Un poema de Ted Hughes


ODIABAS ESPAÑA
                                       España te asustaba. España
donde yo me sentía como en casa. La luz sanguinolenta,
las caras de anchoa aceitosa, los perfiles negroafricanos
de todas las cosas te asustaban. En cierto modo
tu educación escolar había descuidado España.
La reja de hierro forjado, la muerte y el tambor árabe.
Desconocías el idioma, tu alma estaba vacía
de signos, y la luz fundidora
había debilitado tu sangre. El Bosco
te tendió su pata de araña y tú la asiste tímida
como una adolescente americana.
Observaste la mueca fúnebre de Goya
y la reconociste, luego retrocediste estremeciéndote
igual que tus poemas en su escalofrío, como tu pánico
volvía a aferrarse al college en Estados Unidos.
Como buenos turistas asistimos a una corrida
viendo toros aturdidos, torpemente masacrados,
viendo al torero de cara gris, en la barrera
justo debajo de nosotros, enderezando el estoque,
vomitando su miedo. Y el cuerno
que se hundió en el vientre de moscardón
del picador derribado ya perforó entonces
lo que aguardaba por ti. España
era la tierra de tus sueños: el cadáver rojo-polvo
con el que temías despertar, las amputaciones
que ningún curso de literatura pudo embellecer.
La tierra del yuyu tras tus labios africanos.
España era aquello de lo que intentabas despertar
y no podías. Te veo aún, a la luz de la luna,
paseando por el muelle vacío de Alicante
como un alma que espera la barca de Caronte,
un alma nueva que no comprende todavía,
pensando que sigues en tu luna de miel
en un mundo feliz, con toda la vida por delante,
feliz, y todos tus poemas por hallar.

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