Doy un paseo por la Calle Mayor de una ciudad castellana un domingo por la tarde. Está muy concurrida. Los comercios, cerrados. Imposible no recordar algunas escenas de "Calle Mayor" de J.A.Bardem. Llegué el día anterior y me iré el siguiente; no conozco a nadie y nadie me conoce (aquí todos se conocen). Esto me agrada y me disgusta. Nadie me espera en ningún lugar, en ningún hogar (hay unas cuantas personas que esperan que yo siga en la Tierra, eso es todo, y ninguna vive aquí). Llevo móvil pero no atiendo a sus poquísimas llamadas o whatsapp. Tal vez Nietzsche se sintió igual de solo en Turín a finales de 1888.
Sería una lástima que me fuera sin visitar a la "bella desconocida". Al anochecer me acerco a la plaza y observo la potente fábrica del edificio donde se posan muchas cigüeñas (las cigüeñas tienen -no pretendo elevar esto a la categoría de aforismo- algo entrañable y siniestro a la vez). Camino sabiendo que mañana temprano me iré de esta ciudad para no volver, es casi seguro, nunca más. Todos esos paseantes (que me recuerdan el cuadro de Munch Atardecer en la Karl Johan, ese boulevard de espectros) son contingentes, ninguno ha sido causa de sí mismo. Ninguno, ni yo tampoco, es el responsable de su propia existencia. Lo mismo podrían ser estas personas que otras. O la calle podría estar desierta (lo estará a partir de la medianoche) o no haber calle, ni ciudad, ni mundo, ni yo, ni nada. Qué futilidad, ¿no? Bueno, ya está bien de hacer el Pessoa. Cada una de estas personas lleva su drama íntimo. Algunos serán felices y no se dan cuenta; los habrá que estén cansados de su vida monótona, dando siempre el mismo paseo con su pareja, repitiendo sus fórmulas de lorito real, oprimidos por esta sociedad cerrada. Acaso quisieran huir de esta ciudad, cambiar su suerte por la mía. Cette vie est un hôpital où chaque malade est possédé du désir de changer de lit .
Tomo finalmente una calle transversal. Sin dejar de caminar me doy la vuelta y digo "adiós" en voz alta (aunque nadie me oye) a todos esos desconocidos. Cada uno de ellos es el centro del universo para sí mismo. Me alejo para siempre sospechando que ninguna de esas personas existe. Ni yo tampoco, aunque esté muy cansado. Somos el sueño de una sombra, que dijo el griego.
Me viene a la mente el "Todos ustedes parecen felices", de Ángel González.
ResponderEliminarSin duda Ángel González lo decía con ironía, un arte en el que era maestro.
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