Qué extraño y melancólico paseo en una tarde de domingo por las calles desiertas del puerto y por la orilla del mar. Una larguísima caminata con el sol bajo en un día despejado y frío de enero. En algún momento, al lado de la industria de zinc, cerca de los muelles, con edificios en ruinas, carteles borrados por el tiempo de lo que fue un restaurante, la larga sombra de los edificios vacíos, parecía como si uno estuviera en un cuadro de De Chirico o en la película "El desierto rojo" de Antonioni. Detrás de las dunas las chimeneas de la industria química (columnas salomónicas), los tanques de ácido sulfúrico. Hay belleza en ese paisaje industrial, decadente y mortífero. Un bosque de torres de alta tensión, una sala de fiestas abandonada, naves industriales; entre los matorrales un vertedero de basura. Dos buques que pasan cerca de la costa y no entrarán en puerto. Descampados donde tantas parejas se entregaron a un amor furtivo.
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