Pocos escritores han descrito tan bien la miseria de ciertas vidas humanas. En "El abrigo" Gogol narra la historia de un hombre totalmente dominado por la maquinaria burocrática de la Rusia del siglo XIX. Es el hombre más triste de la Tierra, el más humilde e inofensivo. Naturalmente sus semejantes se burlan cruelmente de él, porque a todos nos gusta (salvo excepciones) hacer leña del árbol caído... El único suceso alegre de su vida es hacerse un abrigo nuevo con el cual soportar el clima de San Petersburgo. Quien se lo confecciona es un sastre borracho que pega a su mujer y desprecia a los alemanes. Su abrigo es la mayor felicidad que Akaki Akákievich ha conocido en la tierra. Gogol cuenta al principio los oscuros auspicios de su nacimiento, es un ser destinado a la tristeza, una vida fracasada antes de comenzar a caminar y hablar. Le espera la maquinaria del Estado, la miseria de un trabajo rutinario y esclavo (al que se entrega con pasión, si es que a Akaki Akákievich se le puede atribuir alguna pasión). Poco le dura la alegría a esta criatura, el mismo día que lo estrena, después de acudir a una fiesta (es muy tímido) unos desconocidos le roban el abrigo en la calle. Akaki Akákievich se desmorona. Vuelve muerto de frío al cuartucho donde vive. Se presenta ante un "personaje importante" como dice Gogol, pues este personaje no tiene nombre, es sólo un "personaje importante". Suplica se hagan las diligencias oportunas para recuperar el abrigo, pero el "personaje importante" le contesta con brutalidad "¿no sabe usted con quién está hablando"? Estas palabras rematan su destino. Nuestro héroe cae en la desesperación, enferma por el rigor del clima y muere en el delirio. Dice Gogol: "Akaki Akákievich fue trasladado al cementerio y enterrado. Y San Petersburgo siguió existiendo sin Akaki Akákievich, como si éste nunca hubiera vivido allí. Sencillamente, desapareció un ser humano sin dejar rastro, un ser humano a quien nadie pensó en proteger, a quien nadie tenía afecto, en quien nadie pensó interesarse, que ni siquiera llamó la atención de un naturalista de esos que nunca dejan de clavar un alfiler en una mosca ordinaria para examinarla bajo el microscopio; un hombre que aguantó mansamente las burlas e insultos de los funcionarios de su departamento y que fue a la tumba a consecuencia de un estúpido accidente".
Este maravilloso relato tiene una especie de epílogo fantástico. Gogol convierte al pobre copista en un fantasma que aterra a la ciudad, un fantasma que va robando abrigos y que se venga del "personaje importante" apareciéndose ante él y quitándole también el abrigo. La piedad y la simpatía de Gogol por su pobre héroe le otorgaron esta satisfacción póstuma.
Pero pensemos en un Akaki Akákievich que no se convirtiera en fantasma. Ya no creemos en esas cosas.
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