Provocación ilusoria de un accidente mortal

Como se dice (y es verdad) todo sucede muy rápido. El tiempo pierde su fluir monótono: en décimas de segundo se comprime una vida. Unos centímetros deciden entre el susto o el impacto fatal. Se desquician los ejes de la rutina, ¡oh instante de suprema lucidez! En el amor y en la violencia el corazón late muy fuerte. ¿Qué sabor singular tendrá la muerte? Ese sabor que no se niega a nadie.

4 comentarios:

  1. Y cuando nos pegan un gran susto también late el corazón muy fuerte, cuando se hace deporte intenso, por ejemplo. Después vuelve a sus pulsaciones normales, quizás con la muerte pase lo mismo y no lo sepamos.
    Mira el corazón delator de Poe.

    Siento muchísimo tu dolor, puede que sepa así, como el dolor más fuerte y extraño.

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    1. En realidad al hablar del sabor de la muerte estoy recordando el poema de Borges que dedica a un remoto amigo suyo de Ginebra, un tal Abramowicz. Y el título de la entrada es el título de un poema de Francisco Brines. Ese cuento de Poe que indicas, también encaja.
      Un saludo!

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  2. Morir debe de ser dejar de ver, oír, etc. Es decir, haber visto algo por última vez. La bombilla de una habitación de hospital, un coche saltándose la línea continua o, con suerte, una ventana en un día claro. Nada de lo que dejemos de ver, oír, etc. por última vez tiene ningún valor. De hecho, si el momento en el que lo vemos, oímos, etc. no es el último, lo visto, oído, etc. carece del menor valor en el recuerdo. La capacidad de convertir un hecho trivial del tiempo en trascendente, acaso el de mayor trascendencia, es el atributo que me parece más enigmático de la muerte. Una definitiva epifanía que surge de la casi nada. Los barrocos («Esta es la última para muchos» esculpían bajo los campanarios) intentaron convertir el atributo de la muerte en una paradójica intensificación de los instantes de la vida.

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    1. Los barrocos le daban muchas vueltas a nuestra caducidad. Desde Quevedo a Valdés Leal.
      Un saludo, José Ángel.

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