Mal profeta (no falso) me parece el excelente escritor William Hazlitt. El retrato que hace de Coleridge en el libro El espíritu de la época (1825) empieza como sigue: "La presente es una época de habladores, no de artífices, y la razón es que el mundo envejece. Estamos tan avanzados en Artes y Ciencias que vivimos mirando para atrás, como chocheando por los logros pasados. La acumulación de conocimiento ha sido tan grande que estamos perdidos de asombro por la altura que ha alcanzado en lugar de intentar subir y añadir algo, mientras la variedad de objetos distrae y deslumbra al que la contempla. ¿Qué nicho queda por ocupar? ¿Qué camino sin probar? ¿Para qué sirve hacer algo a menos que pudiéramos hacerlo mejor que todos los que han pasado antes que nosotros? ¿Qué esperanza hay en esto? Somos como esos que han llegado para ver algún noble monumento artístico y que se contentan con admirarlo sin pensar en rivalizar con él; o como invitados después de una fiesta que alaban la hospitalidad del anfitrión "y agradecen al generoso Pan" quizá llevándose algunos restos insignificantes; o como espectadores de una tremenda batalla cuyo ruido todavía oyen desde lejos, el choque de las armaduras, el relincho de los caballos de guerra y el grito de la victoria están en sus oídos, como el torrente de innumerables aguas"
En 1825 le parecía a Hazlitt viejo el mundo. En que no quedaba nada por descubrir o añadir a la suma de los conocimientos adquiridos es evidente que se equivocaba, como la paloma de Alberti. No creo que la historia sea un continuo amontonamiento de saberes, como una montaña que crece, sino más bien un olvido de lo pasado, cuyo lugar vacío vienen a ocupar nuevos apilamientos de otras formas de explicar la realidad. Y así sucesivamente. En nuestra época es el conocimiento tecnológico y científico. El escolástico medieval que discutía sutilmente sobre la naturaleza de los ángeles hoy se dedicaría a investigar los mecanismos genéticos de una enfermedad, o trabajaría en un acelerador de partículas, o haría algoritmos para predecir la evolución de los mercados financieros.
Hay épocas que parecen viejas a sus contemporáneos, otras que son como auroras que despiertan entusiasmo. Las bibliotecas de Alejandría y Bagdad fueron pasto de las llamas. Civilizaciones enteras se han perdido. A finales de la Primera Guerra Mundial el inteligentísmo Paul Valéry señaló el alcance de la catástrofe europea en su breve texto "La crisis del espíritu".