Con la modernidad se perdió la esperanza en la vida eterna (y el pavor al infierno). Pero somos únicos (con permiso de Hegel y Marx) y esto es lo que hace irrepetible nuestro transcurrir en el tiempo. ¿No amamos a nadie al que la muerte arrebató? ¿No vimos el caleidoscopio de su rostro, no oímos su voz, no apreciamos sus gestos, el iris de sus ojos, el misterio que encerraba? Vive esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra!
En el siglo XIX aparecen las masas. En el XX se desarrolla esta tendencia. Surge el "se" impersonal, el "tú" abstracto de la publicidad, el sujeto pasivo del fisco, el objeto que graban las cámaras y al grabar lo cosifican. La vida ya no vive. Todo esto arrastra por tierra ese valor infinito (digamos infinito) que tendría un individuo; el carácter de cada ser, irreductible a todo. Nuestra vida cotidiana es una inmersión poderosa en el océano de la insignificancia: se nos dice de mil modos que, como individuos, no valemos nada, que somos prescindibles. Importa el drama: los actores son circunstanciales. La TV sigue encendida cuando todos están muertos en la casa. El hormiguero de la gran ciudad. Los muertos anónimos de los sucesos. La Babel de un aeropuerto. Groenlandia totalmente asfaltada y con arbolitos cada cinco metros. La megalópolis planetaria. Los vastos cementerios bajo la luna.
Todo lo que llega a ser quiere permanecer siendo (el conatus, de Spinoza); ahora bien, los hombres tenemos, si esto es así, un enemigo terrible: la muerte. Porque si la muerte significa la aniquilación total de nuestra persona, entonces, ¿qué broma es ésta? Maldita la gracia. Es para poner el grito en el cielo. "Porque si los muertos no resucitan, ni Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe, aún estáis en vuestros pecados. Y hasta los que murieron en Cristo perecieron. Si sólo mirando a esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de los hombres" Esto escribió San Pablo. En el libro sobre la Trinidad dice San Agustín, con su pasión y elocuencia: "Y si quieren ser dichosos, sin duda no anhelan que su dicha se esfume y perezca. Sólo viviendo pueden ser felices; por consiguiente, no ansían que su vida fenezca. Luego todo el que es verdaderamente feliz o desea serlo, quiere ser inmortal. No vive en ventura quien no posee lo que desea. En conclusión, la vida no puede ser verdaderamente feliz si no es eterna". ¡La vida eterna! Comparado con esto las ambiciones de la ciencia -que es una empresa admirable- parecen muy pobres, y la ciencia es la diosa de nuestro tiempo. Esta afirmación puede ponerse en duda: la diosa de nuestro tiempo es la economía; es decir, una miseria. Muy bien: aquello de la inmortalidad era un cuento chino. Ahora serán los chinos los que nos cuenten otro cuento: cómo se construye una gran potencia económica que nos ponga a todos de rodillas.
Pascal dijo: "me parece bien que no se profundice en la opinión de Copérnico pero esto... importa para toda la vida saber si el alma es mortal o inmortal" Pascal estaba en una encrucijada. Tomó el camino que terminó llenándose de maleza.
Prefiero no ser inmortal. La muerte nos iguala a dios, es decir, a la nada.
ResponderEliminarDios es la nada. Creo que eso dijo el maestro Eckhardt, el místico medieval.
EliminarMuy bueno !!!!!
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