ODIABAS ESPAÑA
España
te asustaba. España
donde yo
me sentía como en casa. La luz sanguinolenta,
las caras de anchoa aceitosa, los perfiles negroafricanos
de todas
las cosas te asustaban. En cierto modo
tu educación
escolar había descuidado España.
La reja
de hierro forjado, la muerte y el tambor árabe.
Desconocías
el idioma, tu alma estaba vacía
de
signos, y la luz fundidora
había
debilitado tu sangre. El Bosco
te
tendió su pata de araña y tú la asiste tímida
como una
adolescente americana.
Observaste
la mueca fúnebre de Goya
y la
reconociste, luego retrocediste estremeciéndote
igual
que tus poemas en su escalofrío, como tu pánico
volvía a
aferrarse al college en Estados Unidos.
Como
buenos turistas asistimos a una corrida
viendo toros
aturdidos, torpemente masacrados,
viendo
al torero de cara gris, en la barrera
justo
debajo de nosotros, enderezando el estoque,
vomitando
su miedo. Y el cuerno
que se
hundió en el vientre de moscardón
del
picador derribado ya perforó entonces
lo que
aguardaba por ti. España
era la
tierra de tus sueños: el cadáver rojo-polvo
con el
que temías despertar, las amputaciones
que
ningún curso de literatura pudo embellecer.
La
tierra del yuyu tras tus labios africanos.
España
era aquello de lo que intentabas despertar
y no
podías. Te veo aún, a la luz de la luna,
paseando
por el muelle vacío de Alicante
como un
alma que espera la barca de Caronte,
un alma
nueva que no comprende todavía,
pensando
que sigues en tu luna de miel
en un
mundo feliz, con toda la vida por delante,
feliz, y todos tus poemas por hallar.
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