Construir una biblioteca

María Zambrano escribió que una casa con libros se percibe antes de entrar en ella. Se percibe la gravitación de los libros. Me parece apropiado el verbo "construir" para referirse a una biblioteca. Es como levantar una torre, en la que posiblemente se quede uno encerrado. Libro a libro, como sillar a sillar, piedra a piedra, se van acumulando los volúmenes. La biblioteca a la que me refiero no es una habitación o dependencia dispuesta para los libros, son los mismos libros. Es una tarea de años, de toda una vida. No pasa con todos, pero muchos tienen recuerdos asociados: comprados en tal ciudad, en tal viaje, leídos en tal fecha. Son parte importante de nuestra biografía (o de nuestra vida, para ser más modestos). Aunque hay que distinguir entre lector y bibliófilo, no necesariamente van unidas estas dos facetas. Lo primero que pregunta alguien al entrar y ver la ingente cantidad de libros es: "pero, ¿los has leído todos?" Esa es pregunta de profano: los libros no hay por qué leerlos de cabo a rabo, se pueden ojear (¿o se dice "hojear"?). Algunos se adquieren "por si acaso", esperando el momento oportuno en que se puedan leer. Libros anotados, con marcas de lectura, con subrayados: esos son los buenos libros. Borges. que imaginó la Biblioteca de Babel, recordaba que Emerson decía que una biblioteca es un gabinete mágico: basta abrir un libro para conversar con alguien que lleva muerto siglos. La voz del difunto se hace viva en cada lectura. Eso dice el soneto de Quevedo. Hace un rato leí parte de la Autobiografía de Franz Grillparzer (gran escritor), y me trasladé a la Viena de principios del siglo XIX, a su casa familiar. Entre los libros se establecen extrañas conexiones: unos se refieren a otros. He visitado alguna biblioteca personal, pero la que recuerdo ahora antes que ninguna es la de Montaigne, en su torre circular, cerca de Burdeos. Los libros que manejó ya no estaban, era una sala vacía. En pocas partes como en esa torre se percibe el genio del lugar. Montaigne era un Quijote de la lucidez y el escepticismo. Se podría dividir a las personas en dos clases: la de los que leyeron los Ensayos y la de los que no. ¿Qué será de nuestros libros cuando ya no estemos? Vendrá la dispersión, el caos. ¡Tratadlos bien! Haced que caigan en buenas manos. Me parece que no es mala forma de pasar por este mundo, cada vez más poblado por cada vez menos almas, dejar como legado una montaña de libros.

2 comentarios: