Aprender un idioma

Aprender un nuevo idioma es regresar a la infancia. Se nombran las cosas esenciales: pan, casa, madre, lluvia, agua, cielo. Se nombran las acciones más simples, los verbos: ir, amar, hablar, comer, vivir, morir, cantar, beber, dormir, etc. Como los niños empezamos balbuceando, el idioma aún no está en nuestra cabeza. Pero si se tiene perseverancia, si hay pasión (y no hay verdadero aprendizaje sin pasión) la lengua extraña comienza a operar dentro de nosotros. Entonces el balbuceo se convierte en discurso. Esa lengua extraña empieza a sernos familiar. Aprender una lengua es fabricarnos otra cabeza y otro corazón. Somos esencialmente lenguaje. Así incorporamos una nueva visión del mundo y, si es de las llamadas "lenguas cultas" una tradición oral y literaria. Eso sucede si se estudia ruso o latín o alemán. Podemos beber en la fuente original de esa nueva cultura. Momento magnífico ese en que el idioma extraño se abre como niebla que se dispersa y descubrimos que el intrincado mecanismo se torna inteligible. Aunque para eso a veces hagan falta años de estudio.

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