Por el telescopio James Webb mira el ojo de la Humanidad. Creo que hasta miran por él los innumerables muertos, hasta Adán, y los aún no nacidos. Las primeras imágenes captan un área del universo tan grande como un grano de arena sujeto entre los dedos con el brazo extendido. Esa imagen es un caleidoscopio de galaxias remotísimas formadas hace unos 13 mil millones de años. Todo esto es más que colosal y abrumador: no hay palabras para describir semejante barbaridad. Una vez fuimos el centro del universo. Decía Pascal que el silencio eterno de los espacios infinitos le estremecía. Pues bien, si nosotros conocemos el océano Pacífico, Pascal conocía del universo, en comparación con nosotros, la orilla de la playa. ¿Hay que admirarse ante esa inmensidad? ¿Cómo reaccionar? Entusiasmo, asombro, pataleo, aullidos, reverencia, silencio. Por falta de imaginación tal vez no sale uno a la calle desnudo con una foto del James Webb en las manos. ¡Ante eso qué importa cualquier cosa! Quién puede saber de dónde venimos y a dónde vamos. Para darse coraje nada mejor que tener presente esas fotos del universo. Joe Biden presenta las imágenes del telescopio James Webb y habla de la grandeza del pueblo americano. ¿Es idiota o qué? No ha comprendido nada. Habla, claro está, como el presidente de su país. Mira de reojo a sus enemigos rusos y a sus competidores chinos. Lo infinitamente pequeño sale de su boca.
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