de Céline, se pensó en dedicarle algún acto oficial, pero al final no se hizo. Sigue siendo un apestado. La posteridad es caprichosa: encumbra a unos, entierra a otros. No siempre quedan los mejores o al menos no quedan algunos que lo merecen.
Hay motivos ajenos a la calidad literaria. Hay motivos políticos y morales. Esto es falsear las cosas. Uno puede ser un miserable y un gran escritor, lo contrario también es cierto: uno puede ser una bellísima persona y un pésimo escritor. Confundir moral con literatura es un error de fariseos. Son legión los escritores e intelectuales mediocres que se abrazan a causas solidarias y enarbolan la noble bandera del compromiso para sostenerse. Quitadles ese aparato y se vienen abajo. La literatura no tiene nada que ver con las opiniones políticas, con firmar manifiestos o con acudir a manifestaciones por la defensa de vaya usted a saber qué. Estos autores suelen moverse en manada atacando o defendiendo, les horroriza escribir solos.
Finalmente a todos, buenos y malos (a éstos antes) se los tragará el olvido. ¡Ah vanidad de vanidades! ¡Ah, melancólica y triste verdad! Que no quede nada de nuestro paso en la tierra... Contra el voraz olvido ya escribió Heródoto. Yo tengo una cuenta pendiente con el olvido y no sé si podré resolverla.
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