En una entrevista para la televisión chilena Roberto Bolaño dijo algo que sabía que parecería una bobada: dijo que los grandes escritores eran "hombres buenos". Tuvo coraje Bolaño al arriesgarse a parecer tonto. Efectivamente, esa afirmación, que me parece muy acertada, resulta chocante, contradice el tópico del gran artista, satánico o maldito, tipo Verlaine ("el genio de un dios y el corazón de un cerdo" lo definió Jules Renard). Que esto no parezca una homilía: debilidades tenemos todos los mortales y no se trata de miserias de cintura para abajo, deslices ni cosas de poco momento. Bolaño citaba a Whitman y a Kafka como ejemplos de "hombres buenos". No es cuestión de juzgar la vida personal de un novelista de genio como Thomas Mann. Lo que digo es que Thomas Mann lo tuvo claro: defendió la humanidad al atacar al régimen de Hitler y poner por encima de todos los valores del Bien, la Verdad y la Belleza. Aquí podrían multiplicarse los ejemplos: Dante ataca en muchos lugares de la Divina Comedia la rapiña de Siena o Florencia o Pisa. Ataca la avaricia, la discordia, la estupidez de sus semejantes. Como juez es terrible, pero se desvanece a menudo, por piedad, ante el dolor de los réprobos. Está del lado del Bien y no porque fuera un infeliz: retrató el Infierno y sus horrores como nadie, pero como era un poeta enorme también la Gloria del Paraíso. ¿Habrá alguien que dude si Cervantes era un hombre que creía en la nobleza y la generosidad? ¿Era don Quijote un granuja, un ruin, un cínico? Ya, pero el mundo se burlaba de él. Antonio Machado, ¿no fue un hombre bueno? Nietzsche, que puso una carga de dinamita en los cimientos de la moral milenaria, era lo bastante sensible para rechazar una moral hipócrita. ¿Alguien duda de que hubiera despreciado a los bárbaros nazis que pretendieron ponerlo bajo su bandera? Pobres difuntos, qué indefensos están; con lo que Nietzsche aborrecía el nacionalismo alemán, aparte de que no era antisemita. El ideal del "superhombre" no fue para él Himmler (Himmler justificando la masacre de judíos se proclamaba ante sus SS como anständiger Mensch, hombre decente). Pensemos en los rusos: Tólstoi, Turgueniev o Chéjov sí eran hombres decentes. No hay criatura, por ínfima que sea, a la que Chéjov no haya dignificado. Platónov vivió la época de la demente industrialización soviética. ¿Hay épica en su obra? ¿Por qué escribe entones sobre una flor desconocida o unos niños que se pierden en el campo y tienen miedo a una tormenta o en el destino de un oscuro trabajador al que avasalla ese movimiento de masas? Vassili Grossman era otro escritor capaz de narrar con ternura la epopeya de una perra callejera, podría ser Laika, a la que mandan al espacio. Nuestra época es de una rudeza que se acerca a lo bestial. ¿En alguna época reinó la armonía? Sería en la mítica Edad de Oro. No, la historia es un relato sangriento, un cuento contado por un idiota lleno de ruido y furia... Si yo no respeto más a un oscuro empleado que tiene sus principios (aunque no le importen a nadie) que a Trump o a Florentino Pérez, entonces tengo un problema. No se trata de ser un santo. Es, creo yo, una cuestión de dar valor a la vida. Si no se aspira al Bien la Verdad y la Belleza la vida no vale nada. En este mundo de fuerzas naturales ciegas, tan implacable, tan cruel, que despedaza individuos de un estúpido manotazo, sólo el hombre puede dar dignidad a su trágica condición. Puede hacer eso o abandonarse a ese caos, seguirle la corriente, alimentar el fuego de esa hoguera. Stefan Zweig, que era un idealista, un hombre noble, sucumbió a la desesperación, pensó que su Europa, todo aquello en lo que había creído, estaba definitivamente perdida. A Orwell, por desgracia tan actual, le movió el asco por el totalitarismo cuando escribió Rebelión en la granja y 1984. Orwell que lo que más deseaba era una vida sencilla y tranquila en el campo cuidando de sus animales. Kant expresó de manera memorable el dilema del justo: El engaño, la violencia y la envidia andarán siempre a su alrededor, aunque él mismo sea recto, pacífico y benévolo. Y los otros hombres justos que él encuentra además fuera de sí mismo estarán, sin embargo, sin que se considere cuán dignos son de ser felices, sometidos por la naturaleza, que no se preocupa de eso, a todos los males de la miseria, de las enfermedades, de una muerte prematura, exactamente como los demás animales de la tierra, y lo seguirán estando hasta que la tierra profunda los albergue a todos (rectos o no, que eso, aquí, es igual) y los vuelva a sumir, a ellos, que podían creer ser el fin final de la creación, en el abismo del caos informe de la materia de donde fueron sacados. Es un error considerar a los canallas que triunfan en la vida avasallando (¿qué clase de triunfo es ése?) como dignos de admiración y no como miserables fantoches. Siempre me pareció patético el personaje de Hannibal Lecter por muy inteligente que fuera. El malo es un ignorante, dice Sócrates. Tomás de Aquino era tan sencillo y humilde que parecía estúpido a ojos de un estúpido. Leonardo da Vinci, que imaginó la máquina de volar, liberaba los pájaros enjaulados. Ya esto le parecía insoportable. Grandes hombres como Spinoza, Riemann, Chesterton o Newton eran sencillos: la complejidad la llevaban dentro de su cabeza. Esta época que nos toca padecer, tan confusa, tan negra, está ante terribles desafíos. ¡Menudo descubrimiento! La desmoralización es un peligro. El Bien, la Verdad, la Belleza... eso suena a música celestial. Sí, estamos desmoralizados. Síntoma de desmoralización es considerar idiota al que, como Bolaño, afirma públicamente que genios como Whitman o Kafka eran "hombres buenos".
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