Tengo mucho que agradecer a los gitanos del rastro, me refiero a los que se especializan en libros de segunda o de tercera o de enésima mano. Los precios están tirados, como los libros. Son libros que se recogen con misericordia, más que comprarlos se rescatan. En León compré uno fabuloso, era un libro del físico Werner Heisenberg de la editorial Rowohlt; en alemán, claro. Me costó 50 céntimos. Fue uno de los mayores hallazgos librescos de mi increíble existencia. Hoy, en el mercado semanal de ese pueblo de la cuenca minera asturiana donde no abundan los catedráticos precisamente, había un puesto similar. Es la primera vez que veo en ese mercado un tenderete con algunos libros. Lo llevaban una mujer gorda y una muchacha, su hija, medio tumbada en una silla plegable. Entre cacharros, coches de juguete, quincalla y todo tipo de menudencias había unos cuantos libros de bolsillo. A un euro el libro. A mi lado estaba un gitano de unos 60 años rebuscando como yo entre los libros. Agarró del suelo una edición de Sarpe de los "Pensamientos" de Pascal. La estuvo mirando un momento y la compró.
Tumbarse en la arena
La playa se va llenando de gente, todos huidos de la ciudad. El mar cambia de color. No hay una nube en todo el cielo. Detrás de las dunas sólo se oye el oleaje. Se tumba en la arena sin quitarse el abrigo negro, con la cabeza mirando al mar. Parece un mendigo. La mochila le hace sombra. Es tan grato soñar con la libertad, sobre todo en estos tiempos de peste. La arena es limpia y además hay que aprender a ser sucio. Pretender ser inmaculado en este universo loco es una pedantería moral. ¿O no es así? Una playa del Cantábrico, una playa del Pacífico o del mar de China. Son las mismas dunas de la película "La mujer de la arena" (1964) de Hiroshi Teshigahara. Las obras maestras, como esta película, tocan símbolos universales y no se pueden explicar por la razón.
El odio
Lo que se decía en la entrada anterior del amor, ¿no sirve, en parte, para el odio? El objeto odiado es también una obsesión. El odio es muchísimo más frecuente que el amor. Basta repasar la Historia.
El amor
Una persona está enamorada de otra cuando comienza a confundir al objeto amado con un paisaje o con los elementos de la naturaleza. El amor no es de este mundo: de este mundo, creo, son los impuestos, el comercio (si un barco bloquea el canal de Suez se pierden cada minuto millones de euros, yenes, dólares, rublos) las cosas cotidianas que son a ras de suelo. El amor es un dios que transporta a su presa a un estado de sueño en el que la realidad aparece transfigurada. Se da en los jóvenes, sobre todo, porque están llenos de ilusiones, no tienen experiencia y son dados a la ensoñación. Además por sus jóvenes arterias puede correr mejor este dios de la sangre que embriaga como el vino. El amor exige un gasto enorme de energía, es una prueba para la salud. El objeto amado puede causar que el contorno de unos montes, una playa, una calle en una ciudad o un objeto estén cargados de una inmensa fuerza evocadora. Es una monomanía. La emoción y el intelecto van juntos siempre en las cosas que merecen la pena. Lo mejor de nuestra breve vida no pertenece a este mundo. Con acierto exhortaba Baudelaire a embriagarse de vino, de poesía o de virtud. Podría haber añadido de "amor" aunque el tiempo apague los delirios eróticos. El amor es una rebeldía, un desafío a la autoridad milenaria de los sacerdotes, jueces, notarios y demás personas respetables. Todos los grandes amores son trágicos. Nada hay que nos haga más felices ni más desgraciados que el amor. Las personas sensatas, las ya entradas en años, huyen de él.
Somos iguales
Apuntes
El progreso: un pasito adelante y tres atrás.
Le viene a la mente esta frase: "espectro de su propia tiniebla" Le suena de algo y no sabe de qué.
Un poema en prosa de Baudelaire trata (si es que los poemas "tratan" de algo) de una mujer vieja que al acercarse cariñosamente a un niño para hacerle arrumacos le espanta con su fealdad: "Ay, para nosotros, desgraciadas viejas, ha pasado la edad de agradar incluso a los inocentes y causamos horror a los niños que quisiéramos amar" Esa estampa se titula "La desesperación de la vieja". Conocí de niño a una vieja así. Tenía la cara desfigurada por una quemadura que sufrió en su infancia. No sabía hablar, emitía una especie de gemidos. Le llamaban La mudina. La mujer se acercó para darme un beso y me aterrorizó. Baudelaire muestra el doloroso conflicto entre la fealdad física y la amabilidad del alma. Es una variación del tema de la bestia que detrás de una apariencia horrible encierra un alma generosa y llena de afecto: el Quasimodo de Víctor Hugo o el Hombre Elefante. La figura inversa es la persona de gran belleza física y alma depravada. Esta idea trastoca nuestra natural inclinación a considerar lo bello como bueno y lo feo como malo. Lucifer era un ángel bellísimo; el demonio, en cambio, es monstruoso.
La fuerza divina que empuja hacia las alturas a la Virgen en la Asunción de Tiziano. Frente a esa fuerza trascendente el despegue de un cohete espacial se queda en casi nada. Es una ley de la dinámica: acción y reacción. No existe la Gracia. El combustible es el hidrógeno líquido. La luna de Leopardi o el claro de luna de la sonata de Beethoven frente a Neil Armstrong.
Orwell, Camus y Oscar Wilde sólo vivieron 46 años. Ya les superas en edad. Cada vez te parecen más jóvenes. Aún siguen brillando y brillarán largo tiempo. Vidas breves pero muy bien aprovechadas.
Importancia de la belleza para la vida civilizada. El poder que llena de zonas verdes la ciudad y abre caminos de piedra entre árboles que respeta es un benefactor de los hombres. Espacios donde el alma se solaza. Encontrar la relación directa entre la superficie de parques y la salud mental de los ciudadanos. A más clorofila menos agresividad y estupidez. ¿Es necesariamente así? No he conocido ningún árbol que fuera estúpido, dijo un poeta.
Se derrumba la convivencia
Los efectos de estos tiempos oscuros de peste que vivimos, de abrumadora fealdad, comienzan a notarse en la conducta de cada uno de nosotros. Afloran ya sin ningún disimulo las pulsiones violentas. Guerra en las familias, guerra en el trabajo, guerra en la calle. Odio, irritación y resentimiento. Cada día que vivimos (que sobrevivimos) es una conquista. Hasta este grado de miseria hemos caído como civilización. La deshumanización es imparable, vertiginosa. No sólo España, también sucede en Europa. Como especie parecemos condenados. Hasta alivia pensar que el mundo ha empezado sin el hombre y se terminará sin él. O, como decía Foucault, que el hombre desaparecerá como se borra un rostro en la arena. Mientras eso llega (que no lo veremos nosotros) este ruido furioso, este desierto de amor, esta maldita discordia, esta procesión de espectros.
Perder el respeto
En una conferencia sobre el Ulises de Joyce dice Borges que los irlandeses fueron geniales escritores en inglés porque no se sentían obligados por la tradición inglesa. No le tenían respeto y eso les permitió desafiar ciertas convenciones que un inglés consideraría intocables. Sagrado, profano. Joyce era, en este sentido, un "profanador", se atrevió a romper moldes, a ir más lejos en la invención literaria. Lo mismo, agrega Borges, ocurre con los judíos asimilados en el ámbito germánico. Se sabe que las bases de la teoría de la Relatividad especial ya eran conocidas por varios físicos, pero sólo Einstein se atrevió a dar el paso a lo desconocido. Un caso semejante es el de Freud, que fue en su terreno tan revolucionario como Einstein. El caso de Kafka me parece significativo. No era alemán, ni checo, ni judío ortodoxo. Este desarraigo personal le permitió advertir como nadie la condición del hombre moderno: el individuo insignificante aplastado por la maquinaria burocrática. Aunque es mucho más que eso, pues su obra tan original toca la esencia metafísica de nuestra naturaleza. No sé si me explico. La física moderna, uno de cuyos padres (o madres) es Galileo, comenzó su camino refutando las teorías de Aristóteles sobre el movimiento y los cuerpos celestes. A Galileo le bastaron unas noches observando el firmamento con un telescopio para demostrar la falsedad de la cosmología del griego. En su tiempo esto era una herejía. Galileo se fiaba de los experimentos no de la autoridad; interrogaba a la naturaleza y si Aristóteles estaba equivocado peor para Aristóteles. Copérnico, claro está, sacudió los cimientos del mundo al poner al sol en el centro. No es cuestión, por tanto, sólo de talento, hace falta audacia. Otro ejemplo que se me ocurre es el de Nietzsche. Siendo un joven filólogo desafió la manera que se tenía hasta entonces de entender a los griegos. No eran sólo "noble sencillez y serena grandeza" como afirmaba Winckelmann, sino que tenían un fondo pesimista y oscuro. No sólo Apolo, sino también Dioniso. Esto chocaba con el ideal clásico helénico que tenían Goethe, Schiller o Schopenhauer. Lo resume bien el título del libro del filólogo británico E.R. Dodds Los griegos y lo irracional. Que yo sepa Nietzsche fue el primero en ver ese lado orgiástico, demente y pesimista de los antiguos griegos. Más tarde Nietzsche atacó furiosamente al Cristianismo. Hay que tener mucho coraje para atreverse, como hizo Spinoza, a someter al examen de la razón a las Sagradas Escrituras. Esto hizo Spinoza en el Tratado teológico-político. Se granjeó el odio de su comunidad religiosa, como es sabido, y fue expulsado de su seno con terribles maldiciones. Otro ejemplo: los pintores impresionistas provocaron un escándalo cuando se dieron a conocer. La obediencia no es la virtud de los descubridores. ¿Qué prejuicios morales, estéticos, científicos tendremos hoy? Que los tenemos es seguro. ¿Qué falsos ídolos existen hoy? ¿Quién se atreverá a demostrar que el rey está desnudo? Que el socialismo soviético era una patraña creo que pocos lo dudan ya. ¡Y a cuántos intelectuales engatusó! ¡Qué ciegos estaban! Una nota importante: es posible que alguno de estos audaces destructores de prejuicios fuera en su vida privada un buen padre de familia. Joyce y Freud, por ejemplo, eran así. Orwell también. Tenemos la idea de que un revolucionario es un alborotador que da voces en público. Nada es más falso que eso. Suelen ser cautos, por la cuenta que les tiene. A la mayoría de los hombres no les gusta nada que le muevan el suelo que tienen bajo los pies.
Rimbaud
Aunque cada vez me cueste más creerlo también yo fui joven. Pero cuidado, que tampoco soy viejo. Mi década prodigiosa fueron los años 90. Acababa de despedirme del deporte y comencé a interesarme, con ese fervor de los muchachos, por la literatura y la filosofía. El mundo era joven. Si había viejos los veía, pero no los sentía. Trato de recordar qué personaje encarnó para mí la juventud. Quizá me engañe, pero creo que fue Rimbaud. ¡Qué entusiasmo al leerlo! No me enteraba de nada, o de casi nada, me parece. Incluso llegué a imitar su poema El barco ebrio. Pero Rimbaud sólo hay uno. El poco francés que sé me lo enseñaron Baudelaire y Rimbaud. En 1991 se celebró el centenario de la muerte de este poeta. El poeta. A mí, que tenía 23 años, ya me dejaba atrás en juventud. Es sabido que Rimbaud dejó de escribir a los 19 años. Tengo un retrato suyo en el apartamento donde vivo, el célebre que le hizo el fotógrafo Carjat hacia 1872, un año después de la Comuna. Cara de niño frágil y asustado. Ojos claros. Era un genio auténtico aunque no supiera nada de la vida aún. Es normal. Ahí está, eternamente joven en el instante detenido. En algún momento de éxtasis llegamos a creer que podríamos ser tan grandes como él. Sueños de juventud muy nobles y muy insensatos. De su terrible agonía en un hospital de Marsella no queríamos saber nada, no la entendíamos. Ese Rimbaud moribundo y derrotado no existía. De haber vivido más, ¿hubiera sentado la cabeza? La edad nos enfría la sangre. Es ridículo pretender ser un joven perpetuo. La juventud es un testigo que cedemos, por las buenas o por las malas, a los que llegan detrás. Así se hizo desde que el mundo es mundo. Qué breve y qué luminosa fue la juventud, encanto descarado de la vida. Como decía con malicia y acierto Luis Cernuda: "poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias" Estos tiempos de peste no son para jóvenes, me parece una lástima tener veinte años hoy: no pueden salir, no pueden amarse, no pueden reunirse. Están recogidos en sus habitaciones, siempre están afuera porque están conectados. Esa es su relación con el mundo. No les culpo de nada, los compadezco. Ningún vagabundeo (no se les permite). Su capacidad de aventura, su libertad, es moneda barata. ¿A dónde irán que no haya cobertura? Pueden viajar en vuelos low cost al confín del mundo (ahora ni eso pueden) pero siguen enjaulados. Paul Nizan escribió hacia 1931 un libro desengañado sobre su viaje al mismo Adén al que huyó Rimbaud buscando al salvaje, como hizo Gaugin. A finales del siglo XIX aún era posible. En tiempos de Nizan, primeras décadas del siglo XX, esto ya era una quimera. Un Nizan hastiado regresó a la vieja Europa, como Rimbaud, entrando por el puerto de Marsella: le crecle bouclé, je vis un matin le château d'If, et devant des collines blanches, Notre-Dame-de-la-Garde. J'étais servi: les premiers emblèmes venus à ma rencontre étaint justement les deux objets les plus révoltants de la terre: une église, une prison. Iglesias ya ni quedan, están vacías. Prisiones hay, gozan de muy buena salud. Y no sólo son esos edificios siniestros. El control que se ejerce sobre nosotros, Rimbaud, es algo que ni llegaste a imaginar. ¡Buen viaje al África colonial, muchacho! ¡Huye, huye tú que pudiste!