A los tecnócratas (qué palabra tan fea) les gustaría inventar un aparato que determinara de forma matemática, según una escala previamente realizada, la calidad de las obras artísticas. Así nada escaparía a su control. Los críticos se quedarían sin trabajo.
Seguro que hay programadores empeñados -si no lo han hecho ya- en realizar estos experimentos. Es la fiebre de las listas: ¡Keats está 2,564 puntos por encima de Byron! ¡Mozart supera a Beethoven en 0,875 puntos!
Sólo caben aproximaciones, no hay escala posible. El infinito debe tenerse en cuenta. La máquina milagrosa empieza a echar un humo verde.
Esto es bueno, esto es malo. Esto me gusta, esto no. ¿Y por qué te gusta? Y aquí la inteligencia -que ofrece brillantes y numerosas razones- se puede aliar con el mal gusto.
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