Mascarillas

La muchedumbre es hermética: en la calle la gente no tiene expresión, al menos para una mirada distraída, que es la mirada de la gente. Sin corazón, sin emociones, robotizados, movimientos mecánicos: los semáforos, p. ej. En esto hay un automatismo terrible que es un rasgo de la modernidad. En las calles de nuestras ciudades el hombre está ausente. (Este enunciado no es ninguna novedad, basta leer algo a Musil). No lo estuvo en el pasado, creo: el ágora, el foro, la era de los pueblos. ¿Dónde encontramos hoy a tan paradójico ente? En el mundo virtual que él mismo ha creado. No nos deshumaniza un gato, ni un árbol, ni una tormenta: lo único que nos deshumaniza es el mismo hombre. Y se le da muy bien, por cierto. Hombre, humano, deshumanizar: quizá sean conceptos modernos, invenciones. El "hombre", sostenía Foucault, es una invención. Mientras escribía esto tuve que cortar la llamada a una mujer (trabajadora inocente aunque molesta) que quería "mejorar el precio de mi seguro" Esto nos ha pasado a todos muchas veces, pues el móvil es un imán y el dinero otro mayor. 
     ¿Nos ha mejorado la pandemia?, anda en el aire esta curiosa pregunta. Una escritora responde a la cuestión del periodista "Tras la experiencia vivida, ¿hemos cambiado? ¿Nos hemos convertido en mejores personas?" lo siguiente: "Hemos adquirido una sensibilidad distinta (...) La idea de que lo que nos salva es ayudarnos los unos a los otros." Pues bien, esto es música celestial; es completamente falso.
       Las mascarillas (necesarias, eso no se discute) han hecho aún más hermética a la muchedumbre. Es una visión tétrica, qué le vamos a hacer. Estamos como locos por escapar a la montaña, al campo, a la costa, al pueblo (anywhere out of the world, decía Baudelaire); como locos por poner tierra por medio entre nosotros y nuestros seres queridos por un lado y la multitud pestífera por otra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario