Extrañamiento. Alienación. Delirio.

Juego a que soy intelectual, así que sigo con mis weberianas disquisiciones. El trabajo fue durante milenios la raíz de la existencia de quienes tenían que trabajar para vivir. Hoy seguimos teniendo que trabajar para poder pagar la luz, la gasolina, el alquiler, el colegio, etc. No ofrecemos la renta de nuestro trabajo a un señor feudal y, al menos en principio, no somos vasallos de ningún marqués; es decir, estamos emancipados. Pero sucede en nuestros días que el trabajo se ha convertido en un elemento, no el único, de desarraigo. El vínculo entre trabajador y la actividad que desarrolla se ha roto, aparece la desafección por la tarea que se desempeña. Además en el trabajo se establecían unas relaciones entre compañeros e iguales que el mercado laboral actual ha destruido. Cualquier empleado sabe que si su rendimiento no es adecuado a juzgar por la empresa está expuesto a continuos cambios de su centro de trabajo, traslados anunciados de un día para otro, y finalmente al despido. En vista de esto, ¿para qué relacionarse con compañeros que pueden desaparecer de un día para otro? Esto influye decisivamente en la vida familiar, deteriora las relaciones de pareja, la crianza de los hijos y la atención a los padres que ya son viejos. No se echan raíces en ninguna parte. El trabajador se considera superfluo, ajeno a su empleo, no queda rastro de identificación con la empresa. Se produce, por tanto, una situación de desarraigo. En el conflicto inevitable (dialéctico, si somos sutiles) entre empresarios y trabajadores los segundos se han esfumado como colectivo. En su lugar hay números perfectamente sustituibles que no dejan rastro alguno de su actividad. Un buen trabajo sería aquel en el que el empleado, con cierta confianza en su puesto, pudiera poner una foto de su familia, cosa que no se produce. El principal enemigo de la familia no es la moral desordenada, como algunos quieren hacernos creer, sino este sistema neoliberal que nos mantiene en vilo, en permanente inquietud. En este sentido el trabajador ya no es un proletario. En condiciones así de penosas fundar una familia es un lujo que no se puede permitir. Por eso, entre otras cosas, esta sociedad es una fábrica de solitarios.

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