Como todo el mundo sabe los que anuncian el fin del mundo son unos optimistas. Lo malo del mundo es que no se acaba. De producirse no sería toscamente, como la colisión de un asteroide que redujera este planeta a cenizas. Hemos perdido el pánico a la guerra atómica. Acaso vendría "con pisadas de gato" como decía un poeta polaco. No con un estallido, sino con un gemido. Una grieta que se abre en el hielo del Ártico o la conjunción de tres o cuatro gobernantes especialmente imbéciles; aunque bastaría uno, suficientemente poderoso y demente, para echarlo todo a perder. Todo se viene abajo, ¿no es cierto? Bien resistente es la máquina del mundo si no la hicieron pedazos ni Hitler ni Stalin ni los miles de asesinos anónimos que colaboraron con entusiasmo con ese par de monstruos, perpetrando toda clase de atrocidades.
¿Habrá sentimiento más frecuente que el temor -y el secreto deseo- de que se acabe el mundo? En el excelente libro de E.R. Dodds Paganos y cristianos en una época de angustia se mencionan una serie de pasajes de escritores antiguos que destacan la vanidad de la existencia, la comedia de la vida, su absurdo insensato: Platón, Marco Aurelio, Plotino, San Agustín, Palladas, Cipriano, Arnobio. El erudito Dodds cita a Orígenes: "Esta ancha y maravillosa creación del mundo... ha de debilitarse necesariamente antes de fenecer. De ahí que la tierra será más frecuentemente sacudida por los terremotos, mientras que la atmósfera se volverá pestilente, engendrando una malignidad contagiosa". Atmósfera pestilente. ¿Conoció el teólogo alejandrino el cambio climático? Aquellos cristianos del siglo IV, dice Dodds, afirmaban esta visión pesimista por el hecho de creer que el mundo estaba abocado a una próxima destrucción. Hay paralelismos entre aquella época y la nuestra: entre el siglo IV y estos tiempos. Una época de angustia, la llama Dodds. Nunca hemos vivido mejor, se dice. Pero eso es estadísticamente, o sadísticamente más bien. Que vamos hacia atrás es evidente, hay un regreso patente a algo parecido a la barbarie. La vida se vuelve hostil, amarga, desagradable para muchísimas familias. La esperanza de vida nunca ha sido tan larga. La medicina, la higiene pública, el cuidado de la seguridad son factores decisivos. Pero no le llamemos "esperanza de vida" si tenemos que trabajar hasta los 75 años. No se trata de alargar la vida, sino de ensancharla. La verdad es que tenemos que ser miserables y lo somos. Duremos los años que duremos.
Lo malo no es que se termine el mundo sino que no se acaba. ¿Nunca cesará esta agonía? O siendo menos tremendos: este malestar. Sobrevivir acosado por facturas, matándose a trabajar, sin vacaciones, buscando un empleo, en condiciones precarias no es ya una excepción, como todo el mundo sabe. Cada vez son más las personas que caen en el pozo de la pobreza, los trabajadores pierden derechos adquiridos, los recursos naturales se agotan, la angustia de la falta de dinero oprime cada vez a más familias. Esta sociedad de consumo es una selva. Los jóvenes son los nuevos esclavos. Cuando la necesidad material y cruda aprieta no hay "buenos sentimientos" ni humor, ni tiempo para gozar los bienes de la cultura. No se puede uno permitir ese lujo. Antes de disfrutar y humanizarnos con Mozart, con Cervantes o con Venecia necesitamos tener la barriga llena, un mínimo de bienestar material. Los que gozan de una situación desahogada no tienen en cuenta esto, aunque se quejen por un arañazo y les corteje la melancolía. Los pobres no tienen moral, la virtud no es posible si falta el dinero. Lo dijo muy bien Bertolt Brecht: "primero viene la comida, luego la moral". Woyzeck, en el drama de Büchner, le dice al capitán que en el cielo los pobres como él ayudarán a tronar empujando las nubes. Una situación desesperada que se repite de nuevo cuando creíamos que habíamos dejado atrás las tonterías del pasado. Pues no señor. Muchos luchan hoy a brazo partido para sobrevivir un día más entre nosotros. Todo pasa a ser secundario si falta el dinero. Vuelven los explotados, los woyzecks, los canallas, los lazarillos, los esbirros de este orden económico y social que se desintegra. La pobreza rebaja al crimen, dijo Chamfort uno de esos moralistas franceses tan agudos e inteligentes.
¿Habrá sentimiento más frecuente que el temor -y el secreto deseo- de que se acabe el mundo? En el excelente libro de E.R. Dodds Paganos y cristianos en una época de angustia se mencionan una serie de pasajes de escritores antiguos que destacan la vanidad de la existencia, la comedia de la vida, su absurdo insensato: Platón, Marco Aurelio, Plotino, San Agustín, Palladas, Cipriano, Arnobio. El erudito Dodds cita a Orígenes: "Esta ancha y maravillosa creación del mundo... ha de debilitarse necesariamente antes de fenecer. De ahí que la tierra será más frecuentemente sacudida por los terremotos, mientras que la atmósfera se volverá pestilente, engendrando una malignidad contagiosa". Atmósfera pestilente. ¿Conoció el teólogo alejandrino el cambio climático? Aquellos cristianos del siglo IV, dice Dodds, afirmaban esta visión pesimista por el hecho de creer que el mundo estaba abocado a una próxima destrucción. Hay paralelismos entre aquella época y la nuestra: entre el siglo IV y estos tiempos. Una época de angustia, la llama Dodds. Nunca hemos vivido mejor, se dice. Pero eso es estadísticamente, o sadísticamente más bien. Que vamos hacia atrás es evidente, hay un regreso patente a algo parecido a la barbarie. La vida se vuelve hostil, amarga, desagradable para muchísimas familias. La esperanza de vida nunca ha sido tan larga. La medicina, la higiene pública, el cuidado de la seguridad son factores decisivos. Pero no le llamemos "esperanza de vida" si tenemos que trabajar hasta los 75 años. No se trata de alargar la vida, sino de ensancharla. La verdad es que tenemos que ser miserables y lo somos. Duremos los años que duremos.
Lo malo no es que se termine el mundo sino que no se acaba. ¿Nunca cesará esta agonía? O siendo menos tremendos: este malestar. Sobrevivir acosado por facturas, matándose a trabajar, sin vacaciones, buscando un empleo, en condiciones precarias no es ya una excepción, como todo el mundo sabe. Cada vez son más las personas que caen en el pozo de la pobreza, los trabajadores pierden derechos adquiridos, los recursos naturales se agotan, la angustia de la falta de dinero oprime cada vez a más familias. Esta sociedad de consumo es una selva. Los jóvenes son los nuevos esclavos. Cuando la necesidad material y cruda aprieta no hay "buenos sentimientos" ni humor, ni tiempo para gozar los bienes de la cultura. No se puede uno permitir ese lujo. Antes de disfrutar y humanizarnos con Mozart, con Cervantes o con Venecia necesitamos tener la barriga llena, un mínimo de bienestar material. Los que gozan de una situación desahogada no tienen en cuenta esto, aunque se quejen por un arañazo y les corteje la melancolía. Los pobres no tienen moral, la virtud no es posible si falta el dinero. Lo dijo muy bien Bertolt Brecht: "primero viene la comida, luego la moral". Woyzeck, en el drama de Büchner, le dice al capitán que en el cielo los pobres como él ayudarán a tronar empujando las nubes. Una situación desesperada que se repite de nuevo cuando creíamos que habíamos dejado atrás las tonterías del pasado. Pues no señor. Muchos luchan hoy a brazo partido para sobrevivir un día más entre nosotros. Todo pasa a ser secundario si falta el dinero. Vuelven los explotados, los woyzecks, los canallas, los lazarillos, los esbirros de este orden económico y social que se desintegra. La pobreza rebaja al crimen, dijo Chamfort uno de esos moralistas franceses tan agudos e inteligentes.
En cuanto al fin del mundo baste decir que será muy modesto y está asegurado. Se produce en nuestra muerte individual. Adiós, mundo. Estalló la pompa de jabón. Nada se detiene, nadie es imprescindible y finalmente todo se olvida: e se ne porta il tempo ogni umano accidente. (No sé para qué escribo cosas tan evidentes, pero en fin, en algo hay que pasar el tiempo, pues la verdad es que me aburro muchísimo). Eso será cuando encontremos cada uno de nosotros el "pequeño fin en el inconmensurable caos de lo vulgar" como dijo muy requetebién el dramaturgo Christian Drietrich Grabbe de uno de sus personajes.
Bendito aburrimiento.
ResponderEliminarEl "aburrimiento profundo" (B.Ch.Han dixit, y no sé si también W.Benjamin, al que cita Han) es nuestro último lujo, nuestro verdadero refugio. Lo único que nos salva de la autoesclavitud, de la autoexplotación, de este auto-infringirse todos los males del mundo en que hemos venido a caer. Y contra quién nos sublevaremos?Porque claro que vuelven los explotados, pero, como sostiene el sr. Han, somos tan desgraciados que ya ni necesitamos de explotador ajeno.
...empujadores de nubes. Tendrá que haber un cielo para los pobres y otro para los ricos. Para compartirlo sería necesario mucho olvido, campos enteros de esas flores que decían los griegos.
Saludos
anónima
Cuánto fatalismo.
ResponderEliminarEso no es nada. Si tú supieras...
ResponderEliminarPerdón por la falta, somos tan desgraciados y tan burros que ya ni sabemos lo que decimos...
Aquí nadie "infringe" nada, que somos todos la mar de cumplidores.
Más saludos.