Max Ernst no era ingenuo ni hipócrita. Dentro de la habitación hay serpientes, al amante esposo le salen alas de murciélago, la fiel esposa tiene sueños lúbricos. Metamorfosis monstruosas, dislocaciones contextuales. Hay fantasías incestuosas, sacrílegas y homicidas en estos collages. Pero no son las provocaciones de un vanidoso sin talento. Hay dos formas de escandalizar: una vacía, la del que persigue el escándalo como un fin en si mismo, que es la manera del vanidoso. Y otra la del artista, que indaga en los aspectos más profundos de la naturaleza humana y promueve el escándalo, sin haberlo pretendido, aunque lo asuma después. Mirando estas ilustraciones no sabríamos dónde encerrar a Max Ernst, si en un manicomio o en una cárcel. Todo antes que reconocer que el artista en nuestro intérprete. ¿Y si los que tuvieran que visitar alguna de esas dos instituciones fueran las autoridades civiles, militares, jurídicas y eclesiásticas?
Algunas de estas ilustraciones recuerdan imágenes de las películas de otro maestro, Luis Buñuel. Max Ernst publicó tres novelas en imágenes La mujer de 100 cabezas (1929); Sueño de una niña que quiso entrar en el Carmelo (1930) y Una semana de bondad (1934).
Un genio que sin duda debería estar medio año en la cárcel y medio año en el manicomio.
ResponderEliminarSería interesante hacer una exposición en la cárcel de este autor solo para ser visitada por los reclusos y otra en el manicomio solo para los enfermos.
Nos sorprendería el resultado.
Bien visto. Esa exposición para dementes y reclusos. Tendrían mucha miga las opiniones.
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