Oigo el chirrido de los vencejos: lo único alegre que hay en este mundo de locos en el que vivimos. El confinamiento, el uso obligatorio de las mascarillas (no se discute aquí la necesidad de esas medidas) nos está alterando notablemente. Es evidente, se objetará. Una guerra (la caída en un estado de naturaleza, creo que diría Hobbes) nos convierte en criminales o en víctimas de crímenes. Quizá sean figuraciones mías, pero me parece escuchar el grito habitual en los naufragios: "¡sálvese quien pueda!" Cierto es que hay individuos que no atienden a esa llamada de pánico ni se dejan embrutecer. Goya, precioso, ven a pintar nuestra romería de San Isidro.
Cuesta mantener el equilibrio mental y la cabeza clara. Vivimos en un mundo muy extraño. No me sorprende lo malo que nos está ocurriendo y, sin embargo, no salgo de mi asombro. Yo, que tendría que estar curado de espantos (de los espantos uno no se cura). No entiendo nada. Estoy perplejo. Mantengamos la calma.
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