Tolstoi era insuperable como escritor, en ese terreno nadie lo iguala. Pero el hombre tenía sus opiniones críticas y hay que ver lo disparatadas que son algunas. El Tolstoi profeta me interesa tanto como el Tolstoi crítico. Es decir, nada. Cuenta Chéjov que fue a visitarlo a una localidad balnearia en Crimea, cerca de Yalta, en un palacio a orillas del Mar Negro. Sería por el año 1902. El viejo Tolstoi ("no viviremos tanto como él ni escribiremos tanto", pensaría Chéjov) estaba enfermo y guardaba cama. Estuvieron hablando largo rato, dice Chéjov, de esto y de lo otro. Al final Chéjov se despide. Tolstoi le estrecha la mano y le dice que le bese. Chéjov se acerca y Tolstoi le dice rápido al oído: "No soporto tus obras de teatro. Shakespeare escribía mal, pero tú escribes peor". Por la forma en que lo cuenta parece que Chéjov no se lo tomó a mal.
Tribunal implacable
Tolstoi debió de escribir este relato con una pistola en la sien, en una época de desesperación. No hay historia que destile más asco, rabia y desprecio por los seres humanos. Tuvo que haberse escrito en un momento de profunda crisis vital, porque nadie medianamente conforme con la vida es capaz de imaginar los pensamientos de los personajes de este relato. Todos son mezquinos menos uno: el muchacho que cuida al enfermo terminal. Varias veces se repite a lo largo del relato la frase: "educado, agradable y conforme a las convenciones sociales". Tolstoi está furioso contra el orden social. Como se sabe, lo primero que piensan los (falsos) amigos de Iván Ilich al enterarse de su muerte es: "él ya está muerto, pero yo sigo vivo". Y cada uno cavila cómo beneficiarse de la muerte de este funcionario que deja vacante una plaza interesante. El retrato de la vida conyugal no es menos amable. Tormentas de amargas discusiones por estupideces con algún islote de armonía (tal como dice el escritor). La muerte de Iván Ilich me parece un relato de absoluto nihilismo: lo único positivo, alegre, es la muerte para ese desgraciado, porque es una liberación. Según se acerca el momento fatal Iván Ilich descubre la falsedad de su vida, el pensamiento de que ha vivido en vano es intolerable. Poco antes de morir piensa: "la muerte ha muerto" No es la vida la que muere, sino la muerte. Tolstoi se aferró a la religión y salió de ese paso. Dejó de ser escritor para convertirse en profeta. Esto, creo, le salvó la vida. Al escribir esta historia Tolstoi vomitó todo el asco que sentía por la humanidad y por su vida absurda. También Goethe escribiendo el Werther conjuró sus demonios. No hay una palabra en esta historia que esté de más ni de menos. No hay ninguna salida de tono. Es como si Tolstoi conservara la calma en medio de la mayor tempestad.
Hay muchas fotos de Tolstoi. Que yo sepa no aparece sonriendo en ninguna: siempre serio, con expresión de fastidio. Debió de tener un carácter de mil demonios. Fue un personaje de tremendas contradicciones. La resistencia física de este escritor atormentado y favorecido por la fortuna (aristócrata ruso, inmensamente rico, en la cúspide social) debió de ser enorme.
Cuento de Chéjov
Un cuento de Chéjov se titula "Tristeza". Muy justo, porque la historia no puede ser más triste. Es un relato muy breve. Un viejo cochero acaba de perder a su hijo hace una semana. Suben unos clientes a su coche, le maltratan. El viejo quiere desahogarse, contar a alguien que su hijo ha muerto. Como es de suponer nadie le escucha. Uno de ellos responde "todos tenemos que morir" cuando el viejo cochero le dice que su hijo ha muerto. El viejo, que no tiene a nadie en el mundo, se resigna y acepta cristianamente la brutalidad de sus congéneres. "Dios lo ha querido" No se rebela como un personaje de Byron. No maldice. No se vuelve a sus clientes y les cruza la cara con el látigo. Es pobre y tiene que comer.
Al final del cuento, después de un día en el que apenas ha ganado nada, se queda solo con su caballo que come hierba seca. Le dice el cochero: "es como si tú tuvieras un potro y fueras su madre y de pronto se muere antes que tú. ¿No sería una desgracia?" Y el cochero, dice Chéjov, le cuenta todo. El pobre hombre se desahoga con una bestia.
Hoy los cocheros son los taxistas. ¿A quién le cuentan sus penas íntimas y profundas? ¿A un volkswagen? ¡Viva el progreso!
Esto es literatura. La literatura trata principalmente de las penas de los hombres. De la desgracia de un humilde cochero y la indiferencia del mundo trata este cuento.
Antonioni
Hace ya mucho tiempo que no veo aquellas películas de Antonioni que me fascinaron. Me fascinaron en el sentido de que me embrujaron, no fue sólo que me gustaran "La aventura" "El eclipse" "La noche" o "El desierto rojo". El resto de sus películas no me interesó tanto. Si al cine se le llama "el séptimo arte" es gracias a artistas como Antonioni. Ciertamente, es un cine complicado, para intelectuales. Trataba de los problemas de la burguesía italiana de los años 60 y, por extensión, de la condición del hombre moderno en un mundo alienado. O, mejor dicho, el que está alienado es el hombre. En Antonioni se reconoce a Kierkegaard, a Adorno, a Horkheimer. El tema fundamental de su cine es la incomunicación, si es que sus películas pueden reducirse a una fórmula. Si ya nos veía angustiados, inconexos, aturdidos, como el personaje de la mujer del ingeniero en "El desierto rojo" (1965) cabría suponer la película que hubiera hecho para mostrar la extrañeza, la soledad y lo que hay de enfermizo en nuestra época de internet y redes sociales. Pero cada artista tiene su tiempo, el corto tiempo de la vida humana, y Antonioni no vivió para ver el advenimiento de facebook o twitter. Quien aún vive, fuera del mundo ya, es su musa Monica Vitti, casi nonagenaria, recluída en una vivienda de Roma.
Unas coplas
Somos los egoístas
sin caridad
Ermitaños en cuevas
de la ciudad
Corazón receloso
acorazado
aterido de frío
y amenazado
Para cambiar de aires
somos turistas
nos fuerzan a ir veloces
las autopistas
Entre nosotros hayun mediador
una pantalla abstracta
Ordenador
Hemos trocado el arte
de convivir
por algo más modesto
sobrevivir
Al amor le llamamos
pornografía
desahogo de alguien
que desconfía
Testimonio elocuente
de esta cultura
es la bolsa ilustrada
de la basura
Elsol
Parece el nombre de una empresa: "Elsol" pero es que no se ha puesto espacio. Quería decirse "el Sol" la estrella más cercana, la que da luz y vida en este planeta. Ahí tenemos, si luce, a un objeto que vio a los dinosaurios, cuya luz impresionó sus retinas, y a otras criaturas más remotas. Ese sol que adoraron egipcios, caldeos, tantos pueblos desaparecidos. El mismo que se puso en la tarde de la cicuta y de la cruz y el que brillaba en la Mancha de don Quijote y en la Dinamarca de Hamlet. El sol de Homero y de Gilgamesh. El que pintó, radiante y amarillo, Van Gogh. De qué trono ha caído, ya no es más que una estrella mediocre entre millones de millones. Lo que la Tierra es para el Sol, es el Sol para algunas estrellas: una esfera insignificante. Por desgracia cada vez es más difícil ver el cielo estrellado, pero el sol aún puede observarse en los crepúsculos y a través de las nubes. No es un cuerpo eterno, así que tendrá un final, como tuvo su principio. La astrofísica enseña que aumentará de tamaño cuando se agote el hidrógeno y que evaporará unos cuantos planetas del sistema solar. La Tierra se fundirá como una mota de polvo en un enorme incendio. Ahora que aquí es verano da un calor agradable si hay brisa a la orilla del mar. Instante fugitivo de felicidad. Esa juventud perdida en que brilló el sol de nuestra vida, cuando estaban con nosotros personas que ya pasaron. Si nos agobian los problemas o la desdicha, si el desánimo nos vence, hay un remedio. Considerando al sol de algún modo ya estamos muertos. No sólo como individuos, como civilización también. Para el sol todo es efímero. El sol nos hace contemporáneos de los etruscos.
Bossuet
Este autor es conocido en Francia, pero aquí no se le conoce. Fue obispo y estuvo en la corte de Luis XIV. Uno de sus cometidos era pronunciar oraciones fúnebres de los príncipes y otras altezas de la corte, pues los poderosos también se mueren. Pertenece a la época de La Fontaine, Pascal, Fénelon, Moliére, Boileau que se conoce como "siglo de oro" francés. No hace mucho leí la oración fúnebre que pronunció en la iglesia de Saint Denis de París, a la muerte de la princesa Enriqueta de Inglaterra, que murió repentinamente a los 26 años en junio de 1670. Hay que imaginarse la consternación de la corte y del pueblo. No hay mejor ocasión para destacar la vanidad de la vida que ver cómo desaparece bruscamente y en plena juventud un grande de este mundo. Bossuet pronunció una oración estremecedora sobre la futilidad de las cosas humanas. Su voz debió retumbar en el interior de la iglesia ante una audiencia petrificada por la desgracia. Para dar una idea de la rapidez con la que ocurrió el suceso Bossuet empleó una frase que se hizo célebre: "Madame se meurt. Madame est morte". Desde luego hoy ya no nos despiden con la elocuencia de Bossuet aunque sucedan casos por el estilo.
El monstruo
Sólo tengo intuiciones y experiencias. Ya lleva uno acumulados muchos fracasos en los huesos. Salvo para los muy jóvenes o los muy tontos la vida, finalmente, es una sucesión de fracasos y desdichas. Veo una acelerada deshumanización de la vida social. Creo que estamos cayendo, pero como todos nos movemos a la vez no lo percibimos. Que alguien se quede quieto, verá que estamos en caída libre. Las condiciones de trabajo de hace 20 años son hoy irreconocibles. Fundar hoy una familia es un lujo. Los que tienen empleo van putada en putada, cada vez les aprietan y humillan más. Se han perdido las antiguas certezas. Antes (ese vago "antes") vivir era pisar un suelo firme, hoy es caminar sobre un cable suspendido en el abismo. Ante los cambios para mal se puede adoptar la postura optimista y decir "ya te acostumbrarás". Supongo que eso esperaban los judíos ("ya nos acostumbraremos") a medida que les iban quitando un derecho tras otro, paso a paso, con calculada perversidad. Se empezó por quitarles el derecho a dar clases, luego el de caminar por la acera, después el de respirar. Lo que está sucediendo hoy no es normal. Pero la fuerza narcótica de la normalidad es tan poderosa que muy pocas
personas se daban cuenta de la escala de lo que ya estaba sucediendo, dice Antonio Muñoz Molina en su artículo de hoy en "El País" al glosar el diario de una ginecóloga alemana y judía en los tiempos de Hitler. "Ese hombre será nuestra desgracia y la de Alemania. Lo tengo claro, ahora que he visto sus ojos y sus manos" escribe Hertha Nathorff. No se equivocó.
Ojalá me equivoque, pero me temo que no. Las pruebas son contundentes. Me guío por intuiciones y experiencias. La sensación de crueldad y caos. Asoma otra vez el monstruo que llevábamos escondido.
Pancartas
Me gustaría ver una manifestación de vencidos. Silenciosa multitud con pancartas: "hemos tirado la toalla" "ya no podemos más" "la naturaleza humana es débil y dispone de pocas fuerzas" "hay que resignarse" "hay golpes en la vida tan fuertes... yo no sé" "todo lo gobierna el azar" En esa muchedumbre otra pancarta reza "¡Indignaos!" La llevan Stéphane Hessel y José Luis Sampedro.
Montañas
Qué manía tiene el hombre actual (y que manía tengo yo de meterme con esta criatura, yo que formo parte del hormiguero y escribo este blog) de pisar o pisotearlo todo. No soy alpinista pero me gustan las montañas. Para un montañero de verdadera vocación no es lo más importante hacer cumbre en la montaña que escala. Hay que saber renunciar si la montaña no quiere. Las montañas llegan mucho antes de subirlas, se imponen en la distancia, en la aproximación, y no es exagerado decir que algunas enamoran. Contemplar el Espigüete desde Valverde de la Sierra o Peña Ubiña desde la Vega de Meicín es una maravilla. Hace muchos años yo estaba con una persona inolvidable en Camarmeña, un pueblo de los Picos de Europa que tiene un mirador desde el que se ve de frente, mirando hacia arriba (el desnivel es tremendo, el terreno abruptísimo) el impresionante Pico Urriellu, o Naranjo de Bulnes. En ese momento la niebla ocultaba el pico. Ella hizo un dibujo del lugar conmigo y escribió "esperando a su amada". No hubo suerte y tuvimos que regresar sin verla. Las montañas se dejan ver o escalar cuando ellas quieren, son caprichosas y peligrosas. Montañismo no es necesariamente vencer a una montaña, alcanzar la cima y hacerse la foto (aunque es natural que queramos dejar testimonio de la hazaña). Montañismo es quedarse mirando esas cumbres, sus neveros; ver cómo cambian de color con las horas del día; observar los efectos de luz, los contrastes, la sombra que dejan las nubes en las paredes de roca. Que su nombre resuene en nuestra imaginación. Claro que en eso hay algo romántico. Tal día como hoy (sigo con la manía) murió Jean Jacques Rousseau, el inventor de esta sensibilidad para el paisaje: le extasiaban los abismos, las cascadas, los desfiladeros, los bosques, los ventisqueros. Esa cosa sublime que tienen. Segantini, el artista italiano que llegó a los Alpes, pintó maravillosos cuadros de los macizos de roca con una profunda simbología sobre la vida, la muerte y el amor maternal. Quiso subir cada vez más arriba, cada vez más lejos de las ciudades y habitó solo una cabaña remota. Un Zarathustra con pinceles y caballete. Allí sufrió un ataque de apendicitis que se complicó fatalmente. Segantini amaba las montañas con pasión. Caminar entre ellas eleva el ánimo. No hace falta ser escalador para elevarse. Nietzsche tuvo súbitamente la idea del Eterno Retorno en agosto de 1881 cuando paseaba por un lago suizo. Garabateó en un papel: "a 6000 pies más allá de los hombres y el tiempo". Montañero es quien pacientemente, solo muchas veces, se acerca a las montañas con reverencia. No quien desea escalarlas a toda costa rebajando a deporte o récord, cosa de almas vacías, su grandeza y su misterio.
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