En defensa de la ternura

Cualidad es la ternura que vive horas bajas en nuestra sociedad. Se comprende: en un vagón de metro abarrotado dan ganas de ser cualquier cosa menos tierno. En muchos trabajos (los que no los hayan perdido) apetece imponer el respeto con un fusil de asalto. Pero a veces se sorprenden gestos tiernos: la madre que le limpia las narices a su hijo pequeño, o el perro que juega como loco. Los varones, los machos, tienen miedo de ser tiernos; eso es porque no saben que a las mujeres les vuelven locas los hombres capaces de ternura. Una de las escenas más hermosas de la literatura es la despedida de Héctor de su mujer y su pequeño. El niño se asusta de ver a su padre vestido con las armas de la guerra y se refugia llorando en el pecho de la nodriza. Homero dice que al ver la reacción de su hijo los padres se miran a los ojos y sonríen. 
El problema es que se confunde la ternura con la cursilería o el afeminamiento. ¿Dónde está la frontera que las separa? La niña que llora porque está harta de oír hablar de Obama y Romney es tierna. La madre que la graba y la consuela con voz melosa es cursi. 
La cursilería es una ternura que se conoce a sí misma, es una ternura con malicia.

2 comentarios:

  1. Señalo la palabra "afeminamiento", poco grata a mi modo de ver. Yo la creo procedente de los tiempos en que lo femenino estaba -absurdamente- desvalorizado. Un hombre que tenga en sí algo femenino no es necesariamente un hombre incompleto o menor, yo diría más bien lo contrario. A fin de cuentas, de lo femenino procedemos todos.

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    1. Como vocablo meramente descriptivo no lo veo mal: decir de alguien de un varón que es afeminado no tendría por qué implicar un menosprecio.

      Aunque en sociedades machistas el matiz despectivo es inevitable.

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