Justo enfrente de la puerta del pequeño restaurante está la puerta del pequeño cementerio. Con la barriga satisfecha y la cabeza nublada por el rioja entró decidido y contento en el cementerio. Compadeció a esos muertos que ya no podían disfrutar del pote asturiano ni del cachopo. "No saben lo que se pierden... o lo habrán olvidado". Una de la tumbas tenía una inscripción que le llamó la atención: Antonio García Miranda, Catedrático de Oftalmología, muerto en Nueva York, a los 36 años. ¿Qué peripecia vital había llevado ese hombre que dormía en ese cementerio rural?
El médico oftalmólogo Antonio García Miranda nació en 1910, en San Martín, villa del concejo o municipio asturiano de Teverga.
Tras
finalizar la carrera de Medicina en 1932 en Madrid, asistió, como
pensionado, a un curso de Oftalmología en las Universidades alemanas de
Wurzburg y de Berlín. Así mismo, haciendo prácticas, trabajó al lado de
su maestro, el doctor Díaz-Caneja, en la Casa de Salud de Valdecilla. Es
en esa época cuando publica varios trabajos, entre ellos Lesiones
oculares naftalínicas experimentales, La autohemoterapia intramuscular
en los procesos tuberculosos del segmento anterior del ojo y La ambliopía estrábica y su tratamiento.
En 1941 obtiene por oposición la cátedra de Oftalmología de Granada y
en 1944 logra la plaza de oftalmólogo de número del Instituto
Oftalmológico Nacional, la cual desempeña hasta su fallecimiento. Por
entonces, continúa colaborando en revistas profesionales.
Víctima
de una anemia perniciosa, fallece Antonio García Miranda en el Medical
Center de Nueva York el 22 de junio de 1946. Por orden del Gobierno
español, sus restos mortales fueron trasladados a Teverga, donde sus
vecinos le tributaron un homenaje con la erección de un busto en su San
Martín natal, donde era popularmente conocido como Antonín, el de don Paco.