Stifter y el eclipse

Recuerdo ahora a Adalbert Stifter, el escritor austríaco de aquel período llamado "Biedermeier". Stifter escribió una larga Bildungsroman que es insólita por muchas razones. Stifter es un gran escritor, lástima que en España apenas se le conozca. Esta novela es la historia de un muchacho y de su formación. Narra minuciosamente el desarrollo armónico de su personalidad, siguiendo el modelo ideal de Wilhelm von Humboldt. Todo es decencia y orden. Nada es obsceno o envilecedor. Su héroe, un adolescente, no tenía acceso a la pornografía desde su móvil. (A Stifter esta posibilidad le hubiera parecido espantosa). El chico crece en armonía con el medio, educando su sensibilidad y su inteligencia. No hay conflicto ninguno, todo es perfecto. Ningún contratiempo, ni la envidia, ni la violencia, ni la fatalidad interrumpen su progreso. En este bajo mundo esto, desde luego, no sucede. Siempre se cruza algún enemigo, algún percance, algún accidente. La verdadera literatura es fundamentalmente trágica, o por lo menos no deja de lado los avatares de la fortuna. A pesar de esto "Verano tardío" es una espléndida novela y por ella merece Stifter un puesto notable en la literatura. 
Stifter escribió un breve texto sobre un eclipse total de sol del que fue alucinado testigo. Aconteció el 8 de junio de 1842. Cuenta que subió a una colina de Viena para observar el fenómeno. Hay un sentimiento religioso en su descripción, asiste a lo sublime: las tinieblas en pleno día. La naturaleza, por unos segundos, queda en suspenso; el mundo en oscuridad. Stifter comprende las razones del fenómeno, la luna se interpone, etc. pero con todo se maravilla. Su texto es una plegaria. Mientras lo leía recordé otro fenómeno no menos aterrador y poderoso, pero no producido por la naturaleza sino por el hombre. Ocurrió el 16 de julio de 1945 en el desierto de Nuevo México. Los testigos de la explosión estaban sobrecogidos. Stifter, en aquella colina de Viena, se sintió aniquilado por la majestad divina. Qué hubiera sentido este amable escritor, al que horrorizaba el lado oscuro de la vida, si estuviera aquel amanecer junto a Oppenheimer y sus colegas.

Lucia de Lammermoor

Empieza la función. Suena la orquesta. Aparecen los personajes. Se suceden las arias. La mujer enamorada del enemigo de su familia, se juran amor eterno. El hermano de ella, Enrico, se opone. Lucía tendrá que ser de Arturo, no de Edgardo. Ella se desespera, se rebela, es inocente; lo que no lograría por la fuerza su hermano lo consiguen los sutiles argumentos del clérigo Raimundo. Noche de bodas en las tierras altas de Escocia. Castillos, naturaleza salvaje. La sociedad celebra la feliz unión. El horror estalla: Lucía asesina a su marido en el lecho nupcial (sin duda antes de que se consumara la unión) y se vuelve loca. O al revés, se vuelve loca y asesina a su esposo. La escena de la locura: la voz de Lucía y una flauta sonando las mismas notas. Edgardo se entera de la boda, maldice a Lucía. En ese momento la familia de ella le comunica lo que sucede: Lucía está agonizando, ha perdido el juicio. Se oye el tañido funeral de una campana. Lucía ha muerto. Edgardo comprende que ella siempre le amó, que le ha sido fiel y, desesperado, se apuñala. Telón. 
      Con ese argumento todavía hay gente que va a la ópera a lucir su posición social en la pequeña ciudad de provincias. Ni que fuera el teatro de Weimar.
    Esta ópera de Donizetti tuvo una ilustre y muy digna espectadora: Madame Bovary. 

Indiferencia

Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia. Alguien es espectador de la lucha de otro individuo por su vida, le arrastra la corriente de un río, huye de sus enemigos. Es la tercera vez que ve esa escena (en el cine, naturalmente) y se sorprende a sí mismo: se da cuenta de que no se emociona como la primera vez. Asiste a esa lucha agónica sin inmutarse, y no es que mire sus zapatos en lugar de la pantalla. Y se siente deshumanizado. 
Acaso alguien tiemble de amor por una persona y, sin embargo, esa persona no le corresponde: es un muro, una piedra. Amor ch'a nullo amato amar perdona... decía Dante. El verso es admirable, pero no es cierto. 
Parece, piensa entonces el espectador generalizando su apatía, que muy pocas personas a lo largo de nuestra vida pueden alcanzar nuestro corazón. Los pocos seres que de verdad quisiste, dijo un poeta. Se nos ofrecen todos los días sucesos, catástrofes, tragedias, víctimas. Pero seguimos comiendo. No puede ser de otra forma, de lo contrario la vida sería insoportable. Estadísticas, nada más. Algo abstracto. La falta de imaginación es responsable de muchos padecimientos. No sabemos lo que es hasta que nos toca. Como decía una canción de The Smiths: I've seen this happen in other people's lives and now it's happening in mine. 
La vida no se detiene, como ese reloj que quedó parado en la estación rusa a la hora en que murió Tolstoi. La muerte de Ivan Illich rebosa de asco hacia la mendacidad que nos domina. Así la muerte de un semejante se convierte en farsa. 
Los poetas hablan de estas cosas. Szymborska, "Entierro":

"Tan de repente, quién lo hubiera dicho"
"los nervios y el tabaco, yo se lo advertí"
"más o menos, gracias"
"desenvuelve estas flores"
"su hermano también murió del corazón, seguramente es de familia"
"con esa barba nunca le hubiera reconocido a usted"
"él tiene la culpa, siempre andaba metido en líos"
"he de hablarle pero no lo veo"
"Casimiro está en Varsovia, Tadeo en el extranjero"
"tú sí que eres lista, yo no pensé para nada en el paraguas"
"qué importa que fuera el mejor de ellos"
"es un cuarto de paso, Bárbara no estará de acuerdo"
"es cierto, tenía razón, pero eso no es motivo"
"barnizar la puerta, adivina por cuánto"
"dos yemas, una cucharada de azúcar"
"no era asunto suyo, por qué se metió"
"todos azules y sólo números pequeños"
"cinco veces, y nunca contestó nadie"
"vale, quizá yo haya podido, pero tú también podías"
"menos mal que ella tenía ese empleo"
"no lo sé, tal vez sean parientes"
"el cura, un verdadero Belmondo"
"no había estado nunca en esta parte del cementerio"
"soñé con él hace una semana, fue como un presentimiento"
"mira qué guapa la niña"
"no somos nadie"
"denle a la viuda de mi parte... tengo que llegar a"
"y sin embargo en latín sonaba más solemne"
"se acabó "
"hasta la vista, señora"
"¿qué tal una cerveza?"
"llámame y hablamos"
"con el tranvía cuatro o con el doce"
"yo voy por aquí"
"nosotros por allá"

¿Es así?

Cuanto más tiempo paso en este mundo más idiotas me parecen los humanos (me incluyo en el grupo). Siempre fue así, imagino. No han cambiado la digestión, ni la respiración, ni la elegante forma que tenemos de reproducirnos. Es irremediable. Somos una broma de la naturaleza. Un chiste amargo. Pobre del inocente, del que no ve la maldad o el desprecio detrás de la sonrisa.

Un poema de Jesús Aller

La facultad de Geología de Oviedo es una cantera de notables escritores. Además del poeta Jesús Aller (Gijón, 1956) contamos con el escritor y erudito Jorge Ordaz, del que ya se ha hablado en este blog. Aquí un poema (soneto inglés) de Los libros muertos, KRK, (2019) de Jesús Aller. Un libro de 210 poemas, escrito a edad madura pero de espíritu juvenil, por rebelde e idealista, quijotesco (en el mejor sentido de la palabra) que contagia energía. Algo de lo que estamos muy faltos. 
 
Las rocas
 
Actúan de gloriosas secundarias
en los westerns y asoman por doquier,
forman la Tierra y si las sabes ver
cuentan cosas sin duda extraordinarias.
 
En sus archivos pétreos gigantes
la biografía del mundo te va a hablar
de continentes nómadas del mar,
como nubes en el azul errantes;
 
contemplarás paisajes del pasado:
rojos desiertos, bosques lujuriantes,
y despojos de ancestros inquietantes
de todo lo que late en tu costado.
 
Son espléndidas madres de la vida,
aunque finjan pobreza desvalida.

Puede ser

Fueron suyas todas las mujeres que quiso, y al final, ¿qué? 
Tuvo riquezas, poder y una larga vida, y al final, ¿qué?
La gloria literaria, científica o artística, y al final, ¿qué?
Se retiró del mundo viendo su vanidad, y al final ¿qué?

El desierto rojo

Qué extraño y melancólico paseo en una tarde de domingo por las calles desiertas del puerto y por la orilla del mar. Una larguísima caminata con el sol bajo en un día despejado y frío de enero. En algún momento, al lado de la industria de zinc, cerca de los muelles, con edificios en ruinas, carteles borrados por el tiempo de lo que fue un restaurante, la larga sombra de los edificios vacíos, parecía como si uno estuviera en un cuadro de De Chirico o en la película "El desierto rojo" de Antonioni. Detrás de las dunas las chimeneas de la industria química (columnas salomónicas), los tanques de ácido sulfúrico. Hay belleza en ese paisaje industrial, decadente y mortífero. Un bosque de torres de alta tensión, una sala de fiestas abandonada, naves industriales; entre los matorrales un vertedero de basura. Dos buques que pasan cerca de la costa y no entrarán en puerto. Descampados donde tantas parejas se entregaron a un amor furtivo.

El pedante

*El pedante no sabe que en un gallinero no se debe cantar un aria de ópera. En un gallinero hay que cacarear. Probablemente el pedante, que se cree un gran tenor, hiciera el ridículo si se pusiera a cantar un aria en la Scala de Milán. El pedante no se siente a gusto en el gallinero y no daría la talla en el teatro.
*Alguien describe con una frase en una pizarra su estado emocional, pero lo hace en un idioma que la persona que más quisiera entenderle no puede comprender. 
*Antes de empezar la jornada laboral, aún de noche, el trabajador mira el cielo despejado y ve la Osa Mayor y la constelación de Leo. Entra en la oficina. Toda la majestad -lo sublime- del firmamento queda borrada. ¿Dónde se siente más insignificante? ¿Es mirando al cielo que "aniquila mi importancia" como dijo Kant, o es iniciando sesión en el ordenador para realizar un trabajo embrutecedor y alienante en la empresa donde trabaja y en la que sabe que estarían encantados de despedirle?