No sé cuánto debe a la literatura mi concepción del mundo (que creo que la tengo, por cierto) pero sospecho que mucho más de lo que me parece. Nos movemos en terreno subjetivo. No hay dos lectores iguales y un mismo libro no ejerce exactamente el mismo efecto sobre los lectores aunque puede darse un consenso. Nadie dirá que Thomas Bernhard te hace bendecir cada nueva mañana o que Beckett es luminoso y amable o que por Kafka caminas lleno de confianza en un mundo bueno. Nada tenemos contra el puro entretenimiento banal que puede ser la lectura de textos de ficción. Salir del relato como de una ducha: limpios y lozanos. Diríamos que la literatura presenta dos características fundamentales: un uso estético del lenguaje (que sea exuberante como Joyce o seco como Rulfo es secundario, hay estilos y estilos) y ser expresión veraz del drama que es nuestra vida. En las grandes obras literarias aparecen las cuestiones esenciales de nuestra condición humana: la soledad, la muerte, el amor, el poder de la fortuna y del ambiente, la injusticia, el envejecimiento, las pasiones, el libre albedrío o la necesidad de nuestros actos... eso secreto que a veces no nos atrevemos a confesar ni a nosotros mismos. Así, tal vez moleste que Melibea se tire de la torre, o que Werther se pegue un tiro, o que don Quijote muera agotado y vencido y tristemente cuerdo. Un capitán de barco atrabiliario y loco persigue por los océanos a un cachalote blanco. Un joven inestable piensa que si Napoleón mandó a la muerte a miles de personas, por qué no va a poder él matar a una vieja usurera. De Dante se recuerda el Infierno, pero mucho menos el Paraíso. "Dantesco" no significa visión celestial. Usted es honrado y decente o ni siquiera eso: simplemente es un empleado de banca, como Gerardo Gracia. Una mañana llegan unos desconocidos y le detienen acusándolo de un delito que nunca se llega a aclarar. O se despierta usted convertido en un bicho indefenso y repugnante al que su propia familia aparta y desprecia. La novela picaresca no es precisamente una cantera de personajes intachables. Qué son los lazarillos, guzmanes, buscones, moll flanders, simplicissimus, soldados svejks... Buscavidas, mujeres de vida alegre, ladrones, arribistas, presidiarios, adúlteros, homicidas, mendigos, mentirosos, siervos... Sometidos a los caprichos de la fortuna, caídos en desgracia o gozando de una inestable prosperidad, tratando de sobrevivir, subiendo y bajando en la escala social. ¡Qué importante es un buen matrimonio! Al pobre, por mucho talento y mérito que tenga, nunca se le hace caso. Si eres débil prepárate para los golpes... "Eso me pasa a mí" piensa en algún momento el lector maduro. El niño se maravilla sin entender. La literatura es también un espejo. Nos pone ante los ojos (o trae a los oídos) los dolores, ilusiones, desmayos, trabajos, sufrimientos, pensamientos de cada uno de nosotros. No lo hace en abstracto. Sus palabras, inspiradas por la fantasía y la memoria, son de carne y sangre y por lo tanto están vivas. Podemos ser Ulises o la Regenta o Francesca de Rímini o Jean Valjean o David Copperfield o la protagonista de Casa de muñecas. Consulto en internet (sospecho que es muy alto) el número de muertes violentas en el teatro de Shakespeare: son 74. Para unas 37 obras que se le atribuyen es una buena tasa de sangre. Cesare Pavese por cuyas venas corría tinta, inseguridad y melancolía dijo que en una gran obra literaria (se refería a David Copperfield) el lector reencuentra en el relato la propia experiencia secreta. ¡Eso es!
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