Un amigo me empujó a leer el Orlando Furioso de Ariosto, libro al que tenía ganas desde hace años. No es poco lo que contribuye al deleite de la lectura la fabulosa, extraordinaria traducción de José María Micó. La traducción pane lucrando es una manera legítima de ganarse la vida, pero traducir también puede ser un acto de amor. A veces un gran traductor es capaz de resucitar a un clásico o de introducir en una comunidad lingüística diferente a un autor extraño de mucha categoría. Sucedió con el Plutarco de Jacques Amyot. Este francés contemporáneo de Montaigne dio a conocer en toda Europa al griego sólo conocido por unos cuantos eruditos. Como es sabido la versión francesa de Amyot de las Vidas Paralelas se trasladó al inglés. Shakespeare, deficiente en lenguas clásicas, se inspiró en este libro para las tragedias romanas como Julio César, Coriolano o Antonio y Cleopatra.
Orlando Furioso, el largo poema épico, fantástico, novela en verso llena de aventuras, magos, hadas, guerreros y animales fabulosos es, gracias a Micó, un libro vivo que cautiva desde el primer verso. Tengo entendido que el esfuerzo de traducir el Furioso le ganó a Micó una lumbalgia crónica. Estamos dispuestos a pagarle las sesiones de fisioterapia.
No es cuantificable lo que debemos a los grandes traductores. Parte de nuestra cultura, de nuestro conocimiento, y lo mas importante, los momentos de felicidad que solo la lectura puede aportarnos. Si lo meditamos un momento el traductor es el desconocido mas importante de nuestra vida.
ResponderEliminarRepito: Impagable.
Sin Micó no hubiera leído este libro (no lo he terminado aún). Y sin usted,
Eliminartampoco. Así que ¡gracias!
Vos me regaló los "Ensayos" de Montaigne y él me recomendó leer "Orlando furioso". Así que gracias.
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