El amigo Marcel (monsieur le Narrateur) hace algo de Pigmalión con nuestra pequeña Albertina. Marcel advierte, con satisfacción, que la inteligencia de la rapaza se ha despertado desde los días en que la conoció en Balbec. Es que la inteligencia también se contagia, afortunadamente. A lo largo de mi esforzada vida he observado que la gente se torna más ingeniosa y más ocurrente cada vez que aparezco yo, lo digo ingenuamente.
Hablaba de Albertina que conversando con Marcel sobre el palacio de Trocadero (que ya no existe) dice:
-¡Qué bueno eres! Si alguna vez llego a ser inteligente será gracias a tí.
-¿Por qué, en un día hermoso, apartar los ojos del Trocadero, cuyas torres en cuello de jirafa recuerdan la cartuja de Pavía?
-También me ha recordado, dominando así sobre su alto, una reproducción de Mantegna que tú tienes, creo que es San Sebastián, donde hay en el fondo una ciudad en anfiteatro y donde yo juraría que está el Trocadero.
-¡Está bien observado! Pero, ¿cómo has visto la reproducción de Mantegna? Eres pasmosa.
Palacio de Trocadero |
Cartuja de Pavía |
Andrea Mantegna, San Sebastián |
Quizá con esto se vea, como en radiografía, parte de proceso de evocación y escritura que tenía nuestro amigo Marcel. Fragilidades de la memoria, tan amiga de inventar.
Yo creo que soy menos ignorante despues de tantas conversaciones contigo acompañados de puros y vino.
ResponderEliminarY no me digas que es por los puros y el dulce nectar de la uva.
No, no es por los puros ni por el vino. Pero para que exista una buena conversación hacen falta al menos dos personas.
EliminarSaludos desde un lugar cualquiera a la orilla de un mar muy viejo.