Esta mañana me llamó por teléfono desde el Valhalla.
-¿Paco?
-Sí, ¿quién es?
-Soy Richard Wagner.
-Hombre, Wagner. Qué sorpresa. ¿Cómo tú por aquí, quiero decir, por allí?
-Psss, bueno, tirando, Paco, tirando. Esto es muy aburrido.
-¿Dónde estás? Te siento un poco lejos.
-En el Valhalla. Los dioses me tienen secuestrado y me obligan a que les toque mis óperas.
-Debe de ser un tostón terrible. Lo siento por tí.
-Ya, tengo que pasarme horas y horas tocándoles "El crepúsculo de los dioses" y "El oro del Rin" y "Tristan e Isolda". Son más pelmazos que Luis II de Baviera.
-Dime la verdad, Wagner. ¿No hubieras preferido ser banquero?
-Bueno, no sé qué decirte. Supongo que sí.
-Claro, ahora estarías contando monedas de hierro de la época del rey Olaf.
-Ya. En mi siglo se inventaron los ferrocarriles. ¡Aberrante progreso!
-No quedan mecenas, Richard. Los artistas tienen que mendigar en nuestros días. Ya no quedan mecenas.
-Vaya, qué lástima. Eran tan generosos como idiotas.
-¿No podrías componerme algo para mi recreo, algo patético y enfático para mi solaz?
-Como te digo estoy muy ocupado. No salgo de mi asombro, los dioses son insaciables.
-Y Sigfrido, ¿qué tal está?
-Melancólico y abatido, como siempre.
-¿Está contigo Cósima?
-¿Cósima? ¿Quién es Cósima?
-Veo que has bebido las aguas del Leteo, Richard.
-¿Es que me he olvidado de algo? Aquí sólo se bebe cerveza. ¡Pero qué cerveza! ¡Es exquisita!
-¿Volverás a llamarme?
-No lo sé. Como te digo, apenas tengo tiem...
Entonces se cortó la comunicación. Qué conversación tan rara. Tendré que aclararlo con la teleoperadora.