El peso de la sociedad es tan avasallador que apenas queda margen de acción para el individuo. Nos arrastra la corriente. Si el individuo no es ciudadano, sino consumidor, como sucede en nuestros días, sólo vale en la medida en que pague gasolina, recibos de luz, seguro, hipotecas, facturas de teléfono, gastos escolares, el pan nuestro de cada día, etc etc. Un error que me parece fundamental señalar es el error de creer que con esfuerzo lograremos lo que nos propongamos. Esto es totalmente falso. Sería como si una piedra creyera que cae por propia voluntad, cuando es la fuerza de la gravedad la que la impulsa. Las condiciones sociales, la familia, la época, los golpes de destino, nuestro carácter (que no escogemos) nos condicionan de una manera decisiva. Frente a esto bien poco podemos hacer. Esto no es derrotismo, sino lucidez. Preferimos engañarnos, o mejor dicho, nos engañan con ese camelo. Descubrir ese error tiene algo que consuela. Nuestras fuerzas son limitadas. La vida es una cruda lucha por la supervivencia para cientos de millones de casi personas. La pobreza oprime y como se sabe cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana.
El azar determina la inmensa parte de nuestra vida. Es un azar nacer. Es una lotería tener o no tener talento. ¿Por qué la naturaleza hace a unos tontos y a otros listos? ¿A unos fuertes y a otros débiles? ¿A unos vivos y a otros apáticos?
Si no sabemos quiénes somos, a dónde vamos ni de dónde venimos, poco más podemos hacer que soportar los caprichosos giros de la Fortuna. Para una persona con suerte (trabajo, familia, dinero) es fácil la virtud y el equilibrio. El afortunado cree, por vanidad, que su felicidad y su virtud se deben a su propio mérito. Y así camina ufano por el mundo, creyéndose invulnerable, mirando por encima del hombro a tantos desgraciados. No, amigo: si tienes una familia ordenada, dinero suficiente, buenas condiciones de vida, es, sobre todo, porque el Destino no te ha mirado con sus ojos verdes y tenebrosos.
Construir una vida digna como una zanahoria requiere grandes dosis de sensatez, anfetaminas y desparpajo. ¿Exigirnos mucho? No creo que "si te esfuerzas lo suficiente conseguirás lo que te propongas". ¡Falso! La Fortuna tiene casi siempre (concedamos un margen para no desesperar) la última palabra.
Somos huéspedes fugaces en este mundo extraño, marionetas de la suerte. ¿Quién nos conoce? Lo decía Unamuno: "toda vida a la postre es un fracaso". Pues sí, fracasaremos todos, ¿y qué? ¿Fracasan los gorriones, las medusas, las arañas, las piedras? ¿Qué son el éxito y el fracaso? Un par de impostores. Mejor será que modere mi ambición, que la acomode a la pequeñez de mis fuerzas. ¡Qué minúscula se ha quedado! ¡Qué arrugada! Dejo de divagar. El asunto me supera.
El azar determina la inmensa parte de nuestra vida. Es un azar nacer. Es una lotería tener o no tener talento. ¿Por qué la naturaleza hace a unos tontos y a otros listos? ¿A unos fuertes y a otros débiles? ¿A unos vivos y a otros apáticos?
Si no sabemos quiénes somos, a dónde vamos ni de dónde venimos, poco más podemos hacer que soportar los caprichosos giros de la Fortuna. Para una persona con suerte (trabajo, familia, dinero) es fácil la virtud y el equilibrio. El afortunado cree, por vanidad, que su felicidad y su virtud se deben a su propio mérito. Y así camina ufano por el mundo, creyéndose invulnerable, mirando por encima del hombro a tantos desgraciados. No, amigo: si tienes una familia ordenada, dinero suficiente, buenas condiciones de vida, es, sobre todo, porque el Destino no te ha mirado con sus ojos verdes y tenebrosos.
Construir una vida digna como una zanahoria requiere grandes dosis de sensatez, anfetaminas y desparpajo. ¿Exigirnos mucho? No creo que "si te esfuerzas lo suficiente conseguirás lo que te propongas". ¡Falso! La Fortuna tiene casi siempre (concedamos un margen para no desesperar) la última palabra.
Somos huéspedes fugaces en este mundo extraño, marionetas de la suerte. ¿Quién nos conoce? Lo decía Unamuno: "toda vida a la postre es un fracaso". Pues sí, fracasaremos todos, ¿y qué? ¿Fracasan los gorriones, las medusas, las arañas, las piedras? ¿Qué son el éxito y el fracaso? Un par de impostores. Mejor será que modere mi ambición, que la acomode a la pequeñez de mis fuerzas. ¡Qué minúscula se ha quedado! ¡Qué arrugada! Dejo de divagar. El asunto me supera.