Humillaciones

Hay algo metafísico en la humillación. Cristo fue humillado ante la chusma, Sócrates bebió la cicuta como si fuera un criminal, Oscar Wilde pasó un calvario de ignominia en la Inglaterra victoriana. Pero no hace falta ser un personaje histórico, las personas de vida más oscura son las que más humillaciones padecen. Nadie las conoce. Humillaciones en el trabajo, en el amor, en la familia. Cuanto más duro es un trabajo menos se reconoce, de manera que a la dureza se le añade la falta de consideración y el desprecio. ¿Cómo se mide la dureza de un trabajo? No es una cuestión física. Un futbolista o un deportista de élite está claro que se esfuerzan físicamente, pero no puede llamarse trabajo duro a lo que hacen. Un trabajo puede ser duro aunque se esté bajo techo, con aire acondicionado, y sentado sin hacer esfuerzo físico. Si no se trabaja rudamente como un esclavo (y aún existen) la dureza procede de factores psicológicos o morales. Cuidado con el trabajo que se nos pega en las manos, el trabajo que nos agota sin fruto. Porque entonces estamos condenados: no podremos soltar ese hierro candente. El que sufre una humillación pierde lo que hoy se llama "autoestima" y antes se llamaba "amor propio". Acaba creyendo que es "torpe" cuando esto no es cierto. Se culpa a sí mismo por las menores faltas, faltas que ni siquiera lo son. El poderoso es arrogante por muy torpe que sea. Eres "torpe" por ser pobre, y por ser pobre no has tenido las mismas oportunidades que los privilegiados que en la carrera de la vida parten con ventaja. Un asalariado es vulnerable, tiembla por su empleo y ese miedo le hace ser sumiso y servil. Esto es negarse a uno mismo. Todas las instituciones jerárquicas fomentan la humillación y el servilismo: el ejército, un partido político, una iglesia, una empresa. El que recibe los desprecios los transmite a su vez a quien tiene debajo, por tomarse la revancha en un inocente. Da igual que el empleado haga su tarea correctamente, nunca es bastante, siempre lo hará mal. La mancha de un pequeño defecto basta para contaminar un océano. Los humanos somos más inclinados a la venganza que a la misericordia y si se puede humillar a otro impunemente dos de cada tres mortales lo harán sin dudarlo. La humillación metafísica del empleado de Kafka la han sentido millones.  Eso no hay socialismo que lo arregle. Algunos disentirán de este afirmación. El cristianismo, con su pesimismo para las cosas de este mundo, aconsejaba resignarse y sufrir las injusticias sin levantar la voz. La recompensa vendría en el Reino de los Cielos. Ya, pero ¿y si ese Reino no existe? Terrible duda. Pienso en los palestinos (mujeres y niños sobre todo) que son sistemática, no episódicamente, hostigados, detenidos, humillados y masacrados por los colonos judíos y el ejército de Israel. En la película "La caza" de Carlos Saura un personaje le dice al joven del grupo: "¿cuántas humillaciones has sufrido en tu vida?" El chico pone cara de no entender la pregunta, porque su corta edad no le ha permitido tragar ningún sapo todavía. Pero si fuera un chico palestino de Gaza o Cisjordania podría ponerse a contar las que le han infligido los israelíes y no acabaría en un día. Tendemos a olvidar las humillaciones. Nuestra naturaleza rechaza las malas experiencias. Bertolt Brecht dijo lastimeramente que vivía en tiempos sombríos. Nosotros, por desgracia, también. Rusia es un estado mafioso y criminal e Israel, aduciendo legítima defensa, está masacrando a todo un pueblo ante la mirada impotente o indiferente o miope del mundo. 

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