Según envejezco voy acordándome de escenas de mi remota infancia y adolescencia. En realidad no soy yo quien los busca, son esos recuerdos los que me asaltan (expresión muy acertada) sin que yo lo pida. ¡Cuánto ha cambiado el mundo! La vida es larga, muy larga. Esto es una confesión a la vez íntima y general, que diría Borges. De joven yo estaba en el mundo como cosa hecha, no lo ponía en cuestión. Ahora cada día es un asombro porque me doy cuenta de que tenemos los días contados. El poeta Brodsky dijo en una ocasión algo muy inteligente, como todo lo suyo (qué brillante y qué intenso ser humano fue Brodsky), dijo que al envejecer uno va separándose del cosmos. No recuerdo sus palabras exactas, pero la idea era ésa. El cosmos, como conjunto del universo físico. Esa separación es un proceso que culmina con la muerte. Un camino de soledad. Niños y jóvenes están, por decirlo así, dentro de la naturaleza, en su esfera. Es un hecho biológico que se encuentra en los animales. Con la edad la naturaleza nos va apartando de sus brazos. El cuerpo empieza a fallar. El tiempo se acelera. Cada sol repetido es un cometa. Ahora reconozco que envejecer es un arte. Encuentro en cada viejo, si no lo ha destruido la demencia, a un modesto filósofo. Me maravillan las creaciones de genios precoces como Rimbaud, Keats, Mozart o Einstein (no hay que olvidar que Einstein terminó su trabajo a los 37 años). Pero hoy me maravillan más las obras de algunos viejos que conservaron su potencia creadora en el arrabal de senectud: Cervantes, por ejemplo, o Kant, pasaban de los sesenta cuando escribieron el Quijote y las Críticas, respectivamente. Si tengo que seguir cumpliendo días -ya no hablo de años- que sea sin amargura, ni envidia, ni vanidad, ni rencor, ni miedo y sin esperar demasiado (o nada) de mis semejantes y semejantas (el amor es menos apasionado cuando la sangre se enfría, de aquel fuego queda una resignada tolerancia y un sano y cuerdo escepticismo). En mis años mozos también yo fui un gallardo potro. Si algo me enseña la edad es esto: uno tiene que arreglárselas solo. ¡Ah, ambiciones y embelecos de la juventud! Ir tirando es toda una victoria. Ya no se trata de comerse el mundo. Ya vemos en qué para todo. ¿Será esto lo que llaman sabiduría? ¡Quién sabe!
Según envejezco
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Muy bueno!!
ResponderEliminarSiempre un gusto leerle!
Gracias.
Gracias por su comentario.
EliminarUn saludo!