Leo un libro de Albin Lesky sobre la Tragedia Griega. Confieso que no acierto a representarme sus representaciones (no han dejado grabaciones). Creo que los dramas de Esquilo, Sófocles y Eurípides eran aptos para todos los públicos y que aquellos hombres de Atenas estaban más cerca de las raíces de nuestra naturaleza; los ciudadanos asistían a las funciones conociendo la trama. Era el espectáculo de la ciudad: inteligible, unitario. Los poetas orientaban la política, aludían a sucesos locales conocidos de todos y se elevaban a lo universal. Aristóteles dijo que la tragedia produce compasión y horror. Ante las desgracias de Edipo, de Orestes o de Medea el público ateniense retrocedía en sus asientos, se agitaba, se enfurecía y lloraba. El arte de estos dramaturgos lo sacaba de sus casillas. Toda sociedad necesita una función colectiva en la que desahogar sus demonios. ¿Cuál es la nuestra? Nosotros no somos ciudadanos de ninguna polis; somos masa, un ente macrocéfalo que busca entretenerse, no purificarse. ¿De qué te ríes, Aristófanes?
Hoy en día el colectivo se enumera como cuerpos que ocupan ese espacio viendo la obra no como individuos inteligentes a los que se debe respetar.
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