En uno de los paseos errabundos que tanto nos gusta dar a mi sombra y a mí, pasé al lado de la antigua cárcel de la ciudad, hoy convertida en Archivo Provincial. Es un barrio que conocemos poco mi sombra y yo, así que es más interesante. Calles desoladas, edificios en ruinas, almacenes industriales y una vista interesante del resto de la urbe. Delicioso. Al pasar a lo largo de la calle de la cárcel vimos, en el patio del edificio, una placa conmemorativa. Mi sombra y yo somos cortos de vista, pero pudimos distinguir en la placa el rostro de un varón con gafas y un texto que se refería a algún hecho necesariamente trágico (en las cárceles no suceden cosas alegres, las prisiones son lugares dignos de respeto). Con mucho gusto nos hubiéramos acercado a la placa para leer las palabras que nos intrigaban, pero nos separaba la valla metálica que cierra el perímetro del edificio penitenciario. Es curioso querer y no poder entrar en el recinto de una prisión, pero así fue esta situación.
Nos quedó en la memoria esa placa y ahora puedo confirmar que mi intuición había acertado. Se trata de un recuerdo que conmemora el octogésimo aniversario del fusilamiento en la cárcel de Oviedo, el 20 de febrero de 1937, del rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas Argüelles. Estamos en la Guerra Civil. La notoriedad y la inocencia de la víctima y el desenlace fatal nos recuerdan la pasión y muerte de García Lorca. Durante el proceso llegaron hasta del extranjero peticiones de indulto. Todo inútil. El primogénito del gran Clarín fue fusilado un sábado a las seis de la tarde. Ese mismo día otros detenidos fueron también pasados por las armas.
Hay una obra de teatro de Pedro de Silva, "El Rector", publicada en 2014, que trata de este trágico episodio y que ahora tengo curiosidad por leer. Recuerdo haber visto de manera distraída el cartel que anunciaba su estreno absoluto, en abril del 2018, en el teatro Campoamor. Haber pasado al lado de la cárcel, el lugar del fusilamiento, en el azar de un paseo matutino, me ha despertado a la trágica historia de esta figura de la Universidad.
Eran tiempos y lugares de orden. Se fusilaba con dedicación y pulcritud. Sin miramientos, sin discrinación. Ante la bala daba igual si el cuerpo era culpable o inocente, profesor o panadera, maricón o ateo, puta o poeta. Me hubiera gustado ver a Franco ajusticiado por unos niños disparando con sus tirachinas.
ResponderEliminarCreo que no nos damos cuenta de la locura que tuvo que ser España entre 1936 y 1939. El país se volvió loco furioso. Luego, la miserable posguerra. Y fuera la Segunda Guerra planetaria y todo lo demás.
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