Coincido en el semáforo con un hombrecillo ya mayor. Vive por el barrio, le he visto bastantes veces paseando siempre solo, con las manos atrás. Siempre solo. Lleva barba blanca y bigote afeitado, así que me recuerda a Lincoln. Hombre humilde, anónimo, insignificante. ¿Dónde lo colocaría Dante? ¿Habrá para él infierno, purgatorio o paraíso? ¿Cómo rescatar un alma -aunque sea susceptible de perdición- en nuestra fea época de masas? Es de estatura muy corta, sin ser enano. Ni sabré cómo se llama, ni sabré cómo piensa ("habla, para que te conozca" dijo Sócrates a un joven). Ni siquiera sé si es mudo. Y no hay más misterio. Un viejo solitario que pasea por una ciudad como hay miles. Si lo pintaran Velázquez o Van Gogh. ("Así serás tú dentro de poco" me dice este señorín frágil y triste). Ayer, como quien dice, corría detrás de una pelota. ¿Le pesará el universo? ¿Le gustará el jazz? ¿Pensará, como yo, que el jazz es la antimúsica? De algo estoy seguro: no está en las redes sociales. No tiene cuenta en twitter ni en facebook. Antes Dios llevaba la cuenta de estas existencias sencillas. Si en la mente divina nada existe en vano, nada se pierde. Aunque si es para anonadarnos como en la doctrina de la Predestinación de Calvino, ¿no sería mejor que Dios, terrible juez, nos olvidara? Espera a que el semáforo se ponga en verde para poder cruzar. No sé por qué recuerdo ahora esos versos de Peter Huchel que gustaban a Brodsky: "recuérdame, susurra el polvo"
Recuérdame, susurra el polvo
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