Es una ley de la tristeza eterna: a medida que caen los años uno se separa de sus semejantes, se va quedando solo y se aparte del universo. El firmamento deja de ser un lugar cálido y se vuelve algo indiferente y frío. Gélido. De muchacho tenía borracheras "místicas" en las que sentía una hermandad cósmica que la experiencia de los años y el conocimiento de la historia han revelado como falsa. No hay nada cálido, ni providencial, ni benéfico, ni fraterno en esos espacios inmensos. Entramos al mundo como a un jardín familiar que con el tiempo manifiesta su verdadera realidad: no es un jardín, es un lugar inhóspito.
De repente, en esta tarde de viernes, en el apartamento solitario, veo que aquellos jóvenes brillantes de hace diez años, que eran unos diez años más jóvenes que yo, han enmudecido, están en paradero desconocido. A algunos los conocí personalmente, a otros sólo por sus blogs. Son poetas que se llevó el vendaval, titulares de blogs abandonados hace años, ruinas del mundo digital. ¿Habrán hecho carrera? ¿Habrán traicionado sus sueños? ¿O seré yo el perdido y por eso no sé nada de ellos?
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