Niels Henrik Abel, el Keats de las matemáticas. 1802-1829. Traduzco del francés la necrológica escrita por August Crelle... y a ver quién es el guapo que no llora al leerla.
El señor Niels Henrik Abel, noruego, que descubrió un talento tan extraordinario para las matemáticas y que, aunque muy joven, ya se había distinguido eminentemente en esta ciencia, ha muerto en la flor de la edad el 6 de Abril 1829 en Frolands-Vark cerca de Arendal, en Noruega, a donde había ido desde Christiania, su residencia habitual, para hacer una visita sus parientes. El señor Abel nació el 25 de agosto de 1802 en Frindoë, en la costa occidental de Christiansandstifft, en Noruega. No ha llegado pues a cumplir los 27 años. Su padre fue un ministro protestante rural. En 1803 su familia se trasladó a Gierrestadt, parroquia vecina, donde su padre le dio la primera educación hasta 1815 año en el que Abel entró en la escuela catedralicia de Christiania. No se distinguió en absoluto en sus primeros años. Pero en 1818 a los 16, su talento para las matemáticas comenzó súbitamente a desarrollarse. Destacó entre sus condiscípulos e hizo progresos tan rápidos que pronto se reconoció su genio. El señor Holmboë entonces profesor en esta escuela le dio lecciones particulares. Pasando rápidamente por los rudimentos le hizo estudiar la Introducción e Instituciones del calculo diferencial e integral de Euler. A partir de entonces comenzó a volar solo. Estudió las obras de Lacroix, Francoeur, Poisson, Gauss y sobre todo las de Lagrange, e hizo él mismo algunas aportaciones personales. Egresado de la escuela catedralicia ingresó en la universidad de Christiania. Sin fortuna, y con su padre ya fallecido, obtuvo lecciones gratuitas y disfrutó en la universidad de una beca y del apoyo de profesores durante los dos primeros años. En los dos años siguientes el gobierno le concedió una ayuda extraordinaria. Continuó con ardor su carrera. En esta época compuso numerosas memorias que han sido impresas en un diario de Christiania que lleva por título: "Magazin für die Naturwissenschaften" La primera de estas memorias fue impresa en 1820 con el título: "Allgemeine Methode, Functionen einer variablen Grösse zu finden, wenn eine Eigenschaft dieser Functionen durch eine Gleichung zwischen zwei Variabeln ausgedrückt ist". Se ocupó del problema de la resolución algebraica de las ecuaciones de quinto grado. En cierto momento creyó haber encontrado la solución, pero habiendo notado un error se propuso o bien corregirlo o bien demostrar la imposibilidad de la resolución general de las ecuaciones superiores. Tuvo éxito en este segundo empeño e hizo imprimir su demostración en 1824 en Christiania, en francés. Habiéndose distinguido extraordinariamente en sus estudios el gobierno concedió, con la recomendación de los profesores Rasmusen y Hansteen, cubrir los gastos de viaje para que continuara sus estudios en Alemania, Italia y en Francia durante dos años. Su primer plan era ir directamente a París pero lo cambió y partió a Berlín asociándose a algunos amigos estudiantes de otras ciencias. Llegó a Berlín el verano de 1825. Allí estuvo seis meses durante los cuales le conocí y le ví todos los días. De aquí fue a Viena, Venecia, Milán y Turín hasta París, donde estuvo 10 meses. Regresó a Berlín y de allí a Christiania tras una ausencia de 20 meses. Al llegar a Berlín por primera vez ya había trabajado mucho pero sin haber publicado aún nada importante excepto su "memoria" en forma de disertación sobre la imposibilidad de la resolución general de las ecuaciones algebraicas superiores. Esta "memoria" es la misma que fue incluida en el primer tomo de la presente Revista, pero revisada por el autor durante su estancia en Berlín. Yo había ya concebido desde largo tiempo el proyecto de la presente revista pero lo que me decidió a ponerlo en ejecución fue sobre todo la importancia de los numerosos trabajos ya preparados por Abel, quien consintió en publicarlos, así como la importancia de las obras de Steiner más tarde diligente y muy distinguido colaborador en los primeros tomos de esta revista. Es así que en parte esta revista debe su existencia a Abel. Hasta su fin fue uno de sus colaboradores más asiduos y fieles. Las "memorias" con las que ha enriquecido esta revista y algunas otras muy importantes incluidas en la revista de Astronomía de Schumacher así como las que presentó en la Real Academia de París prueban que este joven geómetra estaba dotado de un talento verdaderamente superior, y que la pérdida que las matemáticas acaban de sufrir por su muerte es tanto más grande y deplorable cuanto que apenas estaba comenzando su carrera. Todos los trabajos de Abel llevan la huella de una sagacidad y de una fuerza mental extraordinarias y a menudo verdaderamente asombrosas, incluso sin considerar la juventud de su autor. Abel penetraba hasta el fondo de las cosas con una fuerza que parecía irresistible y las captaba con una energía tan extraordinaria, las tomaba de tan alto y las elevaba tan por encima de su estado actual que las dificultades parecían desvanecerse ante la victoriosa potencia de su genio. Si se recuerda la "memoria" incluida en el primer tomo de esta revista sobre la imposibilidad de resolver algebraicamente ecuaciones de grados superiores al cuarto, sus trabajos sobre las funciones elípticas, su "memoria" sobre algunas propiedades generales de una cierta clase de funciones trascendentes (tomo III) etc, todos los trabajos por los cuales ha hecho retroceder los límites del análisis, se verá que no hemos exagerado en absoluto. El talento extraordinario de Abel ha sido generalmente reconocido en los últimos tiempos y, sin duda, si hubiera sido contemporáneo de Newton éste habría dicho de él lo que decía de Cotes: "si hubiera vivido más tiempo aún habríamos podido aprender mucho de él". Los más distinguidos geómetras de nuestro tiempo, entre los cuales basta nombrar a Legendre, ese digno veterano, autor de la teoría de las funciones elípticas, han apreciado igualmente a Abel, honrándose por ello tanto a sí mismos como a su joven protegido. Es digno de atención que Abel y Jacobi, profesor en Königsberg, otro joven geómetra de talento extraordinario, siempre han marchado a la par y como frente a frente en sus trabajos sobre las funciones elípticas sin conocerse el uno al otro ni sus trabajos y sin encontrarse ni coincidir en su camino. Abel de vuelta s su patria no encontró al principio un empleo aceptable: no fue sino poco tiempo antes de morir que disfrutó de remuneraciones fijas. En 1827 se le nombró miembro de la Real Sociedad de Ciencias de Drontheim. Tan pronto como la reputación de su talento y sus méritos en las matemáticas fueron percibidos se vio cómo los que aman y protegen las ciencias se interesaban por su suerte. El gobierno prusiano atento a todo lo que pueda hacer prosperar los conocimientos útiles y hacer avanzar a las ciencias pensó en atraer a Abel a su servicio en caso de que él lo hubiera deseado. Al mismo tiempo varios miembros de la Real Academia de Ciencias de París se dirigieron al rey de Suecia para que se comprometiera a llamar a Estocolmo, cerca de la Academia, a este hombre excepcional. El gobierno de Prusia fue el primero en llevar a cabo el proyecto de mejorar la suerte de Abel. Se me hizo el encargo de que me enterara por adelantado si Abel aceptaría un puesto en Berlín en el caso de que se le ofreciera y si la respuesta fuera afirmativa el ministro de cultura y de instrucción pública en Berlín habría resuelto enviarle una honrosa invitación. Tuve orden de escribir previamente al joven geómetra de que la invitación estaba lista para partir. Ejecuté esa orden inmediatamente. Pero desgraciadamente era demasiado tarde. La carta llegó pocos días después de su muerte. Un trabajo infatigable unido a las preocupaciones que durante largo tiempo le había dado la incertidumbre de su porvenir habían minado su delicada salud. Cayó enfermo en el campo donde entonces se encontraba y la indisposición se convirtió en una pulmonía que degeneró en la tisis que le costó la vida. Recibí la noticia casi el mismo día en que acababa de expedirse la invitación a Abel. Hice un informe. El digno ministro que protege y hace prosperar las ciencias en nuestro país con un celo y un ardor que exceden todo elogio expresó el vivo pesar de esta pérdida prematura al escribirme "que había tenido efectivamente el propósito de llamar al señor Abel a Berlín para abrirle las puertas de una carrera honorable en la universidad, concediéndole una asignación suficiente y cubriendo los gastos de viaje, y que lamentaba tanto más ver su propósito fracasado cuanto había vivamente deseado la admisión del señor Abel al servicio de Prusia a causa de las grandes esperanzas que ya habían dado sus raros talentos" Pero no sólo fueron los grandes talentos de Abel los que le hicieron tan respetable y los que siempre harán lamentar su pérdida. Se distinguía igualmente por la pureza y nobleza de su carácter y por una rara modestia que le hacía tan amable como extraordinario era su genio. La envidia del mérito ajeno le era del todo extraña. Estaba muy alejado de la avidez por el dinero o los títulos, o incluso por la fama lo que a menudo lleva a abusar de la ciencia haciéndola un medio para medrar socialmente. Apreciaba demasiado bien el valor de las sublimes verdades que buscaba como para darles un precio tan bajo. Encontró la recompensa a sus esfuerzos en el resultado mismo. Se alegraba casi lo mismo de un nuevo descubrimiento fuera éste hecho por él o por otro. Los medios de hacerse valer le eran desconocidos: no hizo nada por sí mismo, pero lo hizo todo por su querida ciencia. Todo lo que se hizo para él proviene únicamente de sus amigos sin la menor cooperación de su parte. Tal vez un descuido así sea algo impropio del mundo. Sacrificó su vida por la ciencia sin pensar en su propia conservación. Pero nadie dirá que tal sacrificio sea menos digno y menos generoso que aquel que se hace por cualquier otro gran y noble objeto y al que no se duda en conceder los más grandes honores. Gloria pues a la memoria de este hombre igualmente distinguido por los talentos más extraordinarios y por la pureza de su carácter, uno de esos raros seres que la naturaleza apenas produce una vez al siglo.
Berlín, 20 de junio 1829
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