En el comedor del restaurante no tengo a nadie que me acompañe. Estoy rodeado de mesas, comiendo en un rincón. Me gustan los rincones cuando estoy en un lugar público, son muy buenos puestos de observación. La televisión, que preside en una esquina, alta, como una antigua imagen románica, tiene apagado el volumen. Emite imágenes absurdas. No distingo ninguna conversación, pero el tono (estamos en España) es alto. Alguna palabra suelta, nada más. El murmullo general es ininteligible, pero en cada mesa-isla se entienden entre sí. O creen entenderse. La boca que pronuncia palabras es la misma que traga los alimentos. Dicen al ritmo de la masticación pensamientos digeridos.
El único que estaba hablando era el comensal solitario
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