El viernes pasado tuve el gusto de presentar en el Antiguo Instituto de Gijón el libro La victoria en la derrota de José Luis Sevillano. Y más o menos, con las concesiones a la oralidad pertinentes, esto es lo que se dijo:
Si hay una escritura nocturna y una escritura
diurna (creo que esta distinción es de Ernesto Sábato) José Luis Sevillano
pertenece al grupo de los nocturnos. Muchos de sus poemas tienen como escenario
la noche: la noche del insomne o del juerguista. Un poema del libro,
titulado "Desvelo", dice: “Hasta la almohada/ no soporta la carga/ de mi
conciencia”. La noche es propicia para
convocar fantasmas, para evocar recuerdos, para realizar conjuros y para sentir
más intensa la presencia de la muerte. Muchos de los poemas de La victoria en la derrota tratan de la
muerte. En uno de ellos se dice con rotundidad: “la vida es un trayecto hacia
la tumba” Frente a la muerte Sevillano no muestra patetismo (Sevillano nunca
pierde la elegancia) se encara con ella, como en el final de “Alejándome del
correlato objetivo” o en “Una tarde en Hydra” donde le dice: “Llévame te he
vencido, esta es mi prueba”. La prueba es el recuerdo de unas horas felices.
Sevillano es nocturno pero no enciende la luz
eléctrica; prefiere escribir a la luz de una vela porque descree de las
vanguardias -las ya viejísimas vanguardias- o por lo menos no las practica. No
tiene nada de surrealista. Hay autores que escriben a la luz de una vela, otros
escriben a la luz de un fluorescente y los hay que escriben a la luz de los
focos de un estadio de fútbol. La vela a cuya luz escribe Sevillano es la Tradición
cuya frágil llama siempre está amenazada. Sevillano ha contribuido con este
libro a que esa tradición no se extinga, a que la llama se mantenga viva: con
esto me refiero a su actitud frente a la literatura.
Este es el primer libro de Sevillano, pero no
es un libro primerizo. Es consciente de su aprendizaje, como señala
explícitamente el poema Glosa a un poema
primerizo donde dice con humor y modestia que el humo de la pipa se le ha
subido a la cabeza por haber escrito unas palabras pretenciosas sin misterio ni
enigma. Increpándose a sí mismo demuestra que ha superado la simplicidad del
principiante. Esa distancia obedece a una madurez. No se ha dado prisa en
publicar, lo que siempre es de agradecer. Sevillano no se muere por formar
parte del club de los poetas jóvenes, muy antologizables, que tantas glorias
fugitivas ha conocido y conocerá. Su libro sale cuando ha rebasado la
treintena. Es un libro maduro.
Todo buen poeta es un mejor lector de poesía.
Detrás de La victoria en la derrota se
adivinan muchas horas de lectura solitaria y muchas horas de apasionada
conversación con amigos y compañeros de estudio; esos amigos igualmente
embriagados por el veneno poético para los que la literatura es una pasión y no
una asignatura.
Sevillano es sobre todo un excelente lector de poesía y además un generoso y
agradecido lector. Si hay poetas que prefieren ocultar sus influencias,
enmascarar a sus maestros, Sevillano hace todo lo
contrario: los exhibe con gusto, hasta con descaro. En el blog que mantiene, Anaqueles polvorientos, he leído esta
confesión suya: “detesto las disputas literarias”. Como digo, uno de los rasgos
de Sevillano es la elegancia, creo que ve esas peloteras, que sólo interesan a
cuatro vanidosos, como la batalla de las ranas y los ratones. Salvo que los enemigos sean Góngora y Quevedo, claro.
¿Qué rasgos presenta la poesía de Sevillano? Sus
preferencias lo declaran. Su poesía es clara, sentenciosa, clásica. No es
casualidad que se encuentren varios epitafios en el libro. No trata del tiempo presente pero
toca asuntos eternos: la muerte, el amor, la soledad. En sus poemas Sevillano
trata de inventarse a sí mismo o, más bien, trata de saber quién es. Sevillano
es un mitómano, como su predilecto Juan Luis Panero. A su panteón entran pocos,
pero escogidos.
Está claro que se encuentra muy a gusto con
los poetas ingleses y que sería feliz charlando con una pinta de cerveza y una
pipa en un pub de Oxford (yo creo que es más de Oxford que de Cambridge). Que
Sevillano sea un declarado fumador de pipa no lo considero en absoluto un dato menor. El humo de la pipa, que invita a la meditación pausada,
está presente en muchos de sus poemas. Para empezar en la cita de Coleridge: o coronas del humo de una pipa… Fumar en
pipa es para Sevillano una forma de entender el mundo y un ritmo de lectura.
Que este libro está perfectamente construido,
que tiene una arquitectura, lo demuestran la Oda a Juan Luis Panero, que es el eje del libro, y el último poema Termópilas que
pertenece a la sección griega El mármol
del recuerdo. La piedra como símbolo de lo que resiste a la ciega destrucción
del tiempo. Los tres últimos versos dicen: La
lección de los griegos vivirá / esculpida en la lápida del tiempo: / alcanzar
la victoria en la derrota. El último verso del último poema es el título
del libro. Un final redondo. Lo que Sevillano brinda al lector no es sólo un
conjunto de versos: es también una lección moral.
Estuve en la prentación y me atrevería a decir que fue una gran presentación por ambos lados. Alba nos despejó el camino hasta la librería para comprar el poemario de Sevillano.
ResponderEliminarPor otro lado Sevillano acertó al leer la obra de sus poetas preferidos que le acompañan, con su pipa en mano, en sus noches creadoras.
Saber los poetas que te gustan definen tu personalidad mejor que las palabras que rebuscas para hacerte ver